Los Picos son otra cosa.
Es normal que quien no haya pasado por nuestros campamentos al oír hablar de Picos lo relacionen espontáneamente con las acampadas al uso: mucho horario, mucho "orden", mucho vestuario, mucha simbología (de pobre nulo contenido), muy clara jerarquización; ciertamente al aire libre, algunas marchas (mucha técnica de rastreo), ciertamente alguna convivencia, es decir, estar juntos unos cuantos amigos en la sierra. Toda simplificación es injusta pero necesaria para ayudar a elaborar un juicio inicial. Y ahí va el juicio: en los campamentos parece que se atiende más a que quede "bonito" y a entretener que a ofrecer una experiencia que sirva para despertar todo lo mejor que llevamos dentro. Y, sin quererlo, puede que algo de esto nos está ocurriendo a nosotros: la masificación, la insuficiente disposición espiritual en los participantes, la rutina, pueden hacernos caer en una atención excesiva a los aspectos más formales, exteriores, impersonales de la vida del campamento en detrimento de los objetivos más ambiciosamente humanos, personales, comunitarios que nos llevaron a Picos.
Para muchos de nosotros los Picos no fueron 15 días de vacaciones o de entretenimiento de los que, a lo más, puede quedar un grato recuerdo, sino unos días que nos sirvieron para ser más nosotros mismos: ser más humanos, ser más cristianos, ser más Iglesia. Y queremos que así siga siendo.
Por eso, cuando hablamos de Picos muchos estamos hablando de otra cosa distinta de los campamentos. Recordando los días pasados allí no es difícil descubrir esa "otra cosa": es la sensación de haber recuperado una unidad interior perdida, la sensación de haber recuperado el sentido de misión para nuestra vida, de saber quienes somos y qué tenemos que hacer. Y esto es así porque la experiencia de Picos nos permite disfrutar de la síntesis de dimensiones profundamente humanas que nuestra incultura moderna se empeña en disociar.
Silencio y clamor. El hombre necesita el silencio, y hay silencio en los Picos. El alejamiento del ruido es físico -400 kms. nos separan- y poco a poco también se hace espiritual. Y a la vez que el hombre se va haciendo capaz de escuchar el silencio, las cosas, la realidad, la vida comienza a hablarnos, a solicitar nuestro afecto, nuestro encanto, como si se vieran libres de una mordaza que por largo tiempo les hubiera tenido enmudecidas. Recuperar la compañía del rumor sereno de las cosas. Y aún recupera una compañía más honda: la de Dios que, como un clamor, invade al hombre desde el silencio.
Soledad y compañía. En Picos se busca la soledad (y bien que nos cuesta, que en Hoyohuelas nos quede lejos el agua, y es tan costoso y tan pesado, con los bidones, con el calor... ). Pero no una soledad vacía. Cuando el hombre, venciendo cobardías, se atreve a quedarse consigo a solas y en silencio, puede encontrarse consigo mismo como hombre y con todos los hombres. Descubre una relación con los otros verdaderamente humana: sabe que los demás son para él como él es para los demás, se reconoce a sí mismo como un regalo de Dios a los otros de la misma forma que cada de los otros es un regalo que Dios me hace a mi y sabe que no puede defraudar ni a Dios ni a los hombres. A esa relación nosotros llamamos Iglesia, la más profunda y permanente compañía.
Esfuerzo y alegría. La vida del campamento, la convivencia, los servicios necesarios, las ascensiones penosas a los Picos, el calor, la tormenta, las privaciones, las noches de frío o de incomodidad son una llamada a la mortificación personal, al olvido de nosotros mismos, a la generosidad. Los Picos son un reto a salir de nosotros mismos al encuentro con la naturaleza, con los otros, con Dios. Y nos dan la oportunidad de gustar una alegría que se nos da justamente como fruto de ese esfuerzo, como si la condición necesaria para una alegría limpia, abierta, fuera la mortificación personal (tan censurada dentro y fuera de nosotros) del mismo modo que para que el grano de trigo de fruto ha de ser escondido en el seno de la tierra.
Quienes ya habéis estado en Picos podríais añadir vuestras experiencias personales a esta descripción. Estos Picos sabemos hoy encontrarlos también en Madrid, o en Alameda del Valle, o en Anciles, donde este año estrenamos campamentos. Por supuesto, en Hoyohuelas. Para quiénes vais por vez primera, o en la anterior no aprovechasteis lo suficiente, ya sabéis los caminos que conviene explorar.
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