Argelia. De nuestro enviado en el país tomando por el terror. Para salir de la presión de los militares «erradicadores», por una parte, y de los «afganos», por otra, «es necesario encontrar un acuerdo político». Palabras del nuncio Edmond Farat
Un religioso católico y libanés en medio de la marca islámica: se trata de Edmond Farat, nuncio apostólico, de Argelia. Su residencia se encuentra allí arriba, al lado de la gran basílica de Notre Dame d'Afrique. Allí, arriba, por encima del mar y de la ciudad, al lado de una iglesia que se asemeja a una pirámide, a un menhir, a una reliquia del pasado. «Quedamos sólo unos pocos -admite monseñor Farat-; la comunidad católica sólo cuenta ya con unos millares de personas, y la mayoría de los extranjeros que frecuentaban las iglesias se han ido después de los acontecimientos de los últimos meses». Decir que monseñor Farat está solo en medio de la marea no es una exageración. Para llegar a su residencia tuve que pasar por el Bab El Oued. Para un occidental se trata del barrio del miedo. Para los imanes del fundamentalismo es una tierra fértil en masas para educar. Para los «afganos», veteranos que han regresado de una guerra lejana convertidos en «maitres à penser» del terrorismo, se trata de un terreno con mil refugios. Pasas al lado de una escuela quemada, te deslizas encogido en el largo taxi a través de los grandes edificios de apartamentos populares, te abres paso entre la multitud de desocupados que vagan, sin nada que hacer, a todas horas. No se trata de una zona de chabolas, sino más bien un barrio de la periferia moscovita con grandes edificios de apartamentos decorados con millares de panes puestos a secar. No se trata de la periferia de Nairobi o de Jartum, pero se dice que aquí la gente se divide las camas por horas para dormir bajo un techo. La policía de esta parte de la ciudad hace tiempo que ha desaparecido, a cubierto en puestos que se parecen a los cuarteles ingleses del Ulster: murallas impenetrables, sacos de arena, alambradas. Después, sales hacia las montañas y te encuentras con Notre Dame D' Afrique, aislada e inquietante, un poco barroca y un poco arabizante. En torno a ella juegan los niños y vagan los desocupados. No hay signos de hostilidad, sino más bien de indiferencia. Pero, la feroz lucha que asola Argelia y que hasta ahora ha causado la muerte de diez mil personas -entre las cuales alrededor de unos sesenta extranjeros- también ha afectado a los religiosos. El pasado mes de mayo, un sacerdote y una monja franceses murieron víctimas de un comando integrista en las calles del «casbah».
Sin embargo, para monseñor Farat, ese episodio no es considerado como el inicio de una caza del cristiano. «Desgraciadamente, el terrorismo no nos mata por casualidad. Ese sacerdote y esa monja dirigían una biblioteca que se había convertido en un lugar de encuentro para muchos jóvenes de la zona. Les ayudaban en los estudios, impartían clases gratuitamente... ; en definitiva, realizaban una función social y educativa que podía molestar. Es por ello por lo que se convirtieron en un objetivo». Por otro lado, monseñor Farat conoce bien el fundamentalismo desde que estaba en el Líbano. Para él, esta agitación religiosa que hoy sacude a Argelia y que hace temblar a Occidente viene de lejos: «En su raíz, el problema del fundamentalismo argelino es el mismo que el libanés. Sí, porque, ve usted, el Líbano es el comienzo de todo».
Occidente y el mundo árabe han vivido relaciones alternas. Primero el colonialismo europeo y el desprecio, después el petróleo y el enamoramiento cultural de Europa. Mientras que en el inicio de los años setenta el mundo árabe y el Islam mostraban sus primeros sobresaltos, en Europa todas las universidades soñaban con abrir un instituto de estudios islámicos. En el Líbano, que durante muchos años había representado una especie de tejido de conexión entre el mundo árabe y el cristiano, se empezaba a producir la gran crisis, y no por casualidad, en Argelia, en 1986, el presidente Boumedienne ponía en marcha un proceso de arabización total del país. «Un fundamentalismo con orígenes lejanos del que Occidente, antes de sentir miedo, había tardado en percatarse. Una tesis que recuerda la de algunos representantes de la izquierda laica argelina, a cuyo parecer el integrismo habría nacido de una costilla del mismo Frente de Liberación Nacional (FLN) que durante treinta años ha dominado el país».
Monseñor Farat no es tan drástico. El entrevé más bien un error de cálculo del presidente Bendjedid Chadli quien, después de los desórdenes de 1988, dio su consentimiento a la participación electoral de los grupos fundamentalistas. «Chadli pensaba que se podía huir del control de los militares abriendo al pluralismo, pero su maniobra quedó incompleta y, por lo tanto, nadie puede decir cómo ello habría funcionando y concluido si le hubiesen dejado actuar». En efecto, Chadli fue apartado por un golpe de mano justo después del primer turno de las elecciones legislativas de diciembre de 1991. En aquel turno electoral, el Frente Islámico de Salvación (FIS) había conseguido la mayoría de los votos. El golpe fue la reacción del ala más dura de los militares argelinos, formados en las academias militares soviéticas. Un golpe de mano de esos «duros» del ejército que aquí son llamados «erradicateurs», en francés, los «erradicadores». Para ellos, hasta el último de los militantes islámicos tendría que ser eliminado sin miramientos. Para el representante del Vaticano en Argelia, durante el «pronunciamiento» de enero de 1992, tácitamente aprobado por todas las naciones occidentales, se cometieron dos errores: «El primer error fue el de alarmarse. A decir verdad, no existía ninguna certeza matemática de que el movimiento islámico también hubiese ganado la mayoría absoluta en el segundo turno. El segundo error fue el de suspender las elecciones. En aquel tiempo, el Estado era más fuerte y el ejército estaba menos dividido». En esas condiciones, parece querer decir monseñor Farat, una inmediata islamización total del país, incluso por un partido que hubiese vencido las elecciones, hubiese sido imposible. Ahora, después de diez mil muertos y casi tres años de arrestos y eliminaciones arbitrarias de adversarios políticos, seguidos de atentados espeluznantes y sanguinarios, ¿ tiene aún sentido esperar una solución negociada? O mejor dicho, ¿existe la posibilidad de que el diálogo iniciado entre el gobierno y los dirigentes del FIS, recientemente excarcelados, lleve a nuevas elecciones antes que a una toma del poder violenta por parte de los grupos islámicos? «Yo vislumbro una voluntad sincera de diálogo, tanto en el seno de la dirección del FIS detenida en la cárcel, como en el gobierno de Zeroual, pero tanto para unos como para otros, el peligro más serio lo representan los poderes armados».
Ello es como decir que, a falta de un acuerdo político, Argelia corre el riesgo de convertirse en un enorme campo de batalla para dos
únicos contendientes: militares «erradicadores» por un lado, y veteranos afganos por el otro.
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