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Huellas N., Diciembre 1982

CULTURA

Solidrnosc una experiencia humana

Quisiera presentaros la experiencia de Solidarnosc, la experiencia polaca no según una categoría política, como hace la prensa; sino como una categoría moral. Creo que sería necesario partir desde este punto de vista, porque el origen de nuestro movimiento es la experiencia de una moral selecta.
Para comprender el contenido re­al, el contenido humano de la experiencia de Solidarnosc, es necesario conocer la si­tuación en la que se encuentra Polonia desde hace muchos años, labor precisa es poder imaginarnos la condición del hombre en gene­ral, del hombre que trabaja y también de la sociedad de un país de régimen totalitario.

HOMBRE Y SOCIEDAD EN EL REGIMEN TOTALITARIO
En Polonia todos trabajamos pa­ra un mismo amo: el Estado. El Estado es el amo omnipotente que puede decidir en todo: tiene derechos propios, de él emanan órdenes y decretos, utiliza un departamento de justi­cia, una policía y un servicio de seguridad que le mantienen. Hasta el año 1980 los trabajadores no tuvimos un sindicato auténti­co, pues los sindicatos que habíamos tenido hasta entonces dependían totalmente de la autoridad del partido, y del Estado. El mercado de trabajo estaba subordinado a la ideología comunista del partido. Esto signi­ficaba que la posibilidad de trabajar, los salarios, la probabilidad de avanzar en la carrera profesional de cada ciudadano depen­día de la situación que gozases cerca del poder. Existía el fenómeno de la nomenclatu­ra, que consistía en el hecho de que todo cargo de cierta importancia sólo se podía obtener a través de un nombramiento directo desde el partido. El trabajador se queda entonces sin la posibilidad de hacer una oposición eficaz y legal. O la oposición era legal, pero no daba resultado, o debió de ser ilegal. Tal condición del trabajo está coligada a la situación de toda la vida pública de la sociedad.
A este sistema se le denomina totalitario. Para Polonia esto significa, en primer lugar, que el poder es absolutamen­te independiente de la voluntad de la socie­dad, ya que las elecciones están falseadas, en segundo lugar, prácticamente no están reconocidas las leyes y derechos de los ciudadanos. De esto resulta, que toda la libertad está regulada: el poder decide a quién y en qué medida se debe de conceder. Del mismo modo no hay libertad de informa­ción, pues la censura limita la verdadera información. Esto hace que cambie la reali­dad de la cultura, la instrucción, la ense­ñanza, que están basadas en su ideología.
Esencialmente falta la veracidad. Y todos estos aspectos están ligados a la omnipoten­cia de la policía, que no da cuenta de lo que hace ante ningún tribunal, y hace lo que quiere. Un sistema político tal puede funcionar mientras la sociedad esté pasiva frente a las órdenes impartidas, del mismo modo la economía y la vida política pueden funcionar, siempre que la sociedad sea obe­diente.
¿Cuál es la posición que debe de adoptar el hombre ante este hecho? El hombre no es el autor de la acción misma, pero sí es el objeto de la acción del poder. Sabe que debe ser obediente y que no es responsable de nada, sólo debe acatar las órdenes del partido. Como es obvio, el hombre en tales condiciones está alejado de la vida pública y se vuelve asocial. De este modo se llega a la privación de objeti­vos individuales: nada me interesa, sólo aquello, que me concierne a mí o a mi fami­lia. Os ruego que prestéis atención en cuan­to a que este estado de hechos está ya lejos de todos los slogans del socialismo.
El hombre en este sistema no está bien informado de lo que ocurre en torno a él y vive con un continuo miedo: tiene miedo de perder el trabajo, de perder (si es estudiante) la posibilidad de estu­diar, de perder la posibilidad de tener un pasaporte para salir al exterior, y por último, teme todo contacto con la policía. En este sistema el hombre se encuentra solo, aislado, sabe que es débil y que su amo, el Estado es potente, tan potente como el Krem­lin. Además este hombre sabe que nada podrá hacer para cambiar. Semejante vida genera un proceso de destrucción de la persona.

