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Huellas N.4, Abril 1981

Memoria

La fascinación de Dostoievski

Henri de Lubac

Una invitación a la lectura del gran escritor ruso

Para presentar a Dostoyevski, cien años después de su muerte, reproducimos aquí un texto de Henri de Lubac, extraído de su obra El drama del humanismo ateo (1943) en la edición de EPESA de 1949. Se trata, aunque en los límites de toda ex­trapolación, de una reflexión sobre el as­pecto principal de la narrativa dostoyews­kiana: la dialéctica, ateismo-religiosidad, en la profundidad de la cual se juega, según el escritor ruso, el destino del hombre y de la sociedad contemporánea.

En el universo que se construye, el hombre mo­derno se ha puesto al abrigo de todas las fuerzas que hasta aquí turbaban su existencia. Ha prescri­to el misterio. En adelante todo se le ofrece claro, definitivo. Ha terminado de soñar, puede organizar su felicidad. ¿Por qué esta horrible sensación de noche en la luz? ¿Por qué su propia felicidad le aburre? El hombre no ha podido proscribir este aburrimiento. Diga lo que diga y haga lo que haga, sus atributos están calculados sobre la eternidad. El ser humano, aspiración incesante al infinito, lan­guidece por no encontrar nada en la tierra que no le sea extraño. Un lazo viviente nos une a otros mundos: son los mundos de los cuales Dios extrajo la simiente para sembrarla aquí abajo, y "las plan­tas, que somos nosotros, viven solamente por el sentimiento de su contacto con estos mundos misteriosos; cuando este sentimiento se debilita o de­saparece, lo que nos había dado impulso perece", y muy pronto .. nos hacemos indiferentes ante el espectáculo de la vida y le tomamos aversión" (l). En una palabra: Dios es necesario al hombre.

