MENSAJE : Algo que decir y ofrecer a los demás, en nuestro caso de parte de Dios. Misión profética, por consiguiente. El profeta es un cristiano con vivencia de Dios y con vocación y misión de comunicarla a los demás. Teresa lo ha sido y sigue siendo.
Y su misión, su mensaje, ha sido decirnos con su vida y sus escritos que la vida cristiana es vida de oración, de diálogo vivo y caliente de amor con Dios que es el Amor. No para gozarlo, sino para tener amor con que responder a ese mismo Dios y tener amor que repartir a los hombres hermanos. La vida cristiana es por lo tanto un puro ejercicio teologal de fe y de amor, conscientemente cultivado y hasta vivenciado, que por eso tiene que florecer en virtudes, en obras, en siembra de amor. Una vida comprometida, entregada, mística y misionera al mismo tiempo. La vida es oración y la oración es vida.
Teresa fue en su tiempo la mujer profética que Dios regaló a su Iglesia para salvar la práctica de la oración silenciosa (meditativa y contemplativa) en la crisis que padeció esa práctica en aquella hora conflictiva del siglo XVI (en el protestantismo se la rechaza al politizarse y secularizarse; en el catolicismo se hace entonces sospechosa ante
los abusos de que se la acompaña). Y Teresa es donada por unos (vientos de secularización, de activismo a ultranza, de utilitarismo inmediato...), o cultivada por otros con riesgo de aventuras extrañas y desviadoras.
Teresa ha padecido una experiencia vivísima de Dios. Una experiencia, de la cual ella ha hecho, con un realismo y una sinceridad impresionante, el más riguroso discernimiento. Discernimiento a la luz de su inteligencia intuitiva y femenina, pero de una asombrosa penetración. Discernimiento a la luz de la fe, una fe vivida y cultivada por la oración, ese "tratar de amistad" con Dios que es el Amor, Padre, Esposo, Amigo divino. Un Dios que se hace cercano a Teresa en "el buen Jesús", el Verbo Encarnado. Teresa es evidentemente cristocéntrica siempre; por Jesús llega y se abisma en el misterio trinitario. Y discernimiento sobre todo por el control eclesial al que supo someter su experiencia, con una humildad radical que le hizo buscar y enfrentarse con la verdad sin miedo, con valentía.
Ella misma nos ofrece los resultados de esa crítica de su vivir endiosado en sus escritos palpitantes de emoción, de vida...
Una experiencia que se tradujo en realizaciones estupendas de virtudes heroicas, de fundación de conventos de carmelitas, "palomarcitos de la Virgen", de enseñanzas magistrales orales y escritas. Realizaciones que perduran, y perdurarán seguramente siempre, porque llevan el sello de lo auténtico, de lo verdadero, de lo eternamente vital. Teresa es y será siempre actual.
No que ella tenga solución inmediata a todos nuestros problemas. Como todo mortal está condicionada por su espacie y su tiempo, y sobre todo por su misma sicología personal tan rica y tan recortada. Por ejemplo, ella no conoció el fenómeno del ateísmo social que hoy enrarece el aire que respiramos (entonces, cristianos o no, todos eran profundamente religiosos, los incrédulos eran excepción escondida). Pero esa vivencia suya de lo divino, tan espléndida, tan garantizada por el resplandor de su vida y de sus obras, por su sensación de plenitud y de alegría..., y tan cálida-y contagiosamente comunicada, hacen de la santa un excepcional testigo de Dios junto a nosotros, los hombres del siglo XX, menesterosos de Dios como los de todos los tiempos, sedientos de verdad y de amor...
Teresa se definió a sí misma cuando nos dijo que "se le llenó el alma de sol", del sol divino, y esa luz pudo y supo irradiarla en su entorno, y con proyección universal y eviterna... Ella nos alcanza a nosotros y nos invita a querer compartir con ella sus preciosos hallazgos, a adentrarnos con ella por los caminos de la oración, del encuentro con Dios, y por ende con nosotros mismos y con los hombres hermanos.
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