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Huellas N., Febrero 1983

NUESTRA PRESENCIA

Uganda: tierra de martires

Fidel

Carta de Fidel, misionero comboniano

Queridos amigos:
La gracia y la paz del Se­ñor Jesús esté con vosotros. Hoy en la memoria de los mártires Cornelio, papa, y Cipriano, obispo de Cartago (Cipriano es también el nombre de nuestro obispo), os quiero escribir esta carta de comunión después de tantísimo tiempo sin dar noticias mías. La memoria de los mártires es un constante punto de referencia para nosotros. Podría casi decir que se está desarrollando entre nosotros una especie de espiritualidad del marti­rio con todo lo que ello lleva consi­go: de heroico, de sufrimiento, de penalidades, de miedos, de defeccio­nes, de laxismos (cristianos que se avergüenzan de serlo ante la persecu­ción o el peligro), de amor, donación y valentía en otros. De todo esto os hablaré más adelante en esta carta.
Aprovecho la ocasión de ver­me cojo e imposibilitado temporal­mente a caminar a causa de una tremen­da mordedura de perro en un pie que hace 20 días me sucedió y ha cortado muchas de mis actividades andariegas.
Empiezo dando noticias mías. Ahora me encuentro prácticamen­te solo como sacerdote en esta no pequeña misión: mi coadjutor lo ha destinado el obispo a otra parroquia donde no había sacerdote. Es el segun­do que ha sido destinado a otra parro­quia-misión durante el último año. Así que en estos momentos me encuen­tro solo con la compañía de un sacer­dote anciano semiparalítico, cuyo tra­bajo fundamental es el de rezar todo el día haciendo las veces de "nuevo Moisés", y de dos hermanos combonia­nos que llevan en sus manos montones de oficios y deberes materiales, a parte del equipo de médicos de Comu­nión y Liberación que trabajan incan­sablemente en este lugar.
Sin embar­go, mis obligaciones no sólo no han disminuido sino que han aumentado. Durante estos últimos meses me veo obligado a ir a Kampala, a unos 500 kms. de aquí, para la publicación de una revista de formación cristiana "Leadership" que se publica mensual­mente y es la revista cristiana más difundida en todo el país. Baste pen­sar que recibo un centenar, y a veces más, de cartas de lectores mensualmente comentando los artículos, etc. Es­te nuevo trabajo es una carga muy pesada pero que tiene una impor­tancia extrema dadas las circunstan­cias del país y la necesidad de una formación cristiana de las con­ciencias. Alguien me preguntará cómo puedo llevar todo el trabajo adelan­te. Muy sencillo: dejando a un lado aquellos trabajos o actividades que a nuestro juicio común (de mi comuni­dad) consideramos de secundaria impor­tancia, escogiendo las prioridades más necesarias, y dando un montón de responsabilidades a los catequistas, animadores cristianos, etc. Muchas ve­ces pienso en San Pablo y los prime­ros Apóstoles y creo que nuestra voca­ción misionera debe inspirarse cons­tantemente en su modo de vivir y de actuar. Creo que los meses que van a seguir a septiembre serán duros para mi: un constante elegir opciones y prioridades. Uno no puede llegar a todas partes. Aquello de la mies es mucha y los obreros pocos ¡cuán cier­to es aquí! El orad al Señor de la mies para que envíe operarios a su mies es una actividad que nos incumbe a todos; a vosotros también de modo especial.
