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Huellas N.1, Enero 1985

PERSONAJE Y FIGURA

Don Quijote

Giovanni Papini

"No soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido"
Don Quijote I, XVII"


Grande es la potencia del genio aunque esté contenido en la carne de un heridor, soldado esclavo, contable, aventurero y preso; en un Miguel de Cervantes, poeta andante y cortesano necesitado.
Así pudo engañarnos la sombra consistente de Don Quijote. Hemos creído que su vida era un engaño y que él fue el traicionado por los hombres comedores de carne, por los tiempos debilitados y por los libros imposibles. Su vida fue verdaderamente engañosa, pero el engañador, el ficticio, fue él, y los traicionados hasta ahora hemos sido nosotros.
Miguel hace de todo para ponernos delante -marioneta larguirucha armada de hierro viejo y de obsesión ­un Don Quijote enloquecido por las malas lecturas, un Don Quijote engrandecido por su sabiduría discursiva y más aún por su demencia imitadora; un Don Quijote al que los nacidos después han podido adorar, mística víctima de un cristianismo puro, armado y burlado lleno de odio por la vida universal y eterna de los paganos bautizados, para los que la regla es verdad; la pereza, sabiduría; la comodidad, bondad; el pan y la pitanza, única esencia reconocible de los días. Todo heterodoxo de la ley vulgar se ha tenido por caballero y ha sentido sobre sus propias espaldas los palos que dieron con él en tierra. En aquella serena sabiduría antigua, en aquel vano amor por el bien, vieron casi un reflejo de Sócrates, que tuvo que morir por voluntad de los hombres, porque era mejor que todos los hombres.
Don Quijote era un mártir a medias: no le habían quitado la vida, pero igual había tenido que sufrir aflicciones, bofetadas, traiciones y desprecios.
Finalmente, el innoble Sansón, había conseguido, con alevosía, apagarle el alma y sólo se había salvado para volver a la cordura, o sea, para volver a la imbecilidad del mundo y morir en su cama más magro que antes.
Ahora bien: todo eso no fue sino uno de tantos «suaves engaños» que el arte, rival de la naturaleza, nos deparó en estos últimos trescientos años. También Don Quijote nos traicionaba y ha sido culpa nuestra si no lo hemos visto antes. También Don Quijote, como todos los seres creados por Dios o por el Genio y que toca, al menos por un punto, lo Absoluto, tiene un secreto; y ese secreto, a mí, leal suyo, por tantas velas de armas en mi quijotesca juventud, se me ha aparecido finalmente claro (1).
Don Quijote no está loco. No es un loco natural e involuntario. Pertenece a la especie vulgar de los Brutos y de los Hamlets. Se finge loco. Su docta locura es simulada y fabricada. Se crea un estilo de extravagancia para escapar de las muertas costumbres de Argamasilla. Inventa aventuras y dificultades sin temor, porque sabe que él es su promotor, porque no tiene siempre presente y está preparado para echar el freno y dar media vuelta. Por eso no es ni trágico ni desesperado. Toda su aventura es una diversión preparada. Puede mostrarse sereno porque sólo él conoce el fondo del juego, y en su alma no hay sitio para verdaderas angustias.
Don Quijote no actúa en serio.

(1) En realidad, ya en 1911 me había dado cuenta de que Don Quijote no estaba loco, y añadía que «su estructura mental y vital es normalísima», pero no había insistido sobre la verdadera naturaleza de aquella locura aparente.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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