Esta es la pregunta que yo me hice al planear mis vacaciones. No podía haber imaginado lo que después hallé. Rodeada de gente que apenas conocía y que brindaba amistad, de montañas impresionantes que pedían a gritos, "alcánzame" y de Dios que decía, "conóceme".
Fueron días de diversión, de descanso, aunque hubo alguna dificultad.
Palabras a las que no se está acostumbrado, ayuda, sacrificio, oración, pero también juerga, fuego de campamento... No separadas como están aquí sino mezcladas y en perfecta armonía.
Yo fui buscando, esperando, y encontré que era al revés. Me buscaban, me esperaban. Dios y mis hermanos, con los brazos abiertos, pidiéndome, pidiéndome todo. Desde una sonrisa hasta la media hora de oración y la Eucaristía, desde un pie delante del otro y marcha, hasta de rodillas hablando con Dios.
Aprendí a vivir para los demás o por lo menos a pensar en la posibilidad de darme sin esperar recibir. Lo había oído montones de veces pero hasta entonces la respuesta no se había hecho realidad.
Encontré la paz, mi paz. Sin escuchar radio ni televisión, Dios quiso conectar conmigo a través de su emisora particular.
Fueron días que volaron y a la vez han quedado. Pero, eso sí, sin darnos cuenta; ya había que volver.
Pensé en el desastre de la vuelta, en las cosas que habían quedado en Madrid. Me tendría que enfrentar a ellas.
Me pregunté si ir a Picos no habría sido una forma de escapar de los problemas cotidianos, de los coches, de la ciudad. Pues sí, es una escapada. y no debe quedar en eso. Vamos allí a aprender, a aprender a ser un granito de Peña santa, de Torre Bermeja... para luego, aquí, construir nuestros Picos. En la parroquia, en el trabajo, en clase.
Entre todos lo conseguiremos. Seremos cada uno un piquito de tantos corno hay allí.
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