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Huellas N.1, Enero 1985

ACTUALIDAD

Trabajo negro en España

Julián Gómez del Castillo

Escribir con poco espacio sobre el tra­bajo negro en la España de hoy no es fácil. Vamos a intentarlo a pesar de la importancia y complejidad del tema.
¿Qué entendemos por trabajo negro?, todo el que se efectúa al margen de la ley; desde las horas extraordinarias no declara­das hasta las «chapuzas» que realizan mi­llones de trabajadores después de su jorna­da, pasando por los millones de mujeres que en su hogar realizan los llamados tra­bajos a domicilio y terminando por los mi­llares de estudiantes que dan clases o de las muchachas que cuidan niños o trabajan por horas.
Para el Ministerio de Trabajo, España está, con Italia, a la cabeza del mundo en porcentaje de trabajo negro, estimando el citado Ministerio que en nuestro país 1/5 del trabajo realizado es negro, mientras que la Enciclopedia de Economía que diri­ge Fuentes Quintana sostiene que lo es el 40 por 100. Entre el 20 y el 40 por 100 de nuestro trabajo dicen los estudiosos que es producción negra, lo que supone que más de tres millones de personas es posible que realicen este tipo de actividad.
Nuestra sociedad sabe que al problema del paro, que lo padecen más del 40 por 100 de la población en edad de trabajar y no el 20 por 100 como dice optimista­mente la pastoral de nuestros obispos de la Comisión Social, CRISIS ECONOMICA Y RESPONSABILIDAD MORAL - le respondemos con las aportaciones de:
1) la familia,
2) el trabajo negro,
3) el subsidio de desempleo,

es decir, el cáncer del paro se intenta solu­cionar con el cáncer del trabajo negro. El sistema neocapitalista es así, con PSOE y sin PSOE. Desde las empresas del Estado a las de la iniciativa privada, nacionales y multinacionales, al menos en cifras mayo­ritarias, recurren al trabajo negro para am­pliar sus beneficios o disminuir sus pérdi­das.
De las proporciones del trabajo negro en España da una idea el que nuestro actual Gobierno, PSOE, como el ministro que potenció la Inspección de Trabajo, Largo Caballero, ha tenido que recurrir a la ile­galidad de que la Inspección de Trabajo no inspeccione, ya que el Gobierno estima que mejor es el trabajo negro que nada. Lo mismo sucede con nuestras centrales sindicales hegemónicas, tanto CC.OO, co­mo UGT, que también defienden las tesis de no denunciar trabajo negro mientras sus ejecutores no dispongan de otro puesto de trabajo.
¿Quiénes padecen mayoritariamente el trabajo negro?. En esto sucede como en el tren de la catástrofe, que al relatarla el pe­riodista terminaba diciendo que «afortuna­damente todos los muertos viajaban en ter­cera». Cualquiera que se asome a estos problemas sabe que paga quien menos tie­ne. Si se hace la industrialización de Cata­luña, Madrid o Euskadi, en gran parte, fue posible, por el empobrecimiento humano y económico de Andalucía, La Mancha o Extremadura. El trabajo negro hoy lo rea­lizan portuguesas que en Badajoz cobran 1.000 pesetas al mes y mantenidas, sin salir de casa por carecer de documentación, ni siquiera los domingos; norteafricanos en Cataluña -y no solo en el Maresme-, Madrid o Valencia; portugueses en el Nor­te, etc., de forma que ganando todos muy por debajo del salario mínimo interprofe­sional o trabajando por obra terminada, sin seguridad social ninguna, se produzcan en España, como se están produciendo, sa­larios comparativos con los de Corea del Sur o Hong Kong.
Otro segundo sector de afectados son los parados y, en especial, los jóvenes que no han tenido primer empleo; otro, los emigrantes a las zonas enriquecidas de Es­paña; otro, las madres con grandes y gra­ves obligaciones familiares, etc.
Como decíamos antes, se puede resumir todo diciendo que los grandes sectores afectados por el trabajo negro son los que viajan en la tercera de la sociedad.
¿Cual son las causas de este hecho?. Creemos que sustantivamente dos: 1) El proceso tecnológico no es neutral en la or­denación de la sociedad. Una economía como la nuestra, que «pivota» sobre la violencia salvaje de las armas, necesita una tecnología que multiplique vertiginosamen­te sus posibilidades destructivas, por lo cual multiplica su complejidad, aparecen los complejos automatizados, la robótica, etcétera y, con ello, la nueva revolución in­dustrial en la que el hombre pesa cada día menos, etc. 2) Un proceso tecnológico así de salvaje necesita una sociedad donde el tener oprime sobre el ser, de forma y manera que la explotación del hombre por el hombre en el trabajo negro, sea tenido por una bendición: la de tener algún traba­jo donde hay 2.800.000 parados. Es decir, una tecnología de violencia exige una cultura y una sociedad de violencia y de inso­lidaridad que es la que tenemos. Y ahí está el drama Norte-Sur para el que lo dude.
Por eso está bien que nuestros obispos hayan planteado la necesidad de «una po­lítica redistributiva del trabajo» -y es el único grupo de la sociedad que ha tenido la vergüenza de decirlo-, así como la «ur­gencia de renunciar al pluriempleo y a las horas extraordinarias», -¿urgencia, sólo?- y que terminen recordándonos que debemos «ir sentando las bases de un nue­vo orden económico y social, más allá del capitalismo y el socialismo».
Sí, ciertamente, enfrentamos al cáncer del trabajo negro exige tener el valor de plantearnos una nueva sociedad. Juan Pa­blo II dice que «trabajo sobre capital»; eso todos sabemos que exige una revolución social y, de esto, ya nadie habla, y hasta se ha creado la alienante imagen de que se co­rresponda revolución con maldad, cuando todos sabemos que no sólo no es así, sino que puede ser todo lo contrario. Pero para seguir en la violencia de la insolidaridad y de la explotación es indispensable hacer creer que las cosas tienen que ser así. El demo­nio sigue siendo el padre de la mentira. Y es mentira que no podamos hacer una so­ciedad sin paro y sin trabajo negro, aun­que ello exija una revolución.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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