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Huellas N., Junio 1983

CARTAS A LA REDACCIÓN

Cartas

Elena Corado

¡HOLA NUEVA TIERRA!
Leo asiduamente nuestra revista, y os agradezco en nombre de muchos jóvenes el apoyo y la confianza que a través de cada línea transmitís.
Cada uno en su trabajo o en su carrera muchas veces necesitamos leer cosas de Cristo y saber que todo cuando cae en nuestras manos no es materialismo puro, y que hay tantísimos jóvenes cristianos en torno a un mismo ideal. Yo quisiera colaborar con este articulo que he escrito -con la inten­ción de hablar mucho del perdón que el Papa nos comunicó con motivo de la inauguración del AÑO JUBILAR DE LA REDENCION- Y esperando os guste a todo el equipo.
Me haría mucha ilusión leerlo pronto en la revista.


EL PERODÓN VIVE JUNTO A TI
Hoy, súbitamente, he recordado la historia de un gran amigo y rápidamente pensé que no era aún demasiado tarde para agarrar el papel y contártela a ti que estabas un tanto cansado al final de la tarde y con la esperanza escondida.
Era una gran persona, pero preocupada exclusivamente de sí. Vivía en la entraña de la ciudad, condenando a muerte su hombre interior.
Condenándole constantemente a salir al exterior, a vivir enganchado en los sentidos, en las luces, en la música, en la belleza o la fealdad, rumiando y durmiendo día tras día.
Y es que la mentira de la ciudad nos asfixia, y él llevaba un fuego raro dentro de su vida, de tal manera que aunque le hablaron de hombres libres, no adocenados, tan fuertes como tiernos, de carne y de alma, él no lo creía.
Jamás se miró por dentro, y si una vez dio una ojeada levísima, prefirió seguir huyendo.
Y aunque le hablaron de un Dios que fue hombre y que podía sanar las heridas más hondas, nunca le dieron su dirección, y él no lo creyó. Deleitándose unas veces y llorando otras, la palabra dolor le que­brantaba la voz, y estrechando la mano a una dama frívola, intentaba salvarse de una insatisfacción terrible que nació en su adolescencia.
Nadie supo, ni yo misma, que conocía su dolorosa enfermedad, darle paz. Yo sabía de su ansia de absoluto, y mi paciencia dormida dejó un día de explicar que si sufría tanto era por pecar tanto, y que había una cruz ligera que tendría que cargar hasta llegar a la Nueva Tierra de Dios.
¿Por qué no le dije a mi amigo que su diosa riqueza, su dios el placer, su musa el poder, no eran más que dioses de barro, que esclavizaban con hierros la mía, la suya y toda dignidad? ¿Por qué no le dije que no eran nada comparados con el corazón tierno y puro de Jesucristo?
¿Por qué no le expliqué que no hay nada más grande en el mundo que estar en gracia de Dios y que esa gracia está derramándose en cada absolución de un sacerdote, que es el mismo Cristo a nuestro lado?
Quise darle de comer el pan del cielo y brindar con la sangre de DIOS en nuestra misma cena, pero sólo pude, por miedo, por cobardía, ver cómo se destruyó a sí mismo, yo también perdí mi esperanza.
Lloro mi omisión, pero Cristo pudo levantarme, sólo me dijo al oído que esto mismo debía decírtelo a ti, que estabas un tanto cansado al final de la tarde, y con la esperanza escondida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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