Hace un par de semanas me llamó el obispo y me dijo: P. Fidel, quiero pedirte un favor: dedica parte de tu tiempo ( "parte de mi tiempo, me preguntaba yo, ¿cuál?") a la bús­queda y la formación de vocaciones sacerdotales adultas, jóvenes que ha­yan acabado los estudios secundarios, maestros, o empleados, gente cristia­na convencida que desee consagrar su vida al servicio de Jesucristo en el ministerio sacerdotal. Queremos se­guir la tradición iniciada aquí hace algunos años de una formación sacerdo­tal apostólica y dedicada totalmente al Evangelio en una sociedad como esta nuestra en desmoronamiento mate­rial y moral, con un paganismo que recorre las venas del vivir social. Estos candidatos tres, cuatro, seis, al máximo ocho... vendrán a vivir aquí en la misión conmigo y con otros dos sacerdotes que, en este caso, los superiores de mi congregación com­boniana nos enviarían para iniciar el trabajo formativo a partir de fe­brero del año que viene. Se trata de un vivir una experiencia de "discipu­lado", en una comunidad en la que aprenderían a amar con total donación a Jesucristo, a la Iglesia, y a sus hermanos. La formación intelectual teológica, el trabajo apostólico, la vida de comunión y la pobreza evangé­lica irían integradas al mismo tiem­po. Cuando nosotros consideráramos o­portuno, después de al menos seis años de seguimiento, los candidatos podrían ser ordenados sacerdotes. Es­ta sería la segunda experiencia de este tipo, ya que la primera se ini­ció en 1972 y duró con la ordenación de 6 candidatos en 1980-81. Después de ver el tipo de sacerdote que aquí se necesita, la situación de esta África destrozada y con un paganismo cruel, ser sacerdote no es fácil; por todo ello se necesita un sacerdo­te con un hondo espíritu evangélico de donación, que viva la comunión eclesial en profundidad y que sepa vivir en sencillez y pobreza evangéli­ca su misión. Muchos esquemas que van bien en Europa aquí son super­fluos, Lo había entendido perfectamen­te hace un siglo Comboni, hablando de la formación sacerdotal aquí, y lo practicó de manera ejemplar San Justino de Jacobis, el apóstol de Etiopía también en el siglo pasado; algunos de los sacerdotes-discípulos por él formados en Etiopía los venera­mos hoy como mártires. De mi pequeña experiencia de casi cuatro años en este trabajo os confieso que no es fácil, pero te exige una vida misione­ra completamente distinta de dedica­ción, comunión y amistad con estos nuevos discípulos del Señor, en una situación y un ambiente cultural en los cuales lo más duro para mí, euro­peo, es la renuncia continua a mi mundo cultural (lengua, costumbres, modos de actuar europeos, etc. ) para ir a lo esencial del Evangelio. La experiencia que estoy viviendo con otros compañeros aquí en Uganda en este sentido es una gracia del Señor.
En este sentido veo cómo la propuesta cristiana hecha a grupos de jóvenes les está dando, a muchos, nuevas esperanzas en una sociedad co­mo ésta, en la que la esperanza ha sido asesinada, desde hace ya algunos años, con falsas promesas de liberación que se convirtieron en nuevas esclavitudes de un régimen que deja pálido al antiguo del tristemente fa­moso Amín Dada. Y aquí viene ahora mi deseo de hablaros un poco de esta esperanza cristiana que con la osadía del Evangelio nos atrevemos a anun­ciar.
No os voy a hablar de la situación del país, porque sería repe­tir viejas historias que os he ya contado en otras ocasiones. Baste de­cir que la bancarrota económica ha sido ya reconocida por el régimen: los precios son libres, el dinero sin valor (el chelín ugandés), lo que aquí manda es la pistola del más fuerte. Cuando cada mes voy a Kampala debo pasar por una zona de nadie de unos 100 kms, donde sólo ves desola­ción: poblados saqueados, casas va­cías con puertas rotas, saqueo por doquier. De vez en cuando un camión quemado o un tanque abandonado. Es la desolación. Dicen: aquí reina la guerrilla a veces, la represión otras, y es la gente quien paga los platos rotos. Muchos prefieren dar un rodeo de unos 300 kms. con tal de evitar tal zona. Es sólo una muestra. Y