En Nueva Tierra, II.84, en un artículo titulado «País Vasco: La paz que nunca llega», se decía que cabe esperar, quizá a la larga, la pacificación del País Vasco. Tres razones abonaban esta tesis: el compromiso de las autoridades francesas para controlar la actividad de los refugiados vascos; el creciente cerco social a los que
utilizan la violencia; y la degradación de los grupos terroristas.
Ahora, para tratar con mayor profundidad el fenómeno del nacionalismo vasco, y la lucha armada -por tanto violenta-, que ha desencadenado durante 16 años E.T.A. (organización que tuvo su origen en un ala radical del Partido Nacionalista Vasco (PNV)), se expondrán en estas páginas, en tres números de Nueva Tierra, unas consideraciones que pueden ayudar al acopio de datos, y a escuchar las orientaciones del Magisterio de la Iglesia sobre los derechos y deberes del hombre; de las minorías étnicas, y de las ideologías que han utilizado a estas minorías étnicas, y de las ideologías que han utilizado a estas etnias. Se trata de ofrecer una visión de conjunto del problema.
Esperemos que la necesaria brevedad que impone el espacio, no desdibuje una claridad suficiente, y aún necesaria.
Desde la fundación de Bilbao en el año 1300 por don Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y antes, los concejales locales comenzaron a reunirse cada dos años bajo un roble, en Guernica (Vizcaya). Allí, el monarca -así lo hizo Fernando el Católico-, o un representante suyo, juraban respetar los fueros. Los vascos eran una raza que había vivido desde tiempos inmemoriales en el extremo occidental de los Pirineos. Los restos prehistóricos más antiguos se remontan al Achelense, en el Paleolítico Inferior, hace 200.000 años. Milenios más tarde el hombre de Cromagnon, que habitaba en las cuevas del Pirineo Occidental, comenzó a evolucionar hacia las características antropológicas del vasco actual. Su presencia se ha dejado sentir en monumentos funerarios -dólmenes y cromlechs- y en pinturas rupestres.
Afirman historiadores que el primer intento de autoafirmación de los vascos fue a principios del siglo XIX cuando, a causa de su catolicismo y de su homogeneidad lingüística y cultural, apoyaron a los ejércitos carlistas en su lucha contra los liberales. Como consecuencia, en 1876 quedaron abolidas sus Juntas. La medida provocó una fuerte ira en un pueblo cada vez más industrializado.
Ha señalado Olábarri que «el largo período de inestabilidad política que se abre en 1808 y se cierra en 1874 apunta que ( ... ) quienes gobiernan en Madrid a partir de 1833, son partidarios del nuevo orden constitucional liberal, y consiguen conformar una nueva estructura política». Y añade: «La revolución liberal que se hizo en España, en cuanto a la organización del Estado se refiere, no hizo sino continuar y llevar a término la tendencia uniformizadora de la monarquía del antiguo Régimen, en especial desde que, a comienzos del siglo XVIII, pasaron los Borbones a ocupar la Corona española».
«En este mismo siglo en el que se consolida una Administración fuertemente centralizada -continúa Olábarri-, todas las crisis políticas -desde el mismo mes de mayo de 1808- dan lugar a la multiplicación de juntas o movimientos de carácter local, comarcal o provincial que, durante el sexenio revolucionario, llegan al paroxismo con los movimientos cantonales, que se reproducen por última vez en julio en 1936».
ARANA Y AGUIRRE
El 26 de enero de 1865, en pleno siglo XIX, nació en la localidad vizcaína de Abando, Sabino de Arana-Goiri que, tras una dura infancia, comenzó a los 17 años sus estudios históricos sobre el pueblo y el idioma vasco. Tras una estancia en Barcelona, fundó en Bilbao el Partido Nacionalista Vasco, que fue constituido el 31 de julio de 1895. Sabino Arana fue elegido diputado provincial por el distrito de Bilbao, y estuvo en la cárcel varias veces por sus declaraciones independentistas. Por ejemplo, en 1902, cuando quiso enviar al Presidente Roosevelt un telegrama para felicitarle por haber concedido la independencia a Cuba. Murió por enfermedad, cristianamente, a los 38 años (1903).
Pero el alma del nacionalismo vasco fue José Antonio Aguirre (1904-1960). De familia carlista, ex-jugador del Athletic de Bilbao, abogado por Deusto, afianzó sus dotes oratorias al frente de las Juventudes Católicas de Vizcaya, y siguió el ejemplo catalán dentro de los moldes creados por S. Arana.
LOS NACIONALISTAS SE ENFRENTAN A LOS GOBIERNOS REPUBLICANOS
En abril de 1931, el Rey Alfonso XIII deja el trono, y Niceto Alcalá Zamora pasa a presidir el primer Gobierno provisional de la II República, en el que figuran tres socialistas (De los Ríos, Prieto y Largo Caballero). Manuel Azaña (Acción Republicana) defiende acalorada y brillantemente, al parecer, los artículos anticlericales de la Constitución de 1931 -art. º 26: Disolución de las Ordenes Religiosas, específicamente de los jesuitas; prohibición de ejercer la enseñanza a los religiosos; anulación del presupuesto del clero-, y se convierte en Presidente del 2. º Gobierno provisional. Suya es la pintoresca frase, que más parece una declaración de principios: «España ha dejado de ser católica».
