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Huellas N., Junio 1983

NUESTRA PRESENCIA

Picos o campamentos

Los Picos son otra cosa.
Es normal que quien no haya pasado por nuestros campamentos al oír ha­blar de Picos lo relacionen espontá­neamente con las acampadas al uso: mucho horario, mucho "orden", mucho vestuario, mucha simbología (de pobre nulo contenido), muy clara jerarqui­zación; ciertamente al aire libre, algunas marchas (mucha técnica de ras­treo), ciertamente alguna conviven­cia, es decir, estar juntos unos cuantos amigos en la sierra. Toda simpli­ficación es injusta pero necesaria para ayudar a elaborar un juicio ini­cial. Y ahí va el juicio: en los campamentos parece que se atiende más a que quede "bonito" y a entretener que a ofrecer una experiencia que sirva para despertar todo lo mejor que llevamos dentro. Y, sin quererlo, puede que algo de esto nos está ocu­rriendo a nosotros: la masificación, la insuficiente disposición espiri­tual en los participantes, la rutina, pueden hacernos caer en una atención excesiva a los aspectos más formales, exteriores, impersonales de la vida del campamento en detrimento de los objetivos más ambiciosamente humanos, personales, comunitarios que nos lle­varon a Picos.
Para muchos de noso­tros los Picos no fueron 15 días de vacaciones o de entretenimiento de los que, a lo más, puede quedar un grato recuerdo, sino unos días que nos sirvieron para ser más nosotros mismos: ser más humanos, ser más cris­tianos, ser más Iglesia. Y queremos que así siga siendo.
Por eso, cuando hablamos de Picos muchos estamos hablando de otra cosa distinta de los campamentos. Re­cordando los días pasados allí no es difícil descubrir esa "otra cosa": es la sensación de haber recuperado una unidad interior perdida, la sensa­ción de haber recuperado el sentido de misión para nuestra vida, de saber quienes somos y qué tenemos que ha­cer. Y esto es así porque la experien­cia de Picos nos permite disfrutar de la síntesis de dimensiones profun­damente humanas que nuestra incultura moderna se empeña en disociar.
Silencio y clamor. El hom­bre necesita el silencio, y hay silen­cio en los Picos. El alejamiento del ruido es físico -400 kms. nos sepa­ran- y poco a poco también se hace espiritual. Y a la vez que el hombre se va haciendo capaz de escuchar el silencio, las cosas, la realidad, la vida comienza a hablarnos, a solici­tar nuestro afecto, nuestro encanto, como si se vieran libres de una morda­za que por largo tiempo les hubiera tenido enmudecidas. Recuperar la com­pañía del rumor sereno de las cosas. Y aún recupera una compañía más hon­da: la de Dios que, como un clamor, invade al hombre desde el silencio.
Soledad y compañía. En Pi­cos se busca la soledad (y bien que nos cuesta, que en Hoyohuelas nos quede lejos el agua, y es tan costoso y tan pesado, con los bidones, con el calor... ). Pero no una soledad vacía. Cuando el hombre, venciendo cobardías, se atreve a quedarse consi­go a solas y en silencio, puede encon­trarse consigo mismo como hombre y con todos los hombres. Descubre una relación con los otros verdaderamente humana: sabe que los demás son para él como él es para los demás, se reconoce a sí mismo como un regalo de Dios a los otros de la misma forma que cada de los otros es un regalo que Dios me hace a mi y sabe que no puede defraudar ni a Dios ni a los hombres. A esa relación noso­tros llamamos Iglesia, la más profun­da y permanente compañía.
Esfuerzo y alegría. La vida del campamento, la convivencia, los servicios necesarios, las ascen­siones penosas a los Picos, el calor, la tormenta, las privaciones, las no­ches de frío o de incomodidad son una llamada a la mortificación personal, al olvido de nosotros mismos, a la generosidad. Los Picos son un reto a salir de nosotros mismos al encuen­tro con la naturaleza, con los otros, con Dios. Y nos dan la oportunidad de gustar una alegría que se nos da justamente como fruto de ese esfuerzo, como si la condición necesaria para una alegría limpia, abierta, fue­ra la mortificación personal (tan cen­surada dentro y fuera de nosotros) del mismo modo que para que el grano de trigo de fruto ha de ser escondido en el seno de la tierra.
Quienes ya habéis estado en Picos podríais añadir vuestras expe­riencias personales a esta des­cripción. Estos Picos sabemos hoy encontrarlos también en Madrid, o en Alameda del Valle, o en Anciles, don­de este año estrenamos campamentos. Por supuesto, en Hoyohuelas. Para quiénes vais por vez primera, o en la anterior no aprovechasteis lo sufi­ciente, ya sabéis los caminos que conviene explorar.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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