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Huellas N., Marzo 1982

IGLESIA HOY

En la parroquia. ¿Pademos parroquitis?

Elvira Bernaldo de Quirós

Hace tiempo que me está rondando la idea de escribir unas líneas para combatir una postura que, bajo la apariencia de virtud, constituye uno de los males más extendidos hoy en nuestras parroquias. Me estoy refiriendo a lo que, por denominarlo de algún modo, podríamos llamar "parro­quitis".

Comprendo que las críticas han sido, son y serán muy abundantes; pero con esta mía no pretendo añadir derrotismo, sino extirpar lo que corrompe y fomentar lo constructivo. Y es que muchos de nosotros no hemos comprendido cuál debe ser nuestra actitud ante la parroquia y ante el mundo. No lo he­mos entendido, sencillamente, porque no hacemos vida de lo que en el Evan­gelio se nos enseña.
Jesucristo nos invita a estar siempre unidos, y no "siempre reunidos"; no nos dice "encerraos en vuestros recintos cómodos y hablad mucho, que así arreglaréis el mundo", sino que nos quiere apóstoles suyos: "Id al mundo entero y predicad lo que os he ense­ñado". Nosotros somos sus miembros, Cristo se da al mundo por medio de nuestras personas; camina con nuestras piernas hacia el dolor, la necesidad; con nuestras manos ayuda, con nuestra boca enseña, consuela... Todo nuestro ser es útil a Dios para seguir manifestándose hoy a los hombres. Pero, sinceramente, ¿nos ofrecemos a Él pa­ra que lo haga? ¿es el nuestro un mundo lleno de Dios o hay que buscar mu­cho para encontrar su imagen?; ¿pode­mos nosotros, si alguien lo pregunta, contestar "ven y lo verás"?; y si viene ¿lo encontrará en nuestras vidas? Mucho me temo que a ese alguien le va a costar trabajo hallarlo en nosotros.
Y es que no podemos estar llenos de Dios si no le conocemos, si no habla­mos con Él, si no nos interesa saber qué quiere hacer de nuestra "su" persona. Y si, por otra parte, cuando nos necesita para enseñar, para ayudar, para consolar... nos encuentra reunidos, cerrados a Él y al mundo, ¿cómo va a manifestarse por medio de nosotros? Seremos miembros muertos, todos juntos, sí, pero ¡un cementerio de reunidos!. La unión no la proporciona la reunión, no seamos ilusos; no por estar mucho tiempo cerca físicamente vamos a lograr ese ambiente de comprensión y acogida que todos deseamos. No es la cantidad de tiempo en convivencia lo que une, si no la calidad, la actitud de entrega, el estar siempre dispuestos a colaborar, y sobre todo LA ORACIÓN. Sólo fundamen­tada en Dios, nuestra amistad será real, acogedora y duradera. La unión hace la fuerza, sí, pero ¿qué fuerza vamos a tener frente al mundo si estamos gran parte de nuestro tiempo metidos en la pa­rroquia, recibiendo, y recibiendo sin la menor intención de llevar a los que están más lejos cuanto gratuitamente se nos está dando?.
Jesucristo nos habla con una claridad que no admite dudas: "Vosotros sois la luz del mundo... " y la parroquia tiene que ser la central hidroeléctrica en la que recibamos la energía (formación, sacramentos...) necesaria para iluminar al mundo; pero si la central se estro­pea y en lugar de producir tal energía hacia fuera, se convierte en un recinto cerrado y opaco que no deja pasar la luz ¿para qué sirve ya?
No dejemos que el mundo esté a oscuras. Nosotros tenemos la luz, y es de tal naturaleza que, mientras la damos, también nosotros somos iluminados por ella.
Sirvamos a la parroquia como hay que servirla, formándonos y alimentándonos debidamente, interesándonos por sus necesidades y saliendo de su recinto para entregar al mundo todo cuanto en ella constantemente recibimos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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