El catolicismo del movimiento nacionalista vasco no podía hacer causa común con los gobiernos republicanos en esos momentos, y la Iglesia en el País Vasco dio su apoyo a José Antonio Aguirre y a los diputados vascos, que abandonaron el Parlamento durante la discusión de esos artículos.
Es evidente que la etapa constitucional -particularmente del 31 al 36- contempla las graves tensiones creadas por los «hechos diferenciales catalán y vasco». Maciá había llegado a proclamar el «Estat Catalá», y el laicismo socialista y republicano chocaba con los católicos vascos, que también querían un Estatuto -como los catalanes (1932)-, cuyo anteproyecto fue redactado por la Sociedad de Estudios vascos.
No sorprendió a nadie, por tanto, que los nacionalistas vascos se alinearan con las fuerzas conservadoras en las famosas elecciones de noviembre de 1933 (derechacentro: 383 diputados; izquierda: 93).
LA ALIANZA CON EL GOBIERNO: GESTACIÓN
Pero pronto surgieron divergencias. La Generalitat aprobó una Ley de contratos de cultivos, que revocó el Tribunal de Garantías Constitucionales. Y Luis Companys, sucesor de Maciá en la Presidencia de la Generalitat, la ratificó por su cuenta y riesgo. Los ayuntamientos de Euzkadi también creyeron ver que algunas leyes del Gobierno de centro-derecha que presidía Samper (IV a X del 34) atentaban todavía más contra el Concierto de 1876, y decidieron celebrar elecciones en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. El gobierno, que seguía siendo conservador, con Lerroux (radical) de presidente, prohibió las elecciones. A pesar de todo, se celebraron; como consecuencia, fueron arrestados los concejales, provocándose manifestaciones en favor de la autonomía vasca.
Así, el partido nacionalista vasco comenzó a aliarse con socialistas y otras fuerzas de izquierdas (con los que hizo la guerra civil), cuando antes les había rechazado. Efectivamente, en 1936, las Cortes Españolas, con retraso en el calendario, aprobaron el estatuto vasco de Autonomía. Y el 7-10, José Antonio Aguirre fue elegido en Guernica presidente del «gobierno provisional de Euzkadi» -Irujo había entrado en el gobierno de la República el 25-9- tras haber convencido a Largo Caballero de que así los vascos apoyarían a los vencedores de las elecciones del 36. No conviene omitir que una fracción del nacionalismo no había desechado unirse a los sublevados con el General Franco, a cambio de la autonomía.
A nuestro juicio, esta constante actitud de las asambleas vascas y de sus representantes revela un fuerte sentimiento nacional, en un pueblo de tradición católica. De hecho, durante la guerra (36-39) el único lugar de la España republicana donde permanecieron abiertas las iglesias fueron las provincias vascas.
SERVICIOS RELIGIOSOS Y EMIGRACIÓN
Los dirigentes vascos se trasladaron durante la guerra a Barcelona, formando un «gobierno en el exilio». El eje BilbaoBarcelona funcionaba. A consecuencia del traslado, se reanudaron los servicios religiosos católicos en la capital catalana, en la misma sede del Gobierno vasco. Irujo, Ministro de Justicia, propuso en el mes de julio que volvieran a abrirse las iglesias. Y el Consejo de Ministros permitió celebrar servicios religiosos en domicilios privados, autorizados por el gobierno.
Por lo demás, en otoño de 1937, Negrín, entonces Presidente del Gobierno español, con el apoyo del Presidente de la República, Azaña, trasladó la sede del Gobierno español de Valencia a Barcelona, con actos que molestaron profundamente a Companys y a la Generalitat. El General Franco y los demás generales sublevados, que contaban también con apoyo popular, empujaban con sus tropas.
El 29 de marzo de 1939 -cuando el alzamiento del General Franco parecía triunfar ya-, se reunió en París el Comité Nacional del Frente Popular, para estudiar el problema de los refugiados. Y se organizó un Servicio de Emigración para Republicanos Españoles (S.E.R.E.), que presidió Pablo de Azcárate. Allí estaba, entre otros, Julio Jáuregui (nacionalista vasco).
Se canalizó la emigración, de los que habían luchado con los republicanos, hacia Sudamérica; Chile, Venezuela, Santo Domingo, México y Argentina, en principio, se mostraron dispuestos a abrir sus puertas. Luego habrá problemas con algunos países, pero muchos vascos llegaron a Venezuela, y allí rehicieron su vida.
Los años 40 y 50 son conocidos por los nacionalistas vascos como los de «la dictadura opresora, que negaba todo derecho humano». El franquismo estaba en su apogeo, y los nacionalistas vascos no pudieron hacerse oír ni respetar (ver más adelante el estudio dedicado a los derechos humanos). Los pocos que hacían algo por la cultura vasca, por su lengua, -afirman sectores nacionalistas-, eran arrestados, y, a veces, torturados.
Es en esta época, a lo largo de 1950-60, cuando va a incubarse el fenómeno E.T.A., que precisa un nuevo análisis.
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