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Huellas N., Febrero 1983

CULTURA

El personalismo y la revolución del siglo XX

E. Mounier

El siglo XX es un siglo al que los cristianos no acabamos de acostumbrar­nos. No encontramos muchas veces, cuál puede ser nuestra postura cultural. Mounier en este sentido aparece hoy, 30 años después de su muerte, como uno de los hombres de mayor clarividencia y penetración de lo que había de significar este siglo para el cristianismo. El texto que continúa, escrito apenas un año antes de su muerte nos ayuda, casi proféticamente, a una toma de postura cristiana ante la crisis de nuestro tiempo.

"Esta reflexión nació de la crisis de 1929, que señaló el toque de muer­te de la felicidad europea y atrajo la atención hacia las revoluciones en curso. De las inquietudes y desdi­chas que entonces comenzaban, unos daban una explicación puramente técni­ca, otros una puramente moral. Algu­nos jóvenes pensaron que el mal era a la vez económico y moral, que esta­ba en las estructuras y en los corazo­nes; que por lo tanto el remedio no podía eludir ni la revolución económi­ca ni la revolución espiritual. Y que por estar hecho el hombre como está, se debía encontrar nexos estre­chos entre una y otra. Ante todo era necesario analizar las dos crisis a fin de despejar ambas vías.

EL NIHILISMO EUROPEO
La crisis espiritual es una crisis del hombre clásico europeo, nacido con el mundo burgués. El había creído realizar el animal racional, en el que la razón triunfante había domesticado definitivamente el instin­to, y la felicidad neutralizado las pasiones. En cien años se hicieron tres llamadas al orden a esta civili­zación demasiado segura de su equili­brio: Marx, por debajo de las armonías económicas, reveló la lucha sin cuartel de las fuerzas sociales pro­fundas; Freud descubrió bajo las armo­nías psicológicas la marmita de los instintos; Nietzsche finalmente, anun­ció el nihilismo europeo antes de ceder la voz a Dostoievski.
Después, las dos guerras mundiales, el advenimiento de los estados poli­cíacos y de los universos concentracionarios, orquestaron ampliamente es­tos temas. Hoy, el nihilismo europeo se extiende y se organiza sobre el retroceso de las grandes creencias que mantenían de pie a nuestros pa­dres: fe cristiana, religión de la ciencia, de la razón o del deber. Este mundo desesperado tiene sus filó­sofos, que hablan de absurdo y desesperación; sus escritores, que lanzan el escarnio a los cuatro vientos, Tiene sus masas, menos estrepitosas.
"La desesperación suma, dice Kierke­gaard, es no estar desesperado". El reino de la mediocridad satisfecha es sin duda la forma moderna de la nada, y quizás, como lo quería Berna­nos; de lo demoníaco.
Se dejó de saber qué es el hombre, y como se le ve hoy pasar por transformaciones asombrosas se piensa que no hay naturaleza humana.
Para unos, esto se traduce así: todo le es posible al hombre, y vuelven a encontrar una esperanza; para otros: todo le está perdido, y sueltan todos los frenos; para otros, finalmente: todo está permitido sobre el hombre: henos aquí en Büchenwald. Todos los juegos que nos distraían de la confu­sión han agotado su virtud, o alcan­zan la saciedad. El juego de las ideas ha dado su obra maestra en el sistema de Hegel, que sella, en efec­to, el fin de la filosofía, allí donde la filosofía no es sino una arquitectura sabia para ocultar nues­tra angustia. La alienación religiosa que se ha anexado al Dios de los filósofos y de los banqueros nos auto­riza, en efecto, si se trata de este ídolo, a proclamar la muerte de Dios. Que las guerras dejen un poco de respiro al milagro técnico, y en se­guida, atiborrados de comodidades, po­dremos proclamar la muerte de la feli­cidad. Una especie de siglo XIV se desmorona ante nuestros ojos: se acer­ca el tiempo de "rehacer el Renaci­miento".
La crisis de las estructu­ras se mezcla con la crisis espiri­tual. A través de una economía enlo­quecida, la ciencia continúa impasi­ble su carrera, redistribuye las ri­quezas y trastorna las fuerzas. Las clases sociales se dislocan, las cla­ses dirigentes naufragan en la incom­petencia y en la indecisión. El Esta­do se busca a sí mismo en este tumul­to. Finalmente, la guerra o la prepa­ración de la guerra, resultante de tantos conflictos, paraliza desde ha­ce 30 años el mejoramiento de las condiciones de existencia y las fun­ciones primarias de la vida colecti­va.