lo mismo sucede con frecuencia en Kampala. Allí quedó tendido en un charco de sangre mi compañero el P. Osmundo Bilbao en el mes de abril. Ya sabéis que me tocó acompañar su cuerpo a España por deseo de sus parientes. El pueblo madi entre el que vivía y había consagrado su vida, aquí en el norte de Uganda, le dedicó una lápida conmemorativa en la misión que reza: "Al P. Osmundo Bilbao, ami­go y siervo del pueblo Madi. Este pueblo jura conservar siempre viva la memoria de su gesto de amor y servicio, él que dio su vida por los que amaba". Me contaba una hermana africana que le acompañaba a Kampala días antes de ser asesinado: "Cuando bajábamos aquellas pendientes solita­rias de la misión de Noyo hacia el Nilo, el P. Osmundo de repente me preguntó: Sor Rose Mary ¿ tienes mie­do? - ¿Y tú?, le contesté yo.- "No se puede vivir en el miedo", me dijo él con aquella sonrisa entre labios, un poco entre humorística y burlona que caracterizaba al padre Osmundo. "Un misionero que vive en el miedo, continuó, no es digno del Evange­lio..." "Y si te matan, le repliqué yo, ¿qué? "¿ Y si me matan?", dijo él; "Y si me matan ¿qué pasa? Quiere decir que se ha cumplido el riesgo de mi vida misionera. Además sabes que nadie tocará un cabello de mi cabeza sin permiso del Señor. Por ello vivo yo sin miedo. No temo la muerte ni nada. Recuerda, Rose Mary, un cristiano no puede vivir en el miedo". El P. Osmundo, continuó la hermana que me contó la escena, vol­vió a mirarme con una sonrisa socarro­na, aceleró un poco y se sumió en un silencio... En determinado momento re­cuerdo que me dijo: "Un día me lleva­rán a mi en un coche, no seré yo quien lo conduciré". Yo no lo entendí entonces, lo entendí pocos días des­pués, el día que lo asesinaron en Kampala". El P. Luis, su compañero de misión, que asistía a nuestra con­versación, añadió: "Ciertamente murió sin miedo, como había vivido. En mis cuarenta años de África nunca vi algo semejante... ¡Qué hombre de todos, de Evangelio!. Y lo demuestra el llan­to ininterrumpido de este pueblo por él..." Así lo creo yo, así lo he visto yo y lo puedo testificar. Ahora desde el cielo el P. Osmundo sigue rezando por todos los que ha amado aquí, estoy seguro. Yo muchas veces me encuentro rezándole, pidiéndole una mano en los momentos de apuro...
Porque aquí la vida cristiana si se toma en serio le trae a uno estos riesgos de los que hablaba el P. Osmundo. Hace tan sólo 5 días, a las 8,30 de la noche llamaron a la puerta de un joven maestro que vive en una casita a 30 m. de mi casa. Le dispara­ron una ráfaga de metralleta a través de la puerta. El maestro se salvó por milagro. Aquella misma noche cuan­do pocos minutos después corría a mi cuarto todo desencajado, yo le decía: "James, la Virgen te ha hecho nacer de nuevo. Quiere decir que tu vida tiene que tener un sentido de consa­gración total a la propuesta cristia­na... " Es la segunda vez que lo han querido asesinar. Le dijeron claramen­te el motivo: "Porque eres amigo de los misioneros", que traducido en romano paladino: "Porque has aceptado la propuesta cristiana que te han hecho". James no se ha marchado, si­gue en la brecha. El mismo teniente coronel de la guarnición que vino a ver el caso, le dijo: "Chaval, eres un héroe". Lo que el teniente coronel no sabía era el por qué, de dónde venía la fuerza a James, y a otros pocos como James de vivir su vida de fe y de libertad interior frente a un mundo de corrupción y mezquindad, "Hay en Uganda hoy día un montón de gente que arriesga sus vi­das por un partido político, en las milicias, en bandas de bandidos, o simplemente para defender sus vidas y propiedades, pero ¿cuántos realmen­te arriesgan sus vidas por Jesucristo y por la salvación de la nación? Hay un montón de gente que admira a los mártires de Uganda, pero son hoy bien pocos los que siguen su ejemplo", cito este párrafo de un folleto que estamos difundiendo a millares en todo Uganda lanzando un movimiento cristiano de comunión y vida nueva. Uno arriesga su vida por lo que más ama. Si uno ama el dinero arriesga su vida por él, si uno ama el poder