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Huellas N., Marzo 1982

COLABORACIONES

Un cristiano en el museo del Prado

Félix González

De "La Anunciación" de Fra Angélico a "El Tránsito de la Virgen" de Mantegna

La sugerencia de colaboración para NUEVA TIERRA ha dado pie a que intentara pen­sar un poco en el mensaje escondido que para nosotros, cristianos, pueden encerrar las grandes obras de la más admirada de todas nuestras pinacotecas: el Museo del Prado.
Si os acercáis por allí, os aconsejo que detengáis con reposo vuestra mirada ante dos hermosísimos cuadros de la Escuela Italiana, auténticas joyas de nuestro patrimonio artístico. Uno grande, monumental, rico, es la "Anunciación" en el que Guido di Pietro (el Beato Angélico), aun a pesar de su extraña costumbre de pin­tar de rodillas, nos dejó al temple -entre 1430 y 1445 -lo mejor de su arte. Pequeño, pobre en dimensiones el otro: el "Tránsito de la Virgen" con el que el maestro de la perspectiva -Andrea Man­tegna- nos traslada a la cumbre pictórica de su estilo. Pronto se da uno cuenta que entorno a
dos monumentos de la pintura universal, tiende a pivotar toda la tradicional vivencia mariana y toda la historia real de una mujer, MARIA, la Vir­gen y Madre.
Ambos vienen a ser como el centro, el eje sobre el que giraría nues­tra contemplación de la Historia salvífica.
Al entrar en el análisis contemplativo, observaremos que la primera obra nos señala el principio del camino (alpha); la segunda, el final (omega) y el principio del final absoluto (alpha y omega), es decir, la presencia total del Hijo como Dios Único y Verdadero. Y en las dos, la misma acti­tud serena, sencilla, humilde, de quien cumple la Voluntad de Dios sin más interrogantes, sin más dudas.
Ved a María, sí no, en ''La Anuncia­ción". El rostro joven, hermoso, se ha iluminado por el Verbo; cruza los brazos y acepta: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Ha dicho que sí y, automáticamente, lo que parecía irremediable para Adán y Eva, para todos los seres humanos, sucede: las tinieblas se convierten en Luz del Mundo por el Espíritu. Cristo ha comenzado a caminar con nosotros y María, la Llena de Gracias, inicia el desarrollo de su papel de Madre y Mediadora en la Historia de la Humanidad.
Contemplad ahora la pequeña gran obra de Mantegna. La escena parece que nos quisiera llevar directamente al final, quizá con un cierto halo de tristeza. En cierto modo, el realis­mo con que se nos presenta este último capítulo de la vida de María parece corroborarlo. La muerte se nos hace patente tal cual y "la virgen es un suspirillo encarnado en un rostro avejentado y macilento", como viene a decir un conocido crítico. Y es que, verdaderamente, no es el de Mantegna un tratamiento del Misterio al modo de las acostumbradas "dormiciones" de la abundante iconografía mariana¡ aquí encontramos dramatismo, humani­dad.
No estamos, en definitiva, ante el sueño dulzón en el lecho sino que nos enfrentamos al desgarrado y patético homenaje de despedida del ser querido. El momento del adiós, pero sereno, a las cosas del mundo.
Pero sería esa una visión muy super­ficial y poco esperanzada por nuestra parte. El mensaje va más allá y se muestra en dos claros detalles pictóricos que nos hacen penetrar en la trascendencia de este "irse" de Ma­ría.
El primero es la presentación que hace el artista de la protagonista de la escena; es decir, la actitud que, como constante de su vida, tiene la Virgen. Y aquí vemos la clara identidad con el cuadro del Beato Angélico. Sobre el lecho pobre, las manos cruzadas, tranquila, confiada. Es la respuesta del principio: "He aquí la es­clava del Señor ... " Vuelve a decir que SI. Acepta de nuevo, obediente, la Vo­luntad del Padre. El pintor nos tras­ciende a ver su rostro, junto a su alma, en la presencia de su Hijo. (Lástima que falte la tabla gemela - "Cristo recibiendo en cuerpo y alma a la Virgen" - , que acertó a ver R. Longhi en 1934 y que nos hubiera dado toda la obra completa).
El segundo detalle que nos lleva a considerar otro aspecto del mensaje es el extraordinario estudio de perspectiva que se observa en toda la composición del "Tránsito". ¿Qué se pretende con ello? ¿Qué relación puede guardar con la temática? Está claro - desde la visión de fe que nos anima - que se trata de sacarnos de la estancia donde parece reinar la muerte y llevarnos hacia el gran ventanal del fondo que nos acerca al mundo, hacia donde está la vida; hacia donde la obra del Creador (cielo, mar, luz, nubes) y la obra de los hombres (puentes, diques, casas, barcos), en perfecta armonía, siguen manifestando minuto a minuto el bullir animoso de las criaturas; allí donde la mirada se ele­va queriendo penetrar el azul del cielo y el blanco de las nubes para escudri­ñar en lo eterno en donde vemos a la Santísima Virgen, en lo alto, reinar para siempre.

***

No sé si cuando alguno de vosotros haya visto estos dos soberbios homenajes al Rosario podrá hacer que vengan a su mente estos pensamientos, pero de lo que estoy seguro es de que un punto de entusiasmo y otro de emoción os harán sentiros más cerca de los Misterios y, posiblemente, la oración salga de vuestra boca. La mía fue esta: "A la primera llamada te hiciste escla­va y Madre, que cumplen sin titubeos la misión en­comendada, para al final, Virgen Incorruptible, mostrarnos tu grandeza y la grandeza de tu Hijo. Todo el camino lo has recorrido sin una sola mancha y tu cuerpo es arrebatado en toda su hermosura, junto con tu alma llena de blancura, a la Casa del Padre.
Nosotros, Causa de nuestra alegría, también quisiéramos recorrer ese camino. Pero se nos escapan los jalones...
Por eso, Reina del Cielo, cógenos de tu mano y, como a niños, guíanos y llévanos al final; allí donde nuestra "carne descanse segura" y donde_ "la plenitud de los goces" del rostro de Nuestro Señor, tu Hijo Jesucristo, se hagan realidad".

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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