Querido Raúl,
He visto con agrado Tasio de Montxo Armendáriz. Acontece en un pueblecito de las estribaciones de la sierra de Urbasa, en su lado sur, no demasiado lejos de donde yo pasaba las vacaciones de mi niñez. El productor es Elías Querejeta, preocupado desde siempre por el buen cine.
Lo pasé muy bien viéndola, pero quiero escribirte las razones por las que no puedo decirte que me «guste», que la considere importante. Lo tiene de principio casi todo. Una labor soberbia en fotografía (José Luis Alcaine) y en música (Angel Illarramendi), de lo mejor que pueda verse en el cine español. Unos actores de gran eficacia, con esa eficacia de la sencillez. Entre todos logran algunas escenas de gran belleza, sobre todo las del comienzo, cuando Tasio es aún niño y adolescente. La bajada de los niños corriendo el aro, el primer baile bajo el árbol, el segundo baile en el «rebote» -¡que no frontón!-por su luz, su sonrisa, por el movimiento del conjunto, son una preciosidad. Muchos de los momentos en que nos paseamos por la sierra, están bien logrados.
Y, sin embargo, todo ello queda, en mi opinión, alicorto. Voy a intentar explicarte por qué lo pienso y lo siento así. En el conjunto lo que se transmite son «seriales» vagamente ideológicas, en primer lugar para que recuerde mi propia niñez veraniega; luego, para que en todo el tiempo sienta una neblinosa nostalgia de un tiempo pasado ya, pero que sigue siendo presente en la ilusión de lo que a la postre no configura mi vida, nuestra vida: vida noble, vida sencilla, amar sencillamente en un contexto primario, de nobleza campesina, de amor al monte, de caza que no es saqueo sino lucha entre casi iguales. Seriales que, ciertamente, tocan mi sensibilidad, pero -repito que en mi opinión-lo hacen en lo que ésta tienen de más superficial, de menos empeñado, de más aéreo, gaseoso, irreal.
No pude dejar de pensar al comienzo en el impacto que todavía perdura en mí de Los cuatrocientos golpes de Francois Truffaut, que vi entonces y que luego he vuelto a ver una vez. Aquí todo mi ser -mi corazón, mi sensibilidad, mi imaginación creadora, mi inteligencia-corre por la vida con Antoine; aquí se me ofrece la visión del mundo desde un punto de vista. El juego, pues, va mucho más allá del mero juego, para convertirse sin más en una obra de arte que transfigura el mundo ante mí y conmigo (aunque no siempre sea necesario el acuerdo, la simpatía, pues entre creador y recreador puede darse la mirada recelosa, la guerra frontal). Esto no lo puedo decir de Tasio, pues en él encuentro sólo «utilización» de la luz, del sonido, del movimiento, del sentir, para construir junto a mí una mirada «ideológica», y no un movimiento de creación en lo bello que me dé un punto de vista entero del mundo, porque ahí haya una expresión del conjunto de la vida, del pensar, del hacer, del mirar, del sentir, del amar.
En lo que ahora te voy a decir, es evidente que todo estará repleto de subjetividad mía, pero la delicia de la primera escena del baile me lleva sólo a decir: qué bien, qué bonito, sin mayor finalidad, sin contexto, sin profundidad. La extraordinaria calidad de la escena en las falsas de la casa, cuando Tasio vende unas pieles que allí tiene colgadas, no señala más que eso: nada, en vez de significar la profunda estructura reticular de un carácter, de una vida, de un pensamiento. Y, sobre todo, la presencia visual y musical de la carbonera humeante -insólita, amenazante (y no porque un niño caiga dentro), recursiva, pues vuelve una y otra vez, domeñada, presencia misteriosa de lo de dentro-está ahí casi para nada; no llena nada, no dice nada, no ocupa nada, excepto unos minutos de tiempo; sólo visualmente ocupa lugar, pero no lo ocupa en lo más importante, en la historia que es la película.
Quiero volver a la calidad de la fotografía, aunque también ella queda fuera de la historia, del punto de vista al que antes me refería. ¿Recuerdas aquella escena casi final de La muerte de Mikel, imagen alucinadora en su fijeza, con la blancura del mantel y del servicio del desayuno, con la negrura de la madre, con el hermano mayor que abre una puerta tras otra, en donde va apareciendo una luz dorada, cálida, enfrentada a la blancura llena de presentimientos del primer plano, mientras allá en el fondo, en esa luz adivinamos la tragedia última de Mikel?. Todo esto, que de manera continuada hace una obra de arte, un gran film, falta a mi parecer, según mi gusto, en Tasio. Lo siento.
Como ya te he dicho, no soy capaz de ver cine en televisión, lo encuentro aquí tan restringido de cosas tan esenciales, que termina por nada decirme. Por eso no he seguido el ciclo de Jean Renoir, del que guardo un extraordinario recuerdo por lo poco que de él conozco. En cuanto pueda ver sus películas en un cine, me abalanzaré a él.
Para gran diversión mía, anuncian la reposición de Los pájaros, de uno de los más grandes. ¡Qué ilusión!.
Un abrazo
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