¿Cómo empezar a hablaros sobre los campamentos de verano que se celebran en Picos o en otros lugares que conocemos? La primera vez, cuando vamos de "despistadillos", pensamos: ¿Qué sucederá? Después, el ambiente se encarga de contestarnos: las despedidas, las canciones del viaje, las caras nuevas que vas conociendo, las mochilas de acá para allá, todo resulta "apasionante".
Apasionante entre comillas, porque muchos piensan en las cosas nuevas que aprenden, mientras otros un poco asustados no saben cómo van a resistir los "llaneos" y demás aperitivos montañeros. Si alguno sufriera de estos miedos que no se preocupe, que llegará a la cima, aunque una vez arriba, no se explique cómo haya sido posible. Siempre encuentras ese compañero que te ayuda a subir una pedrera, a cruzar el río o atravesar un nevero.
La vida en un campamento es entrañable, pero exigente; divertida, pero seria cuando es preciso. Me explico. A lo largo del día se disfruta de gran variedad de situaciones: desde el "tranquilo despertar a toque de pito o de cencerro (te levantas aunque sólo sea porque deje de sonar) hasta los ratos de oración, rezo de laudes, reflexión, pasando por el bullicio de los juegos y canciones en los fuegos de campamento, acompañados con una infusión de té con menta que está riquísima (sobre todo, si hace un poco de frío).
Un elemento fundamental del campamento, que es también uno de sus principales objetivos, es el acercamiento a Dios. Por el mero hecho de estar rodeados de unas montañas y una vegetación preciosas no vamos a sentirnos "llenos" de vivencia cristiana. Esto ayuda, pero si no haces un esfuerzo personal por acercarte más a Dios, te quedas en la mitad del camino. Lo que realmente importa es que yo sienta la necesidad de amar a Cristo y conocerle, que todos sabemos que no se le conoce en 15 días.
Otro aspecto tan importante como los anteriores, es el sentido de comunidad que descubrimos, de Iglesia. El saber que todos los que te rodean creen en el mismo Cristo que tú, y se esfuerzan por avanzar en la misma fe. Esa comunidad que sentiremos también cuando regresemos a Madrid, en nuestra vida diaria, sabiendo que la persona que está a mi lado, quizás no sea un compañero/a de campamento a la que unen tantas experiencias comunes, pero que cree que el Señor sigue vivo. Hay muchas más cosas que contar, pero está bien dejar algo para la sorpresa. Seguro que regresáis con la intención de volver el próximo año.
Al menos, eso es lo que yo pensé.
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