En el 90 aniversario de la publicación de la primera gran encíclica sobre la cuestión social Rerum Novarum de León XIII, Juan Pablo nos ofrece su tercera encíclica Laborem Exercens, dedicada precisamente al trabajo humano, problema clave de la cuestión social.
DENTRO DEL MARCO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El objetivo de la doctrina social de la Iglesia no es dar formuladas detalladamente las soluciones concretas de nuestros complejos problemas económicos y sociales; sino aplicar la luz de los principios evangélicos a la cambiante realidad de las comunidades humanas; interpretar con el auxilio del Espíritu de Dios los signos de los tiempos y así indicar proféticamente las máximas necesidades de los hombres, hacia dónde camina el mundo y cuáles son las grandes rutas por las que hay que buscar una paz fundamentada en la justicia. A este nivel de elevada responsabilidad pastoral se sitúan las enseñanzas de la Iglesia.
En esta línea como primera gran encíclica social se sitúa la encíclica Rerum Novarum de León XIII sobre la situación de los obreros, publicada en 1891 en un ambiente dominado por un liberalismo extremo, una competencia sin límite, por un capitalismo prácticamente hostil a la Iglesia, la aparición de un socialismo que se declara materialista y anticlerical, por una falta de organización social y por la miseria del obrero.
40 años después se publica la encíclica Quadragésimo Anno de Pio XI sobre la restauración del orden social y su perfeccionamiento de conformidad con la ley evangélica. Se publica en una época de progresiva desintegración de la sociedad, de un régimen económico capitalista a gran escala, de grandes monopolios, etc... y de un socialismo radical y otro moderado. Sus enseñanzas ya no se encuentran tanto entorno a la justa solución de la llamada cuestión obrera en el ámbito de cada nación, sino que se amplía el horizonte a dimensiones mundiales.
En la dirección de búsqueda de vías para un justo desarrollo de todos los países y continentes, se mueven las enseñanzas contenidas en la encíclica Mater et Magistra de Juan XXIII; en la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II y en la encíclica Populorum Progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, de Pablo VI.
Muestra del vivo interés de la Iglesia y de los cristianos por la cuestión social es la creación, como fruto del concilio, de la pontificia comisión Justicia y Paz. En conexión con toda la tradición de tales enseñanzas e iniciativas, se sitúa esta encíclica que Juan Pablo II dedica al trabajo.
PREOCUPADA FUNDAMENTALMENTE POR EL HOMBRE DE HOY.
En línea con sus anteriores encíclicas centrada en el hombre "camino primero y fundamental de la Iglesia" Juan Pablo II dedica este documento al hombre en el vasto contexto de esa realidad que es el trabajo.
Se escribe en un ambiente en que se dan nuevas formas capitalistas y colectivistas e intentos de una tercera vía intermedia, en que hay una distribución desproporcionada riqueza-miseria y desigualdades que se dan no sólo a nivel de clase sino también a nivel mundial con un distanciamiento cada vez mayor entre países pobres y ricos; en una época en que un incremento tan increíble de la técnica, junto con las mejoras puede traer problemas tales como que se anteponga la técnica a la ética e incluso el peligro de una destrucción total por guerra nuclear; y en unas circunstancias donde las relaciones entre obrero-empresario-estado son cada vez más tensas. Juan Pablo II es consciente de todas estas realidades y afirma la dignidad del hombre como fundamento y principio.
En un estilo sencillo y profundo, el papa revela su personalidad y mentalidad. Es un hombre que quiere vivir el gozo de la fe y proclama su cristianismo. Presenta sus convicciones sin ambages. Tiene conciencia de que la Iglesia es buscadora de la verdad, por tanto no deja cerrado los temas, sino que esboza, da pistas. No dice verdades nuevas, pero sí da nuevas orientaciones y planteamientos. Y, ante todo, es una encíclica centrada en el hombre. Su vocación es la salvación del hombre.
EL TRABAJO Y EL HOMBRE
El papa reafirma la fe de la Iglesia en el hombre. Él es el centro, el sujeto y el fin de toda la actividad productiva.
Si el trabajo es reconocido como una dimensión esencial del hombre desde las primeras páginas de la Biblia, es un hecho constatable históricamente que desde perspectivas económica; capitalistas y colectivistas, se ha llegado a considerar al hombre no como sujeto sino como instrumento de producción, como mercancía que se ha de vender al poseedor del capital. En las palabras del Génesis "procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla", la Iglesia descubre el mandato de Dios al hombre de someter y dominar el mundo. Así, el hombre se configura a imagen de Dios cuando trabaja porque participa en el plan original del creador.
Se trata pues, en estos apartados, de conducir a una inversión de los valores que han producido el sistema capitalista y el socialista. De colocar la dignidad del trabajador en el centro de todo proceso productivo, incluso en unas circunstancias nuevas en que la técnica y el sistema de trabajo mecanizado puede desplazar fácilmente al hombre de su lugar central y primario en el mundo del trabajo.
Por ello Juan Pablo II asume la justa reacción del mundo obrero que ha llevado a éste a una lucha por la dignidad del hombre, a una solidaridad frente a todo tipo de explotación, manipulación y relegación de las decisiones en la gestión de las empresas.
La iglesia, porque pretende ser "Iglesia de los pobres" está vivamente comprometida en esta causa, desde una inquietud permanente por el hombre, por el trabajador y por las condiciones en que vive.
Este concepción del trabajo tiene su punto de partida en la familia que es "primera escuela interior de trabajo para todo hombre"; y desde aquí pasa al ámbito social en que la actividad laboral aparece como servicio al bien común de la nación y en última instancia de toda la humanidad.
CONFLICTO ENTRE TRABAJO Y CAPITAL
Tras la revolución industrial, los empresarios, con el afán de máximo beneficio, trataban de establecer el salario más bajo posible para los obreros, además de otras formas de explotación. Conflicto que algunos consideran con carácter de clase, se ha expresado después en el conflicto ideológico entre capitalismo y marxismo.
Después de este análisis, Juan Pablo II recuerda un principio enseñado siempre por la Iglesia: "principio de la prioridad del trabajo frente al capital", que se encuentra en el relato de la creación y, por otra parte, se deduce de la experiencia histórica del hombre, ya que todo lo que sirve al trabajo es fruto del trabajo.
A la luz de esta verdad, no se puede separar el capital del trabajo, ni se pueden contraponer. Ambos están íntimamente unidos, aunque, eso sí, el capital subordinado al trabajo. Si esto no se respeta, se cae en el error del econimicismo y materialismo, ya que se considera el trabajo humano según su finalidad económica y se subordina, por tanto, el hombre a lo material.
El problema del trabajo está ligado al problema de la propiedad. Por eso, el papa nos recuerda los principios básicos de la doctrina social de la Iglesia respecto a este punto.
La iglesia reconoce el derecho a la propiedad privada, incluso los medios de producción. Este derecho no es absoluto e intocable, sino que está "subordinado al derecho del uso común y al destino universal de los bienes". "El único motivo legítimo para la posesión de bienes es que sirvan al trabajo"; no pueden ser poseídos contra el trabajo o poseídos por poseer.
Por último, en este apartado, el papa subraya que "el trabajo humano no mira únicamente a la economía, sino que además implica los valores personales", es decir, no se trata tanto de pagar un salario justo sino de procurar que el hombre tenga conciencia de trabajar en algo propio y se estimule con su amor al trabajo.
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