El Concilio Vaticano II sitúa al Obispo dentro de un adecuado encuadre eclesiológico, en el que cobra su verdadero significado, al afirmar: "La Diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía al Obispo para ser apacentada con la cooperación de sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y de la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica". (Decreto "Christus Dominus" n ° 11 ).
Los interrogantes que todo hijo de la Iglesia puede y debe plantearse ante la figura y la función del Obispo sólo alcanzan cabal respuesta si se formulan y se busca contestación a ellas a partir de una visión íntegra del misterio de la Iglesia, de esa única y santa
Iglesia que Cristo ha instituido y mantiene continuamente en la tierra como un todo visible, comunidad de fe, esperanza y caridad, y como Sacramento universal de salvación a través del que comunica la verdad y la gracia a todos (cf. Const. "Lumen Gentium, ns. 8 y 1),
Estos interrogantes son básicamente tres: ¿Quién es el Obispo y cómo llega a ocupar en la comunidad eclesial el puesto que ostenta? ¿Cuál es su función en la Iglesia? ¿Cómo ha de llevarla a cabo? La obligada brevedad de este apunte justifica la índole escuetamente esquemática de las respuestas.
¿QUIÉN ES EL OBISPO Y CÓMO LLEGA A OCUPAR EN LA COMUNIDAD EL PUESTO QUE OSTENTA?
Es un creyente, un miembro de la comunidad eclesial, en quien el Señor Jesucristo se hace singular y salvíficamente presente en medio de los demás hermanos (cf. L.G. 21). Elegido por el Señor y sujeto de una singular vocación (cf. Me. 3, 13-19; Le. 6, 12-16), ha
sido consagrado con la plenitud del sacramento del Orden, consagración que le capacita radical y cualificadamente para "él testimonio del Evangelio de la gracia de Dios y la gloriosa administración del Espíritu y de la justicia" (L.G. 21). Es, por tanto, don de Cristo a la comunidad de los creyentes: escogido de la comunidad y puesto al servicio salvador de la misma, permanece en ella como personificación actuante de Cristo, Sumo Sacerdote, y, en cuanto tal, servidor fraternal y paternal pastor de una grey que no es suya sino del Pastor que la ha adquirido con su propia sangre (cf. Act. 20, 28).
¿CUÁL ES SU FUNCIÓN EN LA IGLESIA?
Ser pastor vigilante y servidor infatigable de la "congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús el autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz"; comunidad creyente que es "germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación" y de la que Cristo "se sirve también como de instrumento de la redención universal... " (L.G.9).
Esta función del Obispo que se realiza en la Iglesia y, desde ella y con ella, se proyecta sobre la entera humanidad, es una sustancialmente y se despliega en tres grandes acciones:
• ser "voz" de la Palabra que anuncia la salvación e invita a la fe, y que adoctrina al creyente, tarea orgánicamente una que él realiza como auténtico maestro dotado de la autoridad del mismo Cristo (cf. L.G. 25);
• ser administrador de la gracia del supremo sacerdocio, como matriz fecunda del dinamismo sacramental de la Iglesia... "Orando y trabajando por el pueblo, difunde de muchas maneras y con abundancia la plenitud de la santidad de Cristo" (L.G. 26);
• ser, como vicario y legado de Cristo, conductor autorizado de la Iglesia particular que le ha sido encomendada. Con sus consejos, con sus exhortaciones, con su ejemplo, y ejerciendo el sagrado derecho - que es también deber ante Dios-, de legislar y juzgar con miras a la unidad y utilidad de los fieles, el Obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la fe y de la comunión, en el ámbito de la Iglesia local (cf. L.G. 23 y 27).
¿CÓMO HA DE LLEVAR A CABO SU FUNCIÓN?
Como miembro del Colegio Episcopal, cuya cabeza es el Romano Pontífice, y estrechamente unido con el Papa y el resto de los miembros del Colegio por el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz (cf. L.G. 22). Esta comunión jerárquica es garantía visible y signo de la entera comunión eclesial: condiciona y manifiesta la unidad básica de las Iglesias locales en la única Iglesia y es, a la vez, exponente, por la pluralidad de miembros del Colegio, de la variedad y universalidad del Pueblo de Dios (cf. L.G. 22 y 23).
En comunión íntima, sacramental, pastoral y activa, con el presbiterio de su Iglesia local, en cuyos miembros ha de ver sus necesarios colaboradores y a los que ha de tratar como a hijos y amigos (cf. L.G. 28).
Como pastor y padre de toda la grey que, siguiendo las huellas del Buen Pastor, no busca ser servido sino servir y dar la vida por sus ovejas; deudor de todos, dispuesto a evangelizar a todos, animador y acogedor de la acción evangelizadora de la comunidad, atento a los carismas que el Espíritu suscita en el seno de la misma...(cf. L.M. 12,b y 27).
A la luz de este breve apunte cobran su verdadero alcance y significado las siguientes palabras de ese gran Obispo del s. II, Ignacio de Antioquía, que tanto amó a la Iglesia de Jesucristo y tan profundamente escribió sobre su misterio y la función del Obispo en ella:
" ...Vuestro Obispo, no ejerce el ministerio que atañe al común de la Iglesia porque él, de sí y ante sí, se lo haya arrogado, ni porque le venga de mano de hombre ni por ambición de gloria vana, sino en la caridad de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (Carta a los Filadelfios, I, 1) .
"... Seguid todos al Obispo, como Jesucristo al Padre... Que nadie, sin contar con el Obispo, haga nada de cuanto atañe a la Iglesia. Sólo aquella Eucaristía ha de tenerse por válida que se celebre por el Obispo o por quien de él tenga autorización. Dondequiera apareciere el Obispo, allí está la muchedumbre, al modo que dondequiera estuviere Jesucristo, allí está la Iglesia universal. Sin contar con el Obispo, no es lícito ni bautizar ni celebrar la Eucaristía; sino, más bien, aquello que él aprobare, eso es también lo agradable a Dios, a fin de que cuanto hiciereis sea seguro y válido" (Carta a los Esmirniotas, VIII, 1-2)
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