El Tercer Mundo está en sufriendo las convulsiones terribles de un desorden que supera en muchos casos ese cupo de terribles dolor ajeno al que nuestras conciencias se han ido acostumbrando. Terribles catástrofes naturales como la sequía africana (Etiopía, Chad, Malí...), guerras sobre las que no se informa sino de modo anecdótico (Timor, Camboya, Afganistán, Eritrea ... ), injusticias sociales y raciales escandalosas (la práctica totalidad de América Latina, Asia, Sudáfrica ... ). Toda una inmensa parte de la humanidad sumidad en una existencia precaria e infrahumana.
Se trata de muchos millones de hombres. ¿Quiénes son entonces los marginados, nosotros o ellos?. Tan acostumbrados estamos a hablar de los «marginados» que podemos pensar desde nuestra prepotencia que nosotros somos el centro y ellos los desplazados. ¡Qué gran error!. ¿No será más bien que nosotros somos los marginados de la realidad de la humanidad?. ¿No perteneceremos nosotros a esa pequeña minoría ausente en tantas ocasiones de la realidad sufriente de esta Tierra?.
En todo caso, es imposible vivir sin tener en cuenta esta realidad. Sería una mentira. Sin embargo no debemos dejar que aflore la sensación de impotencia, porque nosotros sí podemos hacer algo. Podemos sobre todo despertar nuestra conciencia. Cambiar nuestra forma de vida hacia la pobreza, la austeridad y el compromiso eficaz de servicio y solidaridad. Sólo hombres que en la sociedad española sean capaces de reconstruir en todos los ambientes una conciencia de verdad y unas estructuras de justicia, podrán realizar de la forma que proceda un servicio auténtico a los pueblos del Tercer Mundo. Y tengámoslo en cuenta, todos aquellos que no sientan en su carne la miseria de los otros como una quemadura nos harán polémicas vanas.
Ahora bien, estos pueblos no son sólo escenario de sufrimiento y dolor. También viven, crean, luchan, avanzan y desarrollan culturas extraordinariamente ricas. Una mirada exclusivamente compasiva hacia ellos sería incomprensiva. El Tercer Mundo pide solidaridad, es decir, un diálogo auténtico que les valore justamente y que acepte su realidad, su historia y por supuesto su independencia. Sólo en un diálogo en el que nosotros reconozcamos nuestra necesidad de los pueblos pobres podrá surgir una nueva conciencia de fraternidad universal.
Desde estas páginas queremos unirnos a todos estos pueblos.
Unirnos también a aquellos que en un gesto profundo de amor gratuito a los hombres y los pueblos entregan su vida llevando un aliento de esperanza, de fe y de amor: los misioneros.
Sin duda ellos son los pioneros de esa nueva conciencia de fraternidad, los pioneros en la construcción de una tierra distinta.
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