Esto es lo que descubre, por fin, en su lecho de muerte, el viejo Stepan Trophinovitch, después de una vida superficial, cuya vanidad descubre en el último momento. "Dios nos es necesario, por­que es el único ser al que se puede amar eterna­mente". No, no se trata de la felicidad que el hom­bre busca, o, por lo menos, no es la felicidad que se forja en los momentos de ilusión: "Más aún que de ser dichoso, el hombre tiene necesidad de saber y de creer en cada instante que existe además una felicidad perfecta y pacífica para todos y para todo... Toda la ley de la existen­cia humana consiste en que el hombre se puede in­clinar siempre ante una cosa infinitamente grande. Si se priva a los hombres de ese infinitamente gran­de, no desearían vivir y morirían de desesperación. Lo inconmensurable y lo infinito son tan necesa­rios al hombre como el pequeño planeta sobre el que se mueve... Amigos, amigos, ¡viva el gran Pen­samiento, el pensamiento eterno e infinito! Todo hombre que sea hombre necesita inclinarse ante él. Incluso el hombre más bestia tiene necesidad de inclinarse ante este pensamiento. ¡Petrucha! ¡Có­mo me gustaría volverlos a ver a todos!... No saben que son también portadores de este gran Pensa­miento eterno... " (2)
Lo ignoran, pero no pueden pasarse sin él. El ateo rinde homenaje a la fe cuando, contrariamen­te a lo que afirma, cede ante la necesidad de ado­ración, que es algo más profundo en nosotros que el mismo deseo de felicidad. Hombre liberado, ni­hilista, a la vez que idólatra. Como Verkhovenski, indigno hijo del pobre Stepan Trophimovitch, que declara de repente a Stavogrin, como conclusión del plan revolucionario que le acaba de exponer "Usted es mi ídolo... , usted es el sol y yo soy su gusano de tierra" (3). Makar Ivanovitch, el mujik, símbolo del pueblo creyente, lo ha comprobado varias veces: en el curso de su larga existencia, ha encontrado muchos ateos; son gentes de todas cla­ses, pero todos privan al mundo de su alegría y su belleza. Lo que dicen no son más que palabras; en el fondo, "cada uno alaba su propia muerte". Sin embargo, "vivir sin Dios no es más que un tormen­to... El hombre no puede vivir sin arrodillarse, na­die podría soportar otra cosa, no habría nadie ca­paz de sufrirlo; si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de madera, de oro, o imaginario". Y el mujik termina concluyendo como si hubiese leído a Orígenes: "Todos estos son idólatras, y no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra" ( 4).
Eso si es que no son ya creyentes: este caso estaría, qui­zá, representado por Kirillov. Este se pregunta si es una excepción, está inquieto y como obligado a confesar su tormento. "No sé lo que les sucede a los demás, pero yo siento que no puedo hacer lo de todo el mundo. Cada uno piensa, e inmediata­mente piensa en otra cosa. Pero yo no puedo pen­sar en otra cosa. Toda mi vida estoy pensando en lo mismo" Que se tranquilice; su caso no es excep­cional. Él, al expresar su angustia, se da la solución: si "los otros" no son como él, es porque, en gene­ral, saltando de distracción en distracción, se olvi­dan de ser ellos mismos; ¡dichosos los que no han olvidado su distracción para asegurarse más de su olvido! De lo contrario, todos lo verían, todos lo confesarían también: Dios les atormenta (5).
Cuando Mitia, bajo el peso de la desgracia, se libe­ra de la violencia de sus pasiones; cuando puede volver a entrar en sí mismo, habla como Kirillov: "Dios me atormenta, no pienso más que en esto". Y su pensamiento es también como el de Makar Ivanovitch, como el de Stepan Trophimovitch; es el pensamiento del hombre eterno: "¿Qué hacer si no existe Dios, si Rakitine tiene razón al pretender que es una idea fija forjada por la humanidad? En este caso, el hombre sería el rey de la tierra, del universo. ¡Muy bien! Pero... ¿qué amaría? ¿A quién cantaría los himnos de agradecimiento?" To­dos los Rakitines del mundo se esfuerzan, por lo demás, en vano, con toda su lógica y toda su cien­cia, con su celoso cuidado al querer preservar de toda irrupción indiscreta la pretendida felicidad que nos dedican. La vida tendrá razón de sus siste­mas, y la desgracia, que no serán capaces de evitar, nos hará despertar siempre a la alegría. Este es el grito de Mitia cuando, al día siguiente, va a ser condenado a las minas: "Si se expulsa a Dios de la tierra, nos lo encontraremos debajo de la tierra ...
¡Nosotros, los hombres subterráneos, haremos ascender desde las entrañas de la tierra un himno trágico al Dios de la alegría! ... (6)
Dostoyevski siempre vuelve al mismo punto. Después de haber dicho: "Si no hay Dios, todo es­tá permitido", he ahí que el hombre comprueba: "Si no hay Dios, todo es indiferente", y esta evi­dencia terrible, este gusto de muerte, disipa en él la tentación. El hombre es un ser "teotropo". Combatido por todas partes, la fe es indestructible en su corazón. Pueden los ateos alinear argumentos impecables: el verdadero creyente no se confunde, aunque no sepa qué responder, pues siempre tiene la impresión de una ignoratio elenchi. Esto le suce­de al príncipe Muichkine charlando con uno de ellos en un viaje. Admira su inteligencia, su saber y la perfecta cortesía de su compañera de viaje, que le expone extensamente sus razones para no creer en Dios. "Sin embargo, añade el príncipe, una cosa me impresionó: al discutir este problema, me dio la impresión de que él estaba siempre al margen de la cuestión. Y esta impresión la había experimen­tado siempre que encontré incrédulos o había leído libros suyos. Me producían la impresión de que esquivaban el problema que afectaban tratar. Esta observación se la expliqué a S ... , pero debí expresarme mal, pues no me comprendió" (7)
Esta observación tan fina y que lleva tan lejos, se la hace Muickine a su amigo Rogojin, ante el famoso cuadro de Holbein. A punto de separarse en el umbral de la puerta de la casa, se enzarzaron en una conversación que no quisieron interrumpir. La contemplación del cuadro les ha impresionado a ambos. Rogojin parece creer que entre los pue­blos de cultura avanzada, el ateismo es fatal. Pre­gunta a su amigo. Este, sin contradecirle, se conten­ta con evocar algunos recuerdos recientes. Después del encuentro con el ateo en el viaje, un año más tarde, al volver al hotel, encuentra a una labradora con un crío en brazos:
"Era una mujer todavía joven y el niño tendría unas seis semanas. Sonreía el pequeño a su madre, por vez primera, decía ella, desde su nacimiento. La vi santiguarse de repente, con una indecible pie­dad. "¿Por qué haces esto, querida?", le pregunté. Entonces tenía la manía de preguntar. "Lo mismo que experimenta una madre al ver sonreír a su hijo, siente Dios cada vez que ve, desde el Cielo, a un pecador orar desde el fondo de su corazón". He ahí, casi textualmente, lo que me ha dicho una mu­jer del pueblo; ha expresado este pensamiento tan profundo, tan sutil, tan puramente religioso, en el que se sintetiza toda la esencia del cristianismo, que reconoce en Dios un Padre celeste que se alegra al contemplar al hombre tal como se alegra un padre al contemplar a su hijo. Este es el pensamien­to fundamental de Cristo. ¡Una simple mujer del pueblo! Es cierto que era masew... Pero escúcha­me, Parfion, tú me has hecho una pregunta.
He aquí mi contestación: la esencia del sentimiento religioso escapa a todos los razonamientos; ningu­na falta, ningún crimen, ninguna forma de ateísmo, hace carne en él. Hay y habrá eternamente en ese sentimiento algo de inaccesible e inaprensible para los argumentos de los ateos". (8)
Rogojin tenía razón, puesto que son los sabios los ateos y las mujeres del pueblo son las que creen. En este siglo Europa se ha hecho sabia. Europa pierde la fe. Versillov, este hombre lleno de sueños, contempla con espanto este crepúsculo y percibe el tañido de una campana funeral. Llora por la ''vieja idea" que se va. Pero el ateismo occidental no dominará más que una época. Pues el hombre no puede vivir sin Dios (9) y las pobres mujeres del pueblo vencerán a los sabios, porque en ellas se ex­presa, más simplemente y de forma más completa aún que por medio de la voz del hombre subterrá­neo, el anhelo incoercible del alma hecha a imagen de Dios.


