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Huellas N.1, Enero 1985

TEATRO

Luces de Bohemia

Asunción Monzón

La publicación de Luces de Bohemia en 1920 es un momento decisivo en la evolución literaria de Valle-Inclán. Si en los años anteriores sus preocupaciones eran fundamentalmente estéticas -y sobre todo es el análisis de la sociedad aristócra­ta y decadente lo que le mueve a escribir-, ahora se convierte en un meticuloso obser­vador de la sociedad que le rodea. A partir de esta fecha, la obra de Valle-Inclán se convierte en un compromiso con la situa­ción histórica de España y de su crítica mordaz e hiriente no se librará ningún miembro de la sociedad. En esta línea sur­ge El Esperpento.
El autor mirará a sus personajes con iro­nía, distanciándose de ellos y juzgándolos. Valle-Inclán «descoyunta» la realidad, la deforma; pero esta deformación «deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta» nos dirá Max Estrella en la esce­na XII. La obra no es por tanto, una de­formación, sino la cruda realidad; la ver­dad, aunque a veces ésta sea una cruel de­formación. Los esperpentos reales son sim­ples crónicas de hechos absurdos y desati­nados que se encuentran normalmente en España. Valle-Inclán deformará la expre­sión literaria para reflejar así la grotesca si­tuación histórica y, a su vez, competir con la deformación de la vida real.
Pero Luces de Bohemia no sólo desarro­lla una concepción nueva del arte (el esper­pento), sino que la acción nos presenta un Madrid absurdo, brillante y hambriento que sólo es un pequeño reflejo de la situa­ción global de España. Valle-Inclán -a tra­vés de Max Estrella, con quien se identifica varias veces en la obra -irá analizando los distintos estamentos que constituyen nues­tra sociedad; porque dentro de ese mundo «esperpéntico» sól él es capaz de ver, de conocer; es el único «cráneo privilegiado», la única «estrella con luz propia», que co­noce la realidad española.
Pero lo más desolador es el continuo ir y venir de los personajes por el escenario. Son gentes sin una meta definida, sin un futuro. Luces de Bohemia es la primera obra literaria contemporánea donde el hé­roe ha desaparecido para que sea toda una colectividad su personaje; de ahí, el núme­ro tan variado de ellos, que tras sí escon­den a seres reales de la España de princi­pios de siglo. La crítica de Valle-Inclán no se dirige a individualidades sino a toda la colectividad (a España).
La obra encierra un gran pesimismo. El autor sólo ve una posible salida para esas gentes sin meta: «el suicidio colectivo». Mientras tanto, continuarán viviendo co­mo puedan, inmersos en la miseria, la an­gustia y la pobreza, a la espera de la muer­te, una muerte que late desde la primera escena de la obra.

En 1963 el montaje de esta obra se estrenaría en París, dirigida por Jean Vilar. A la mitad de los espectadores les repugnaría, al resto les entu­siasmó.
El pasado 13 de febrero volvió «Luces de Bohe­mia» al Théátre L 'Odeon de París, y tras haber sido representada en más de diez ciudades, la última en la Muestra del Teatro Español de Lis­boa, se representa en el teatro María Guerrero.
Hasta el próximo 31 de enero podremos asistir (si tenemos algún amigo capaz de sufrir las co­las de la calle Tamayo y Baus) al montaje dirigi­do por Lluís Pasqual, responsable del Centro Dramático Nacional. Fabiá Puigserver dirige la escenografía y vestuario de un reparto de más de 40 actores encabezados por José María Ro­dero.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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