ELECCIÓN PERSONAL Y CAMINO EN COMÚN
Veíamos que la situación política tiene efec­tos sobre la moralidad pública y sobre la privada. Pero permanece la pregunta ¿Quién es el responsable de esto? Cada uno de nosotros, el hombre de la calle, ¿es quizás responsable de un sistema que nosotros no hemos elegido? La respuesta obvia es que este sistema se nos ha impuesto y ya lleva tantos años, que no podemos cambiarlo mien­tras no seamos responsables.
No obstante, esta pregunta dio lugar en el pasado a algunas tentativas de cambio. Los años 1956, 1968, 1970, 1976 representaron continuas tentativas de hacer algo, pero sin éxito. Y la pregunta permane­ce, era la pregunta que nada de una necesi­dad moral de protesta, afectaba a muchos polacos y exigía una elección personal. Esta protesta era demasiado costosa: para unos significaba la pérdida de trabajo, para o­tros hasta el arresto.
Esta situación dio lugar al momento en que los trabajadores se declara­ron en huelga en agosto de 1980 en la ciudad de Danzica. La huelga era considerada entonces como una acción ilegal, sin embargo este grupo de personas deciden iniciar algo. Yo todavía no estaba en Danzica, pero sé que se trataba de la suma de una serie de elecciones personales. No pensábamos cambiar la situación, intentábamos protestar, decir un gran NO, y así defendíamos de algún modo la propia dignidad. Era una huelga contra el miedo y contra el propio sentido del realismo, nadie esperaba que fuese a tener éxito.
Pasados unos días, los trabaja­dores invitaron a un grupo de activistas de la oposición para que colaboraran y decidie­ran con ellos, en este grupo me encontraba yo. Seguramente esta ha sido la experiencia más importante de toda mi vida pública. Nos encontrábamos ante una situación inesperada: hasta entonces habíamos estado privados de libertad, más tarde comprobamos que la elec­ción a participar en la huelga nos hizo sentirnos de improviso libres. Cada uno de nosotros habíamos creído siempre que estába­mos solos, al unirnos en la huelga, descubri­mos la presencia de amigos alrededor nues­tro, a otros que eran iguales que nosotros. Todos nosotros, unos más otros menos, estába­mos inmersos en nuestro egoísmo, en nuestros problemas personales, repentinamente, sin ha­ber hecho nada, nace el sentimiento de soli­daridad. Llevábamos sobre nuestras espaldas años de miedo al poder, en aquel momento nos sentíamos valientes. Y por último la experiencia más inesperada: hasta entonces nos habíamos creído débiles, no podíamos hacer nada, pero en ese momento comprendimos que éramos una gran fuerza.
Cuando empezó la huelga, nues­tra única fuerza era la fuerza de una moral selecta, pero después de dos semanas al terminar la huelga estábamos de acuerdo en que éramos una gran fuerza política, que podía hacer cambiar la situación del país. Lo que parecía algo extraño se convirtió en algo claro: que la fuerza moral puede tener consecuencias políticas. Ahora el movimiento que nacía se encontraba en una situación completamente nueva e imprevista: si somos fuertes, podemos cambiar la situación, y debemos empezar a cambiarla. Pero no estába­mos preparados, no teníamos programas. Había­mos emprendido esta acción para protestar moralmente y nadie preveía, ni siquiera los huelguistas, que más tarde, fundamos Solida­rnosc, que en el transcurso de uno o dos meses tendríamos con nosotros a más de diez millones de personas.