lo mismo. Hablando entre nosotros de es­to unos jóvenes me preguntaron ¿como podemos saber si somos cristianos o no? Y la respuesta que vino a la luz fue contundente: Si Jesucristo es nuestro amor supremo, la Persona más importante para nosotros; si amamos a los demás porque son importantes para nosotros, importantes en el sen­tido de que nuestra vida sin este amor queda castrada, si necesitamos amar a los demás. Si todo esto es cierto, decían, entonces trabajemos duro, seremos capaces de arriesgar también nuestra vida y morir por este ideal. Cuando uno empieza a entender esto en su vida, lo proclama a lo demás sin miedo. Uno afirma que Jesu­cristo es la Salvación para todos. Uno testifica con sus amigos de comu­nión que Jesucristo es la vida. Cuan­do uno empieza a hacer esto encuentra gente que se ríe de él o no lo entiende, o gente que queda indiferen­te, gente que le perseguirá, como dice el mismo Jesús en Marcos 13, 13,
Algunas veces, si seguimos a Jesús con todas las de la ley, puede ser que se nos pida el gesto de P. Osmundo, o el de James. Es lo que se llama martirio. Un cristiano que reduce su vida de fe a los muros de su casa o de la iglesia no será jamás perseguido por nadie. Uno es como sal insípida que no sirve para nada. Cuando se encuentra en medio de la gente esconde su fe, aparece como uno de tantos. La vida nueva hay que mostrarla donde uno vive y trabaja. Y esto es imposible si uno no vive una fuerte experiencia de comunión con Jesucristo dentro de la comunión de otros discípulos. La pro­pia vida es entonces un juicio cultu­ral sobre el ambiente en el que vive, sobre este ambiente de corrupción y de crimen en el que aquí vivimos por ejemplo, y claro está ello produce persecución. Cuando aquí hablo a la gente, a los jóvenes sobre todo de esto, quedan impresionados, hace me­lla en ellos. Por todo ello os decía cómo una espiritualidad del martirio está naciendo entre muchos cristia- nos, pocos en relación al total, pero siempre en la historia ha sido así. Esta era la experiencia de vida que me interesaba comunicaros como el pun­to más importante de nuestra experien­cia actual.
Y antes de acabar quisiera, me atrevo a hacerlo, lanzar una espe­cie de llamada a quien se sienta en poder de hacerlo. Este banco de Dios, que es la misión de Kitgum aquí y ahora se encuentra en números rojos. No sé humanamente cómo hacer para llevar adelante todo el trabajo promo­cional y de asistencia que aquí lleva­mos entre manos: escuelas (15), cari­dad (montón de gente que diariamente acude a nosotros), estudiantes de ba­chillerato que la misión ayuda a cos­tear sus estudios, catecumenado, otras obras de asistencia: viejos, etc, Pero la obra que más me preocupa es el centro para la formación de animadores cristianos, catequistas, encuentros de formación, retiros, etc... Es la obra principal, porque aquí deseamos llevar un plan de forma­ción cristiana y humana fundamental; de él dependerán que luego nuestra acción misionera llegue a todos los rincones, que la obra del Evangelio se difunda en una situación caótica como ésta. Tenemos que comprar todo en Kenya, a precios luego exorbitan­tes para nosotros, cuándo y cómo pode­mos. Y esto es duro. Necesito muchos granos de arena, no para mi , para este pueblo humanamente sin esperan­za, pero en el que nosotros con la fe en el Evangelio creemos poder ayudar a resucitar. Esta es mi llamada a quien pueda, cómo y cuándo pueda. Y que ¡Dios os lo pague! Se me olvida­ba: cada mes celebramos ahora tres cursillos: dos para maestros, uno pa­ra catequistas y animadores. Este año ha sido fecundo: han pasado por aquí un total de 850 o quizá algo más ( en lo que va de año). Duran 3 días, o normalmente una semana. La manuten­ción, etc., está toda exclusivamente sobre mis espaldas, ¡Cuántos milagros veo realizarse cada día en este senti­do! Gracias a la comunión de muchos amigos por el mundo con este pueblo hermano.
Por hoy acabo aquí mi carta de comunión. A todos os deseo paz y bien

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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