RECHAZO DEL NIHILISMO
Ante esta crisis total se manifiestan tres actitudes.
Unos se entregan al miedo y a su reflejo habitual: el repliegue conservador, sobre las ideas adquiri­das y los poderes establecidos. La astucia del espíritu conservador consiste en erigir el pasado en una pseudotradición, o aún en una pseudonaturaleza, y en condenar todo movimiento en nombre de esta forma abstracta. Se cubre así de pres­tigio, aunque compromete, al retirar­los de la vida, los valores que pre­tende salvar. Se busca en él la segu­ridad, pero lleva en sus flancos el furor y la muerte.
Otros se evaden en el espí­ritu de catástrofe. Tocan las trompe­tas del Apocalipsis, rechazan todo esfuerzo progresista so pretexto de que sólo la escatología es digna de sus grandes almas, vociferan contra los desórdenes de la época, contra aquellos, al menos, que confirman sus prejuicios. Neurosis clásica de tiem­pos de crisis en que las mistificacio­nes cunden.
Queda una salida y sólo una: hacer frente, inventar, atacar a fondo; la única que desde los oríge­nes de la vida haya sacudido siempre a las crisis. Los animales que para luchar contra el peligro se han fija­do en escondrijos tranquilos y se han entorpecido con un caparazón, no han dado sino almejas y ostras. Viven de desechos. El pez, que ha corrido la aventura de la piel desnuda y del desplazamiento, abrió el camino que desemboca en el horno sapiens. Pero hay varias maneras de atacar.
No combatimos el mito con­servador de la seguridad para volcar­nos en el mito ciego de la aventura. Esta fue la tentación de muchos jóve­nes, Y de los mejores, ante la medio­cridad, el tedio y la desesperación en el comienzo del siglo XX. Un Law­rence, un Malraux, un Jünger son sus maestros, con Nietzsche al fondo. (...)
La cristalización global de los desórdenes en el mundo contemporá­neo ha llevado a algunos personalis­tas a llamarse revolucionarios. Este término debe ser despojado de toda facilidad pero no de toda agudeza. El sentido de la continuidad nos di­suade de aceptar el mito de la revolu­ción-tabla rasa; una revolución es siempre una crisis mórbida y de nin­gún modo aporta soluciones automáti­cas. Revolucionario quiere decir sim­plemente desorden, pero quiere decir que el desorden de este siglo es demasiado íntimo y demasiado obstina­do para ser eliminado sin trastueque, sin una revisión profunda de valores, sin una reorganización de estructuras y una renovación de las élites. Admi­tiendo esto, no hay peor uso del termino que transformar lo en un conformismo, un sobrepujamiento o un sus­tituto del pensamiento (...).