DAR PRECISIONES CONCRETAS PARA LA AFIRMACIÓN DE VALORES
Sucedió cuando preparábamos demasiado deprisa, un programa de renova­ción para la vida pública. Este programa debía estar ligado a la vida. No queríamos cargar con una teoría, somos partidarios de dar precisiones concretas a la gente.
Cuando terminó la huelga nadie pensó en volver a tener miedo en la vida, así descubríamos el valor que tiene la justi­cia. Ninguno queríamos saber qué era lo que realmente sucedía en esta sociedad, es así como estando juntos afirmábamos el sentido de la verdad. Todos queríamos organizar al­go, construir un sindicato con las leyes propias del trabajador, fundar cooperativas y asociaciones, y para esto se necesitaba el respeto de todos hacia los derechos del hombre. Por último ninguno quería volver a objeto de las decisiones de la autori­dad, queríamos acercar la posibilidad de la autogestión, lo cual nos llevaba a reconocer que nosotros debemos ser los sujetos, se nos mostraba el valor de la dignidad humana.
Bajo el fundamento de esta necesidad, que nos llevaba a afirmar los valores, habíamos intentado construir nues­tro programa social, económico y cultural. No queríamos llegar a un programa político, pero a pesar de todo, en este sistema a cada propuesta nuestra ya fuese económica, social o cultural, se transformaba de súbito en una propuesta política. En un principio no imaginamos que íbamos a ser una fuerza política, pero era en lo que se estaba convirtiendo. También tratamos de hacer un gran programa social pero de igual modo, se revelaba con una carga de significado político.

Nace así el sindicato Solidar­nosc: Ahora se nos podría preguntar, en qué medida Solidarnosc es un sindicato y en qué medida es un grupo que abarca a toda la sociedad. Deseábamos inscribir y hacer parte de Solidarnosc, no sólo a los trabajadores, sino también a los jóvenes y ancianos. A la pregunta: ¿Qué es lo que constituye la fuer­za de Solidarnosc el sindicato o la nación? Yo respondería que Solidarnosc es sobre todo un sindicato, entendido como un lugar de encuentro de toda la sociedad, y que se ocupa de cuestiones que abarcan a gran núme­ro de situaciones, que normalmente un sindi­cato no se interesa. En nuestro país hay que poner muchas cosas en orden y somos la única fuerza auténticamente social capaz de hacerlo. La sociedad nos ha dado un apoyo tal, que no podemos imaginarnos la posibili­dad de sostener a otra fuerza más.

ENGRANAJE VIEJO, SOCIEDAD NUEVA
Como único antagonista nuestro, ha permanecido el poder, el gobierno, el partido.
Como sabéis desde hace un año, es decir, desde que existe Solidarnosc, la prensa habla de conflictos en Polonia entre el partido y el sindicato. Naturalmente no os contaré la historia de estos con­flictos, pues requeriría muchas horas, pe­ro quiero expresar su significado funda­mental, que gira en torno a esta cues­tión: ¿quién tiene derecho a representar a la nación, el partido comunista o Soli­darnosc? La sociedad ha cambiado, mien­tras que hasta ahora el partido y el poder no han cambiado, o ha cambiado muy lentamente y se encuentra en la actuali­dad frente a la pregunta: ¿Es realmente necesario hacer una transformación en la vida pública o basta cambiar los slo­gans? Dicho de otro modo: ¿se puede gober­nar de una manera diferente que no sea la de impartir órdenes a una sociedad obediente?
Polonia en este momento da la impresión de que es un mecanismo com­puesto de dos partes; una de las cuales, la sociedad, se ha rehecho de nuevo, mien­tras que la otra ha permanecido vieja, no hay entonces que maravillarse si este mecanismo no funciona. Es necesario susti­tuir esta parte vieja por una nueva, sólo así el mecanismo podrá volver a funcio­nar. No soy un economista, pero me parece que existe esta necesidad para que la economía pueda volver a su cauce normal.
La historia se hace día tras día, hace dos meses que estoy fuera de casa, de mi país, y todavía no estoy en condiciones de hacer un balance diciendo lo que hemos o no hemos obtenido y que cosas pasarán en el futuro. Con segu­ridad, nuestra situación es muy incierta: existe el problema de nuestros vecinos; el problema del aparato del partido, que al fin comprende que la sociedad no tiene miedo; el problema de la sociedad que en las actuales condiciones económicas puede no, ser capaz de resistir esta situa­ción a un mismo tiempo activa y paciente. No sabemos cómo terminará todo esto, pero si puedo decir que: la nación polaca des­pués de más de 30 años, renace como suje­to independiente y una gran parte de la sociedad ha tomado conciencia de lo que significa la dignidad humana.

