Durante unos días hemos vivido una atención intensa sobre la política nacional, las elecciones, los partidos y la nueva configuración del gobierno surgido de las urnas. La propaganda y los medios de comunicación, han conseguido agitar nuestra conciencia y despertar el interés de los ciudadanos por el problema político. Pero ya ha pasado todo, y aunque la novedad de un gobierno socialista en España por primera vez en su historia, mantiene nuestra expectativa, lo cierto es que la temperatura política ha descendido en gran manera.
¿Y ahora, qué?, ¿qué ha significado en nuestras vidas la participación en estas elecciones, y el resultado de las mismas? Es ahora, el momento de un juicio cristiano preciso y humilde sobre un tema que desde nuestro punto de vista es importante. Ante todo, la experiencia de todos estos acontecimientos nos puede sugerir algunas reflexiones:
1. Es ilícito para el cristiano la evasión del problema político. Es un hecho que el cristiano considera con un cierto pesimismo, o por lo menos con una cierta indiferencia, el destino del orden social. Sería muy complejo el adentrarse en las razones de este abandono flagrante, por parte de la generalidad de los cristianos: un recogimiento mal interpretado, un desencanto por la acción pública y el compromiso social, una conciencia errónea de que en el fondo no merece la pena luchar por este mundo, etc.
Sea como sea as claro que un cristianismo bien pensado y bien vivido no puede llevar a la resignación y a la pasividad social. Es necesario el compromiso social, y la presencia cultural del cristiano en el mundo. Y eso es una labor política; desde luego no entendiendo por política exclusivamente la lucha partidista por el acceso al poder, sino la presencia civil, social, cultural en los acontecimientos. Se trata en definitiva de una presencia histórica de nuestra fe, a la cual no es lícito renunciar.
2.No podemos permitir la opresión de las ideologías. Es un hecho, que las ideologías terminan haciéndose globales, totalitarias, aspirando a tener la respuesta para todos los problemas humanos. Esta es la gran tentación de las ideologías.
Como cristianos tenemos la certeza de que eso no es así y que el resultado de las elecciones por muy trascendental que sea, no abarcará nunca toda nuestra realidad personal. No podemos aceptar el ideologismo, el paupoliticismo. Porque la primera política es vivir y los partidos e ideologías no enseñan a vivir, no son capaces de ofrecer una vida nueva, una respuesta verdadera al problema humano.
En realidad, y pese a quien pese, sólo la tensión hacia un ideal de vida verdaderamente humano puede cambiar al hombre y la sociedad.
Pero pasemos al terreno de lo concreto, de la situación surgida en España por la victoria socialista y la nueva configuración del parlamento.
En primer lugar dejar sentada cuál debe ser nuestra actitud. La respuesta es casi ya un tópico:
la colaboración, el apoyo leal en todo lo que promueva mayor justicia y mayor libertad; y eso con este gobierno, igual que con cualquier otro que hubiera surgido de la voluntad popular.
Pero ¿qué podemos exigir del nuevo gobierno y del nuevo parlamento? Esto es lo más importante porque nos puede llevar a una crítica concreta de una gestión concreta.
En principio debemos exigir una acción decidida en servicio del bien común de todos los españoles, lejos de todo partidismo y de todo entendimiento sectario de la política. Veamos en qué se concreta desde una conciencia cristiana ese bien común:
- En primer lugar en la garantía de poder vivir con libertad aquello en lo que se cree. Es decir, que se asegure la libertad de comprometerse o la verdad en que hemos creído y la libertad de comunicarla y manifestarla públicamente. Sería inadmisible todo intento directo o indirecto de impedir a los ciudadanos la libertad de conciencia, la libertad de expresión pública de lo que se cree que es la verdad, o de impedir la comunicación de la propia creencia a los hijos.
- Promover por todos los medios el derecho al trabajo. Este derecho, imprescindible para la realización de una vida plenamente humana, es negado hoy por nuestro sistema, que se ve incapacitado para ocupar a todos los españoles; y esto es un problema que nos atañe profundamente a todos. Que no se escatimen sacrificios a todos los niveles para salvar de la tragedia del paro a tantas familias. Y justo a esta recuperación del derecho al trabajo, una recuperación de la dignidad del trabajo. Es decir, que es importante devolver al trabajo su sentido verdadero hoy olvidado: medio de subsistencia para conseguir unas condiciones de vida humanas, escuela de sacrificio y solidaridad, fuente realización verdadera y de sentido comunitario.
- Una defensa de la vida humana desde el momento de la concepción. Trabajando seriamente en la erradicación de las causas que puedan llevar a la realización del aborto, pero sabiendo siempre que no hay nada nunca por encima del derecho primario a la vida.
- Una defensa eficaz y no sólo teórica de la familia como primera comunidad humana, como verdadera posibilidad de experiencia de donación. En ella los hijos se capacitan por el amor, para buscar la verdad que guiará su vida.
Estos son aspectos fundamentales a los que debemos atender con gran prudencia y sentido crítico, pero que podrían ampliarse mucho más. Es evidente que nos hemos movido al nivel de principios, pero no viene mal el ir suscitando una sensibilidad crítica y una atención permanente por los problemas sociales, políticos, económicos. Una sensibilidad que se vaya transformando con el tiempo en una presencia cristiana en la historia, en la política, en la cultura.
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