(1)(6) Los hermanos Karamazov
(2)(3)(5) Los poseídos
(4)(9) La adolescente
(7)(8) El ídiota

DE "LOS HERMANOS KARAMAZOV"
... Queríamos amar con el corazón y con el vientre; lo has dicho bien. Me siento arre­batado por tu ardor de vivir. Creo que se de­be amar la vida por encima de todo.
- ¿Amar la vida más que el sentido de la vida?
- Ciertamente. Amarla antes que razonar, sin lógica, como tú dices; solamente enton­ces se comprenderá su sentido..."
... Dios me envía a veces unos minutos de completa serenidad. En estos minutos es cuando yo formo en mí una profesión de fe, en la cual todo es claro y sagrado. Esta pro­fesión de fe es muy simple; hela aquí: creer que no hay nada más bello, más profundo, más sintomático, más razonable, más valero­so ni más perfecto que Cristo; y no solamen­te no hay nada, sino, y lo digo con un amor entusiasta, que no puede haber nada. Más aún: si alguien me probase que Cristo no es la verdad, y se probase realmente que la ver­dad está fuera de Cristo, preferiría quedar con Cristo antes que con la verdad...
... Ciertamente, se puede discutir, se puede afirmar incluso que el cristianismo no fraca­sará aunque Cristo sea considerado como un simple hombre, un filósofo bienhechor, y que, por otra parte el cristianismo no sea ni una necesidad para la humanidad, ni una fuente vivificadora para la existencia ... , sino que es la ciencia quien podrá vivificar la vida y ofrecer un ideal perfecto. El mundo está lleno de estas discusiones. Pero nosotros sa­bemos con vosotros que todo esto no es más que un absurdo, sabemos que Cristo conside­rado solamente como hombre no es el Salva­dor y la fuente de la vida, sabemos que nin­guna ciencia realizará jamás el ideal humano, y sabemos que la paz para el hombre, fuente de la vida, salud y condición indispensable para la existencia de todo el mundo, está contenida en estas palabras: "El Verbo se hizo carne" y en la fe en estas palabras.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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