SITUACIÓN DEL CRISTIANISMO
Hemos distinguido, en la re­alidad religiosa concreta, la parte de lo eterno, sus amalgamas con for­mas temporales caducas y los compromi­sos a que los hombres lo exponen. El espíritu religioso no consiste en cu­brir el todo con la apologética, sino en desprender lo auténtico de lo inau­téntico, y lo durable de lo caduco. Coincide aquí con el espíritu contem­poráneo del personalismo.
Los compromisos del cristia­nismo contemporáneo acumulan varias supervivencias históricas: la vieja tentación teocrática de la intromi­sión del Estado en las conciencias; el conservadurismo sentimental que ata el destino de la fe a regímenes perimidos; la dura lógica del dinero que guía a lo que debería servir. Por otra parte, en reacción a estas nostalgias y a estas adherencias, una coquetería frívola se entrega a los éxitos del momento. Quien quiera que los valores cristianos conserven su vigor debe organizar en todas partes la ruptura del cristianismo con estos desórdenes establecidos.
Pero esto es todavía sólo una acción muy exterior. El problema crucial que plantea nuestro tiempo al cristianismo es más esencial. El cristianismo ya no está sólo. Realida­des masivas, valores incontestables nacen fuera de él aparentemente y suscitan morales, heroísmos y toda suerte de santidades. Por su parte, el cristianismo no parece haber logra­do con el mundo moderno (desarrollo de la conciencia, de la razón, de la ciencia, de la técnica y de las masas trabajadoras) la alianza que logró con el mundo medieval. ¿Está llegando a su fin? ¿Este divorcio constituye su signo? Un estudio más profundo de estos hechos nos lleva a pensar que esta crisis no significa el fin del cristianismo, sino el fin de una cris­tiandad, de un régimen del mundo cris­tiano carcomido que rompe sus amarras y parte a la deriva dejando tras sí a los pioneros de una cristiandad nueva.
Parece como si después de haber rozado quizas durante siglos la tentación judía de la instalación directa del Reino de Dios en el plano del poder terrestre, el cristianismo retornase lentamente a su posición primera: renunciar al gobierno de la tierra y a las apariencias de su consagración, para realizar la obra propia de la Iglesia, la comunidad de los cristianos en Cristo, confundi­do con los demás hombres en la obra profana. Ni teocracia, ni liberalis­mo, sino retorno al doble rigor de la trascendencia y de la encarnación. Sin embargo, no se puede decir que las tendencias actuales, más que las de ayer, ofrecen una figura definiti­va de las relaciones entre el cristianismo y el mundo, pues de ningún modo esta figura existe. Lo esencial, en cada una de ellas, es que se mantenga vivo el espíritu.
La crisis del cristianismo no es sólo una crisis histórica de la cristiandad: es más ampliamente una crisis de los valores religiosos en el mundo blanco. La filosofía de la Ilustración los creía artifi­cialmente suscitados y estaba persua­dida de su próxima desaparición; pudo autorizar durante algún tiempo esta ilusión con la creciente del entusias­mo científico. Pero es una lección evidente del s. XX que allí donde las formas religiosas desaparecen con su rostro cristiano, reaparecen con otra faz: divinización del cuerpo, de la colectividad, de la Especie con su esfuerzo de ascensión, de un Jefe, de un Partido, etc ... Todos los comportamientos que descubre la fenomenología religiosa se vuelven a encontrar en estos marcos nuevos, con una forma generalmente degradada, muy retrógrada con respecto al cristianis­mo, porque precisamente el universo personal y sus exigencias han sido más o menos eliminados de ellos. Es éste uno de los problemas cruciales de nuestro siglo.
Las posiciones esbozadas en estas páginas son discutibles y están sujetas a revisión. Tienen la liber­tad de no estar de ningún modo pensa­das por aplicación de una ideología recibida, sino de ser descubiertas, en forma progresiva, con la condición del hombre de nuestro tiempo. Todo personalismo no puede sino desear que sigan los progresos de este descubri­miento, y que la palabra personalismo sea olvidada un día, por no ser ya necesario llamar la atención sobre lo que debería constituir en realidad la trivialidad misma del hombre."

Emmanuel Monier llena con sus escritos y su acción un gran lugar del pensamiento personalista cristiano de la primera mitad de nuestro siglo. Incansable buscador de la verdad y con una enorme sensibilidad para la cultura y el hombre contemporáneo, inició su actividad intelectual y cultural bebiendo de las fuentes de Berdiaev, Maritain, Gabriel Marcel y especialmente Péguy. Su vida gira en torno al movimiento y la revista Sprit, que junto con un grupo de jóvenes lanzó en 1932 y desde la cual supo dinamizar el esclerotizado pensamiento cristiano de su época. Su vida estuvo jalonada (como la de todos los grandes testigos) por el sufrimiento de la incomprensión al que le llevó su compromiso con la verdad, con el hombre, con el Evangelio. Su vida es una permanente entrega a la verdad, una constante fidelidad en la donación. Así lo decía él mismo dos días antes de su muerte en carta a su amigo el abad Depierre: "Yo quiero, con mi mujer, dar al menos un poco, y prepararme para el día en que los acontecimientos tal vez nos llevan a darlo todo".

En castellano hay traducido lo siguiente:
- El personalismo. Ed. Universitaria. Buenos Aires
- Introducción a los existencialismos. Ed. Guadarrama
- Manifiesto al servicio del personalismo. Ed. Taurus
- Tomo I. Obras Completas. Ed. Laia
- El afrontamiento cristiano. Ed. Estela

Para acercarse a su pensamiento:
- Mounier y la identidad cristiana. Carlos Díaz. Ed. Sígueme
- Mounier según Mounier. J.M. "Domenách". Ed. Laia
- Pensamiento político de Mounier. J.M. Domenách. Ed. Zyx

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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