NUEVA TIERRA:
Un título debe, ante todo, decir lo que quiere decir. Pero no debe decirlo todo; de lo contrario, ya no haría falta la revista, bastaría con el título. Cuando un título lo dice todo, ya no es preciso seguir leyendo, se trata de un slogan, de una de esas frases cuyo éxito radica precisamente en su economía. En tiempo de crisis energética, eso siempre es importante.
¡Lástima que la única energía que economizamos es aquella que sólo se agota cuando no se explota, aquella cuya extracción no exige costosas instalaciones industriales, sino que sólo puede obtenerse por el procedimiento -artesanal - de estrujarse el cerebro! Los slogans abaratan el procedimiento, desde el momento en que ahorran a unos cuantos millones de imbéciles la penosa operación de pensar. En la sociedad industrial, los pensamientos se fabrican también en serie, como ciertas clases de cerámica que tuvieren un pasado glorioso, y que hoy se encuentran -idénticas, por millares - en todos los grandes almacenes. En uno y otro caso, lo que el cliente valora no es el producto -que casi nunca vale nada - , sino la etiqueta.
Puesto que nos hemos ido por la publicidad, hay que reconocer que pocos vocablos tienen un consumo tan grande como el adjetivo "nuevo" y sus derivados. Desde el detergente hasta las ideas, un producto que no puede apostillarse de "nuevo", es un producto fuera de combate. Es como si la palabra poseyese el poder mágico de estimular los jugos gástricos del hastiado hombre moderno. Y como la omnipotente máquina no tiene otro interés que el de desarrollar indefinidamente el aparato digestivo del
"homo economicus", el uso del estimulante digestivo se ha hecho imprescindible. Si no fuera por él, el hombre no podría seguir "tragando", y la máquina tendría que detenerse, lo que desde un punto de vista financiero nunca es rentable. Solo que uno se pregunta qué pasará el día en que la droga no produzca su efecto y, literalmente, el hombre "no pueda más". ¿No se convertirá la tierra en una inmensa vomitona ?
Dios mío, esto no es broma. El mundo está explotado y abusando de la esperanza del hombre, es decir, de su pobreza. ¿En beneficio de quién? A lo peor de nadie. Pero gracias a ese procedimiento, la propaganda de todos los signos hace creer al hombre que existe una felicidad a bajo precio, que no exige asumir el terrible riesgo de la vocación humana. Porque cuando el hombre corre tras un "nuevo" producto, tras un "nuevo" coche, tras una "nueva" ideología, o tras un "nuevo" periodo de la historia, corre, probablemente sin saberlo, tras su esperanza, esa señal imborrable que ha dejado en su corazón la imagen de Dios.
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