- A mí, 3; - Jo, pues a mi 4. Lo que pasa es que la monja me tiene manía porque hablo mucho en clase. - Anda, que la guarrada que me ha hecho a mí la de tracas...
¿No habéis oído nunca una conversación de este tipo? Pues entonces es que no pertenecéis a ninguno de nuestros grupos, porque en cualquier reunión de jóvenes, o de Confirmación, siempre hay dos cuchicheando cosas parecidas y distrayendo de paso al esforzado catequista.
Nuestras conversaciones sobre el estudio rara vez pasan de esto y, cuando hacemos propósitos en la reunión, a lo más que llegamos es a jurar sobre los Evangelios que vamos a estudiar "más". Lo triste del asunto es que dada nuestra pollinez a veces habría que darse con un canto en los dientes si al menos eso se lograra. Pero no basta; a estas alturas ya no tendríamos que estar pensando en estudiar "más" sino en estudiar "mejor".
¿No habéis sentido nunca la ilusión de estudiar? No hablo de empollar ni de saberse la lección, sino de descubrir, de acercarse a la Verdad, de ser capaz de hacer una crítica seria a lo que nos dan en clase, de entusiasmarse con un tema y seguirlo estudiando aunque no sea para "nota". Es desalentador que nuestros planteamientos sobre el estudio sean absolutamente idénticos a los de cualquiera. Y, sin embargo, nos sentiríamos heridos en nuestra dignidad cristiana si se comparase nuestra fe y nuestra vida espiritual con la de esos infelices que sólo van a Misa el domingo y encima no comulgan.
- Pero, ¿qué pasa con la forma de entender el estudio? Aunque nos resulte sorprendente nuestro estudio no tiene sentido (igual que cualquier otra actividad que emprendamos) si no lo entendemos como un servicio a la Iglesia. ¡Si!, a la Iglesia.
Llevamos algunos años haciendo fastuosos planes-conferencias para universitarios, cursillos de formación en verano, ciclos especializados, presencia en los ambientes donde nos movemos... y no sé qué más grandilocuencias, y quizá por mirar demasiado lejos no somos capaces de ver lo que tenemos debajo de las narices: el estudio de todos los días, eso que parece que no tiene ninguna relación con nuestro compromiso apostólico.
En casi todas las asignaturas se nos plantean, antes o después, problemas respecto a nuestra fe, o nuestra forma de entender el mundo. Y, sin embargo, nos hacemos los locos, adoptando un punto de vista "técnico". Siempre hemos criticado a las personas que dicen: "¿Cómo quiere que le responda, como cristiano o como ciudadano, persona, abogado, etc ... ?" Lo que nosotros hacemos en el estudio no es muy distinto. La responsabilidad es grande porque no podemos permitirnos el lujo de seguir siendo una Iglesia de medianillos acomodados. El campo que tenemos por delante es inmenso, en todas las materias¡ y si empezamos a entrar por ahí quizá se nos caiga la cara de vergüenza al oír las conversaciones habituales sobre suspensos y fobias profesoriles.
Y no se acaba aquí, no es sólo asumir nuestro estudio como lo más precioso que podemos aportar a la Iglesia sino que esa tarea no puede realizarse más que en común. Nuestro estudio no sólo lo tenemos que concebir como un servicio a la Iglesia sino que debemos realizarlo comunitariamente. Una vez más no se trata sólo de que los listos ayuden a los torpes (que también) sino de desarrollar la sensibilidad. ¿La sensibilidad, para qué? Simplemente para comentar entre nosotros esos problemas que hablamos antes. Y que las preguntas a nuestra fe no nos resbalen y que las respuestas que demos sean más ricas y más profundas (es un axioma de la Astrofísica nuclear que varias cabezas piensan mejor que una sola).
Para los que somos estudiantes el estudio es (debe ser) un marco fecundo de relación entre nosotros, y de relación cristiana. Pocas veces se siente uno más a gusto con lo que estudia que cuando le surgen dificultades y las pone en común buscando criterios de fe. La diferencia es abismal. Probadlo (suena a Tónica Schweppes, pero me da igual).
Y si a algún universitario de altos vuelos le molesta el tono escolar del artículo porque "eso no pasa en la Universidad", entonces es que todavía le queda grande. Ser universitario por supuesto.
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