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Huellas N., Junio 1983

CRITICA

Recuperar el gregoriano

Rafa Andreo

Hay quienes piensan que eso de cantar en las celebraciones litúr­gicas es un invento reciente fruto de la obstinación de unos cuantos curas y laicos melómanos. A todos ellos y a los que desprecian la músi­ca oficial de la Iglesia, el canto gregoriano, les dedico estas líneas.
Cuando los Apóstoles se lan­zaron a predicar el Evangelio por todos los confines de la tierra ha­cían a menudo lo siguiente: llegaban a una ciudad, preguntaban por la sina­goga mas cercana y se ponían a predi­car "La Palabra". Allí exponían la nueva doctrina, discutían y a la sali­da bautizaban. Cuando llegaba el Sába­do, después de la caída del sol, los cristianos se reunían en el salón de alguna casa particular en la que reza­ban dirigidos por un presidente de Asamblea y leían las Escrituras y cartas de otros cristianos (las famo­sas Epístolas). Luego las comentaban, se intercalaban cánticos conocidos por todos y tras una oración mas solemne se procedía a la consagración y distribución del pan y del vino, comulgando el Cuerpo y la sangre de Cristo. Pues bien, es precisamente este contacto con las sinagogas loca­les el posible origen del canto den­tro de la Iglesia. Muchas de las melodías cantadas a Jehová debieron incorporarse a la liturgia cris­tiana, así como las de algunas cancio­nes paganas populares de diversas re­giones y una prueba de la existencia de estos cánticos en los primeros siglos de la Iglesia son las afirma­ciones del obispo Nicetas (s. IV) :
"El que no pueda igualarse con los demás hará mejor si se calla o salmo­dia en voz baja, en lugar de cubrir la Asamblea con sus chillidos". El establecimiento de monjes griegos en toda Europa contribuyó a la difusión de la música litúrgica por los conven­tos y abadías de Occidente.
Como se puede ver con lo dicho hasta ahora, los cristianos can­tan desde que son cristianos. Ahora bien, fue en el s. VII cuando un papa genial, S. Gregario Magno, deci­dió recopilar la música existente en las iglesias y fundar una Schola can­torum en Roma. Desde este momento se puede hablar de una música oficial de la Iglesia romana: el gregoriano (el lector, si es audaz, puede dedu­cir fácilmente el origen de este nom­bre). Se sabe que compuso nuevas pie­zas y escribió un Antifonario. Reco­gió muchos cantos que posiblemente proviniesen de los primeros años de la Iglesia y que se transmitieron oralmente durante siglos. Las caracte­rísticas fundamentales del gregoriano son: no hay medida, es puramente vo­cal (no instrumental), es melódico (monódico) , posee intervalos fáciles y es diatónico (no admite cromatis­mos). Se componía para voces masculi­nas ya que únicamente los hombres tenían derecho a cantar en la iglesia (mulieres in eclesia taceant). En és­to se ha evolucionado.
Pío X declaró el canto gre­goriano como supremo modelo de la música religiosa ya que posee las tres cualidades que debe reunir para ser religioso: ser santo, ser formal­mente bueno y ser universal. Es santo pues la mayoría de sus piezas las compusieron hombres santos, como fue­ron los primeros discípulos y numero­sos monjes. Musicalmente posee gran valor ya que se ajusta a normas es­trictas sin faltarle por ello inspira­ción. Y es universal en el sentido de que todos los fieles de cualquier tiempo y país pueden expresar con él sus sentimientos religiosos. Una vez oficializado el gre­goriano todo va bien hasta el s. XII. En esta época la polifonía alcan­za su apogeo y eso de cantar a una sola voz se considera monótono y po­bre. Los monjes están emocionados con eso de armonizar melodías y se inicia una decadencia del gregoriano que se prolonga hasta el s. XIX, en que se decide restaurar de nuevo. La Iglesia se da cuenta de su valor. La labor más importante se desarrolló en la abadía de Solesmes. Gracias al traba­jo allí desarrollado se le dio un impulso que dura hasta nuestros días y muchos Papas han apoyado estas ta­reas de restauración. Los estudiosos de esta música van sacando poco a poco conclusiones muy interesantes, aunque no acaban de ponerse de acuer­do. Se ha discutido mucho, por ejem­plo, acerca del ritmo. Las dos teo­rías fundamentales son la que niega la existencia de un ritmo estricto sobre el impuesto por la propia acen­tuación del texto cantado y la que sostiene la existencia de un ritmo rígido con algún margen de libertad en la interpretación.
Actualmente, el gregoriano se utiliza en la mayoría de las órde­nes religiosas. ¿Por qué? La concen­tración en la oración vocal es difí­cil, sobre todo cuando es frecuente. ¿Quién no se ha dormido alguna vez rezando el rosario? Pues bien, al cantar melodías simples respirando correctamente es más fácil llenar de sentido las palabras y pensar en lo que se está diciendo. Por otra parte, el canto embellece los ritos litúrgi­cos y la belleza contribuye a perci­bir lo sagrado.
El gregoriano es un signo sensible de la unidad de la Iglesia. En un encuentro entre cristianos de distintos países, grupos, etc., al cantar juntos para rezar se invita a reflexionar en un hecho: todos busca­mos lo mismo. Y creo que es emocionan­te tener la conciencia de que algunas de esas melodías que cantamos fueron cantadas hace ya casi 2.000 años por los primeros seguidores del Evange­lio, muchos de ellos mártires.
El artículo se acaba y no se ha dicho nada sobre la notación, la interpretación o las formas grego­rianas. Es evidente que para recuperarlo hay que estudiarlo a fondo pero con estas líneas únicamente se invita a dar un paso previo: descubrir cómo está vinculado al nacimiento del cris­tianismo y reflexionar sobre sus valo­res. Únicamente se podrá hablar de una recuperación del canto gregoriano el día en que se vuelva a convertir en un canto llano, como lo fue en sus orígenes.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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