Recuerdo que en mi infancia, hace ya varios decenios, solía entrar en alguna iglesia a la salida del colegio para hacer la visita al Santísimo. Todas eran oscuras y expedían un olor a cera e incienso; era un olor añejo, pegado a las paredes y a los objetos del interior. Por el contrario, si entro hoy en una iglesia moderna, al menos edificada después del concilio, la impresión, debido a la claridad y la ausencia de olores "eclesiásticos", es totalmente diversa. Esta observación, que no deja de ser una generalización superficial, puede reflejar una realidad más profunda. Se ha dicho que la decoración, orden y estilo de una habitación refleja la psicología, el interior de su habitante. Nuestras iglesias de antes y de ahora son o pueden ser, según esto, un reflejo de los cristianos de "habitamos" esos edificios. Conservadurismo-progresismo, clausura-apertura, obscurantismo-iluminación, y una larga retaila de pares han sido utilizados para describir ambas épocas reflejadas en la atmósfera de sus edificios. Pero este modo de hablar no pasa de ser una mundana trivialización. Es cierto que la cristiandad hace años vivía más anclada, fijada en unas tradiciones y costumbres rígidas. De igual modo, cierto es que vivía más para sí misma que para el mundo, y
que padecía, por tanto, de neurosis. Cierto también que ha querido y quiere, al cambiar de decoración y vestido, caminar en una dirección diferente. Pero este cambio de decoración no pasa de ser una adaptación más o menos necesaria, más o menos epidérmica. Entregarse a esta tarea plenamente, haciendo de ella la expresión más sublime - y única - de la vida eclesial, es igualmente un signo claro de hísteria galopante. Recordemos que la ornamentación es expresión de la psicología y no al revés. En otras palabras: cambie usted de psicología y verá como cambia de decoración.
- ¿Me puede explicar qué entiende usted por cambiar de psicología?
- Si quiere que le conteste lapidariamente: recuperar la salud.
Los cristianos hemos vivido durante mucho tiempo mirándonos en el espejo y pensando qué broche o vestido tendríamos que ponernos para presentarnos en sociedad. Hemos vivido preocupados de nosotros mismos y para nosotros mismos. Hasta hemos llegado a creer que la Iglesia tiene sentido en sí misma. Me resulta escandalosamente sorprendente que hayamos asistido tan asiduamente a los oficios religiosos celebrados en nuestras iglesias y hayamos aprendido tan poco de Cristo-Eucaristía presente en ellas. Cristo instituyó la Eucaristía pensando en nosotros. Fue la donación absoluta a sí mismo, la total negación y olvido de sí. Y ésta constituye y edifica a la Iglesia. ¿se da usted cuenta? La Iglesia, cuerpo de Cristo, se instituyó no en razón de sí misma sino de la humanidad; para traer mediante su entrega hasta el olvido de sí misma la vida a todos los hombres;
si usted lo prefiere, la salvación. Es hora de recuperar la salud. Para ello rompamos todos los espejos; arrojemos todas las baratijas por la ventana. No formamos parte de ninguna gran señora, sino del Siervo de los siervos. Nadie espera nuestra presentación en sociedad, por la sencilla razón de que no existe sociedad. Pero, muchos se están muriendo de inanición, porque no hay nadie que les sirva. ¿A qué esperamos? Y al igual que el Siervo, trabajemos duro sin esperar reconocimiento alguno de nuestra labor. Vamos a servir, no alimentar nuestro propio yo o engordar las filas de nuestro "partido". "Si el grano de trigo no muere, no da fruto"
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