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Huellas N., Marzo 1982

TEXTOS ORAR Y PENSAR

En los desiertos de Egipto, a los comienzos...

Había en Alejandría una virgen de humilde apariencia, pero de un porte insufrible. Era enormemente rica, pero nunca había dado un miserable óbolo a un extranjero, a una virgen, a una iglesia o a un pobre. A pesar de los numerosos reproches de los Padres, nunca se aparto de su riqueza material; y de entre sus parientes, adoptó a una muchacha, hija de su hermana, y se pasaba el día prometiéndola que la dejaría toda su riqueza, sin deseo alguno del cielo. Pues ésta es una de las formas en que el enemigo nos engaña, haciéndonos encubrir nuestra avaricia con amor de nuestros parientes y familiares.
No que no se pueda y deba ayudar piadosamente a sus familiares, y aliviar sus necesidades, pero una cosa es eso, y otra muy distinta, con la excusa de amor por ellos, desentenderse de nuestra alma y descuidar el mandamiento del Señor.
Ahora bien, al bendito Macario se le o­currió una idea para aliviar la avaricia de esta virgen. Este Macario era sacer­dote, y el encargado de la casa que ha­bía en Alejandría para los pobres tullidos e inválidos, y en su juventud había sido joyero, dedicándose al trabajo de cortar y preparar piedras preciosas. Un día fue a ver a esta virgen y le dijo: "Una partida de piedras preciosas, ja­cintos y esmeraldas, ha venido a parar a mis manos; lo que no sé es si son un simple hallazgo, o han sido robadas. Su valor exacto no ha sido calculado aún, pero cualquiera que tenga quinientas monedas, puede hacerse con ellas. Si las ­quieres, estoy seguro que por una sola de esas piedras puedes conseguir tus quinientas monedas de vuelta, y el res­to lo puedes emplear para embellecer a tu sobrina".
La mujer, encandilada por sus palabras, y más aún por su avaricia, cayó a sus pies y le rogaba: "Por favor, no dejes que nadie se haga con ellas, que yo las quiero". Él la invitó a ir a su casa para verlas, pero ella no quiso, porque no quería ver al hombre que las vendía: "Toma las quinientas monedas y cómpralas a tu gusto; pero yo prefiero no ver al hombre que las pone en venta".
Macario cogió las quinientas monedas y las dio para las necesidades del hospital. Paso algún tiempo, y como Macario tenía muy buena reputación en Alejandría, ella no se atrevía a pregun­tarle qué había sido de las piedras.
Por fin, un día se lo encontró en la Iglesia y le dijo: "¿Qué fue, por fín, lo que decidiste de aquellas piedras por las que te dí las quinientas monedas?" ¡Oh! respondió él. Tan pronto como me diste el dinero lo entregué como precio de las piedras. Si quieres,­ ven al hospital, pues allí las tienes. Si no te gustan, no tienes más que re­coger tu dinero.
El hospital tenía las mujeres en el piso de arriba, y los hombres en el de abajo. En la entrada, Macario le pre­guntó: "¿Qué quieres ver primero, los jacintos o las esmeraldas?" "Como quieras", dijo ella. Así, la llevó al piso de arriba y apuntando a las mujeres tullidas e inválidas, exclamó: ¡Mira! ¡Estos son tus jacintos!" Y en el piso de abajo: ¡"Estas son tus esmeraldas! Si no te agradan, no tienes más que coger tu dinero".
La mujer se fue toda apenada porque no había hecho aquello como a Dios le agrada.
Más tarde, su sobrina murió sin dejar hijos al poco de haberse casado, y ella distribuyó sus posesiones entre los pobres.
(De la Historia Lausiaca, cap. 6)

***

Uno de los hermanos observó que Apa Nisteros tenía dos túnicas y le preguntó: ­"Si un pobre hombre viniera y te pidie­se una túnica, ¿cuál le darías?" "La mejor de las dos", respondió. "Y si después viene otro, ¿qué le darías?" El anciano replicó: "La mitad de la otra", El hermano insistió: "Y si un tercero vie­ne, ¿Qué le darías?" El dijo: "Cortaría lo que quedaba, le daría la mitad, y me cubriría con el resto". "¿y si alguien viniese y te pidiera eso?" El anciano respondió: "Se lo daría y me iría a sentar a alguna parte hasta que Dios proveyese por mi".
(Apotegmas, Colección Alfabética, Nisteros 4)


MENSAJE CUARESMAL DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
ORAR, MORTIFICARSE, COMPARTIR
Nuestra oración, apoyada en la humildad y la caridad, en el ayuno y la limosna, en la li­mosna, en la abstinencia y el perdón de las injurias, en el cuidado que hemos de poner en obrar el bien y evitar el mal, busca la paz y la obtiene, ya que esta oración vuela, soste­nida y llevada hacia los cielos a donde nos precedió Jesucristo, que es nuestra paz» .
Que digan, pues, los cristianos: ayunemos, oremos y compartamos; mañana moriremos» (S. Agustín, s. IV)

AYUNAR ES MAS QUE PASAR HAMBRE
Cuando ayunéis, os decía que podíais ayunar sin hacer­lo; os repito hoy que podríais también ayunar sin ayunar. Quizá este lenguaje os parez­ca enigmático; pero os voy a enseñar la clave ahora mismo.
¿Cómo es posible no ayunar ayunando? Esto ocurre cuando renunciando al ali­mento acostumbrado, no se renuncia a sus pecados.
¿Cómo es posible ayunar sin ayunar? Cuando se usa del alimento pero sin usar el pecado. Este ayuno es mucho mejor que el otro; y no sólo mejor, sino más fácil» (S. Juan Crisóstomo. s. IV)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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