LAS FUENTES DE RENOVACIÓN
En Occidente a menudo nos pre­guntamos dónde ha tenido origen esta transformación y en particular cuál ha sido la influencia del Cristianismo sobre lo sucedido en Polonia. Deseo aclarar el problema, ya que concurren opiniones que dan una imagen falsa de esta realidad. Hay cuatro puntos para comprender:
I. La religiosidad polaca.
A propósito de la religiosidad lo que todo el mundo cree es que la reli­giosidad polaca está masificada, es tradi­cional, sentimental. Los sociólogos han sentenciado hasta hace poco que se trata­ba de una costumbre social, la cual se transmitía de generación en generación, como una costumbre. Y es justo aquí donde se equivocan porque es necesario recordar que desde hace 30 años en Polonia ser cristiano quiere decir, ir al encuentro de una serie de dificultades de orden político: dificultad en los estudios uni­versitarios, dificultad en el lugar de trabajo y en la carrera profesional, en cuanto al calificativo "clerical", hoy desprestigiado, tiene un sentido de gran significado político. En tales condicio­nes, si alguno decide tomar parte activa de la vida de la Iglesia lo hace responsa­blemente, no cumple una elección dictada por el oportunismo, así pues se trata de una religiosidad auténtica. En efecto, ninguno arriesgaría su carrera por una costumbre.

II. El papel de la Iglesia polaca.
En cuanto al papel de la Iglesia polaca, dejemos aparte todas las consideraciones históricas pues podría ser tema para un curso entero. Si nos referi­mos, por el contrario, a este último pe­riodo, podemos señalar que la Iglesia ha tenido tres momentos fundamentales: en primer lugar, en nuestro país la Iglesia ha sido la única institución verdaderamen­te independiente del partido. En segundo lugar, ha sido la única institución públi­ca que no mentía (es necesario vivir en un país totalitario donde toda la vida pública está llena de mentiras para poder comprender la grandeza de este valor. En fin que en nuestra Iglesia no ha existi­do, ni existe, el oportunismo político) la situación es tal que esto parece impo­sible. Creo que una Iglesia que vive en condiciones difíciles, y no está de nin­gún modo ligada al poder, es más simpáti­ca a los ojos de la gente de cuanto pueda ser una Iglesia fuerte y rica. En Polonia se ha verificado un extraño fenó­meno: personas que no creen en Cristo, tienen confianza en la Iglesia como fuer­za ideológica, como institución que no miente que está de parte del pueblo.
En tales condiciones la Iglesia ha podido claramente desarrollar un papel significa­tivo y sólo en esta atmósfera se puede comprender lo que para nosotros ha queri­do decir la elección de un Papa polaco.

III. La presencia del Papa
La elección del Papa polaco ha sido para nosotros un shock, nos ha dado una inmensa alegría a la vez que un gran sentimiento de satisfacción. El siguiente gran acontecimiento, ha sido su visita a Polonia, durante la cual hemos sentido una llamada a la renovación a través de las numerosas homilías y discursos pronuncia­dos. Cuando volvamos hoy la mirada hacia atrás, a aquel momento vemos el nacimien­to de Solidarnosc el momento de hacer operativa aquella llamada. Naturalmente contribuyeron otros factores, pe­ro la influencia del Papa seguramente ace­leró este proceso.

IV. Los valores cristianos
Nos referimos a los valores típicamente cristianos que se nos han hecho visibles en esta solidaridad. Ante todo la capacidad de vivir: muchísi­mas personas han sido capaces de vencer al propio egoísmo, dar un significado al propio tiempo y a los propios intere­ses, por el trabajo en el sindicato. En segundo lugar el coraje o más bien la capacidad de vivirla el propio miedo. Un tercer valor, quizá el más cristiano, es la esperanza, en fin la capacidad de abstenerse del uso de la violencia, y la paciencia que maravilla a aquellos que nos observan.
Hay alguien que ha dicho: ¿Pero qué revolución es ésta, si ni siquiera se ha roto un cristal? Creo que todo esto está unido a la inspira­ción cristiana.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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