El hombre, para aspirar a cierta plenitud, precisa del intercambio y comunicación con otras personas. Cuando esta comunicación, está orientada a formar algo tan básico como una comunidad de vida, se entiende que ha de afectar a las raíces mismas de su ser; a aquello que de por sí es más hondo y más estable.
Cualquier actividad o quehacer, bueno en sí mismo, que realice la comunidad, quedaría desvirtuado instantáneamente si no procediese de aquello que enraíza y da sentido a la comunidad. Por tanto una comunidad no se identifica sólo por su actividad, sino por aquello que es su razón de ser, por algo más esencial que configura y unifica todo lo demás.
Ese "algo" para nosotros los cristianos no es difuso, ni es una ideología, ni siquiera es un modo de obrar o una moral; ese "algo" es muy concreto y personal, es Jesucristo. Sólo Él nos da vida auténtica cada día. De ahí que la mirada unificada de la comunidad haya de estar, más allá de los inmediato, orientada continuamente hacia el Maestro, en contemplación.
A partir de este acuerdo básico surge la verdadera comunión; en la que toda actividad del grupo alcanza su debida plenitud; y en la que se fundamenta toda amistad: tanto la que se da entre los propios miembros del grupo, como la que se ofrece a todo hombre por el hecho mismo de serlo.
Toda manifestación de la comunidad en cada una de las realidades en que diariamente irrumpe, hace referencia a la persona de Jesucristo, cobrando así un valor único. De esta manera se perfila y define, progresivamente, lo que es específicamente cristiano; y, como tal, se presenta al prójimo, siendo una alternativa perfectamente distinguida de lo pagano.
La comunidad como Iglesia que es, vive en un doble encuentro, en una doble apertura: está abierta a Dios y está abierta a todos los hombres. Ambos encuentros son esenciales e inseparables en el ser cristiano. No se puede llamar cristiana la comunidad que no se abra al mundo redimiéndolo en Cristo. Tampoco puede denominarse así la que tomando unos valores y una ética cristiana se desvincule de su dimensión divina. "A través del culto divino, de la escucha de la Palabra y de la oración comunitaria, los cristianos mismos reciben la exhortación del ser, por su parte, una exhortación para el mundo". Si esto no lo entendemos, no entendemos que es ser cristiano; en definitiva, desconocemos quién es Jesucristo y quién es su Iglesia.
Tomado de "Ecos universitarios"
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