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Huellas N., Junio 1983

CULTURA

Decidirse

Javier Prades

Vivimos sin decidir. Posponemos una y otra vez las ocasiones en que debemos optar. Y cuando irremisiblemente se plantean, delegamos nuestra responsabilidad en lo "que se hace", "lo que se piensa"...
Y lo más curioso es que nos hemos acostumbrado: no nos sor­prende lo más mínimo ver a los demás, vernos nosotros mismos actuando como si todo fuera indiferente, como si nada pudiera afectar nuestra vida de forma radical. La consecuencia es que, al producirse una situación fue­ra de lo normal, nos llevamos las manos a la cabeza: "¿Pero cómo le ha podido pasar eso a Fulano, con la educación que ha tenido, y con lo buenos que son sus padres? ¡qué dis­gusto!" A diferencia de los anima- les, que no tienen capacidad para distanciarse de la realidad y de ellos mismos, nosotros nos estamos en­comendados. Tenemos la posibilidad de reflexionar sobre lo que hacemos, y juzgar si nos gusta o no. Por una cruel (o maravillosa, según se mire) paradoja, no podemos abandonarnos, y sin embargo es posible que lo que somos y lo que hacemos no nos guste. Porque siempre aspiramos a más, y parece que nada de lo que hacemos nos deja totalmente satisfechos. To­dos experimentamos la tensión entre lo que somos ahora y lo que nos gustaría ser. Y lo sentimos no como algo irreal, hipotético y lejano, si­no como algo que en cierto modo nos pertenece ya, que aún no hemos adqui­rido pero en lo que encajamos admirablemente. La plenitud de vivir (en libertad, en verdad, en amor), resul­tándonos muchas veces un sueño atrac­tivo pero inalcanzable, corresponde con demasiada exactitud a lo que aho­ra somos como para que nos permitamos el lujo de renunciar a ello.
¿Cómo pasamos de nuestra si­tuación actual a ese poder-ser-en ple­nitud? De nuevo otra paradoja (cruel maravillosa, según se mire): reconocemos donde está la plenitud, pero no la obtenemos automáticamente; hay que alcanzarla por el ejercicio de nuestra libertad. La relación entre lo que soy y lo que me gustaría ser es, pues, una relación moral. Una relación moral con la que, quiera o no, tengo que cargar siempre, porque si hay algo de lo que no puedo pres­cindir es de mí mismo. Podemos tomar distancia de nosotros mismos, la sufi­ciente para juzgar nuestra vida y nuestro ser, pero no la suficiente como para dejarnos definitivamente en manos de otro. Siempre nos acompañare­mos (por poco que nos gustemos).
Este proyecto moral (conver­tirnos en personas integrales, en per­sonas felices) nos está encomendado irrevocable e intransferiblemente. Pa­ra llegar a esa plenitud se nos ofre­cen distintas realizaciones, distin­tos caminos, y los únicos que determi­namos cuál va a ser el nuestro somos nosotros. Nadie puede meterse en nues­tro pellejo para resolvernos la pape­leta. Lo que vayamos a ser (para bien o para mal) está en nuestras manos, desde ahora mismo, no cuando sea mayor: nadie nos puede privar de nosotros mismos. Cabe otra posibili­dad, ciertamente, y es decidirse a no decidirse: dejar que el paso del tiempo y las circunstancias nos vayan empujando. No pensemos que podemos eludirnos; si nosotros no vivimos, la vida nos vive, con la desventaja, además, de que hemos perdido la direc­ción, el control en esa tensión a la plenitud.
Sobre nada tenemos tanta in­fluencia como sobre nosotros mismos sobre lo que queremos ser. Esta reali­zación se verifica en la actividad. Ya lo hemos apuntado antes: si alguno tiene la tentación de permanecer inac­tivo no se crea que el tiempo no pasa por él y que siempre estará en las mismas condiciones para elegir; simplemente ha elegido lo opción que tiene el fracaso final asegurado.
Ese nexo moral entre lo que somos y a lo que tendemos se lleva a cabo en la actividad, en todas nues­tras actuaciones, que van precedidas siempre por decisiones.
Ya nos encontramos en el quid de la cuestión; vivir es elegir, es hacer una de las múltiples cosas que se nos presentan (siempre hay que hacer una, y nada más que una). Para realizar nuestro proyecto vivien­do tenemos que ir poniendo decisiones, unas pequeñas y otras grandes, que orientan nuestro proyecto en un sentido, y no en los demás posibles.
Cada decisión marca, orien­ta el camino para los siguientes, y así vamos concretando nuestra vida. Por eso es tan importante ser cons­cientes de la trascendencia de nues­tras decisiones: no vivimos impunemen­te, como si fuésemos invulnerables, sino que toda nuestra actuación es una forma (buena o menos buena) de acercarnos a ese ideal al que aspira­mos. Aún más, es muy importante ser conscientes de que tenemos que deci­dir, que somos nosotros quienes debe­mos llevar la dirección de la vida, de nuestras aspiraciones. Lo contra­rio es instalarse en la vaciedad y la superficialidad de "lo que se ha­ce". Todavía no conozco a nadie que, viviendo así, diga que vive en pleni­tud; sí conozco, en cambio, a más de uno para los que su propia vida les es un infierno porque no se soportan y no pueden abandonarse. Curiosamente cuando uno no se soporta a sí mismo tampoco soporta a los demás. Con algu­nos ejemplos podemos comprobar la cer­canía y la urgencia de este "rollo metafísico": entre las actividades del hombre hay dos que son las más fundamentales: trabajar, (en el caso de muchos de nosotros estudiar) y amar.
1. Las decisiones sobre el estudio o el trabajo las tomamos mu­chas veces a la ligera: qué escogen los de mi clase, qué carrera estudia mi amigo/a del alma, qué salida o especialidad da más dinero... Y lo hacemos con la alegría y la frivoli­dad del que escoge una película para el sábado por la tarde. Sin embargo es una de las actividades que más horas de nuestra vida se va a llevar, y en la que vamos a emplear la mayor parte de nuestra energía, tanta que si no estamos a gusto en lo que hagamos (por mucho dinero que se ga­ne) muy difícilmente podremos llegar a ese vivir en plenitud que es nues­tra aspiración. Lo mismo sucede si es un trabajo que no me ayuda a esa personalización sino que me deshumani­za, sean las causas que sean...
2. Mucho más importantes son las decisiones sobre la forma en que queremos amar.
A todos nos parece que es más humano, más personalizador un amor estable, generoso, entregado, para siempre. Y pensamos que cuando llegue el momento lo alcanzaremos, porque todo el mundo se casa y vive tan feliz. Por eso, decimos: "el día de mañana, cuando me vaya a casar, ya buscaré la persona ideal, pero ahora soy joven y hay que vivir". Y en la realidad de cada día seguimos tomando decisiones, haciendo cosas, que son el medio perfecto para no poder llegar nunca a amar de esa forma. Concebimos las relaciones en­tre los jóvenes como algo superfi­cial, divertido, intrascendente. Nos permitimos "aventurillas" que no ha­cen daño a nadie; simplemente ponemos nuestra moral (nuestra realización hu­mana) entre paréntesis, creyendo que está a buen recaudo. Cuando volvemos a buscarla, no somos capaces más que de balbucear excusas. Y así podríamos seguir con las demás actividades que constituyen, que son, nuestra vida.
Volviendo al principio: a Fulano quizá no pueden lanzársele grandes discursos sobre la moral y la realización personal porque ya no puede entenderlos. Sin embargo ¡Cuán­to podemos aprender todos mirando có­mo ha ejercitado la espléndida capaci­dad que un día tuvo de hacerse un hombre pleno! Es sólo un problema de calidad moral, de la hondura y rique­za de nuestras vidas.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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