Testimonios. El dinamismo de una vida que no se puede detener. Y que se convierte en factor de reconstrucción humana y civil incluso en las situaciones imposibles
«Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor». Para nosotros, en las escuelas italianas durante los años de plomo, esta consigna dada por Juan Pablo II en otoño de 1984, con ocasión del treinta aniversario del movimiento, era ya un presentimiento. En la conciencia de los frágiles primeros grupos de giessini que resistieron al ciclón del 68, en los inicios de los años setenta, el horizonte de la presencia abrazaba, desde el hueco de la escalera donde se nos veía todas las mañanas recitar los Laudes, antes del toque de la campana, hasta el «enemigo» que en «corteses panfletos» proclamaba con desprecio «más cruces y más leones para los siervos de los patrones». Permanecíamos allí, no obstante la violencia y confusión de los tiempos, «con toda certeza y seguridad», como nos escribía el queridísimo amigo y teólogo de Praga Josef Zverina, hundiendo nuestras raíces en la historia de los giessini que nos habían precededido y que en los años sesenta habían ido a la Bassa milanesa y a la tierras rojas de Belo Horizonte en Brasil. O al Este Europeo, como don Francesco Ricci y el padre Romano Scalfi, a estrechar relaciones de colaboración y amistad con muchos cristianos perseguidos, movidos por el entusiasmo de un mismo encuentro.
En un viejo libro de texto en el que se apuntaban las ausencias del Instituto «Ettore Molinari», donde en 1975 fue asesinado a palos, en medio de la indiferencia consciente del cuerpo docente y de todo el mundo político e intelectual entonces conocido, el joven de dieciocho años de quinta I, sección de químicas, Sergio Ramelli, hay escrito: «Milán, 31 de Marzo de 1973. Claudia Rizzetti. Ausente por haber participado en la convención de Comunión y Liberación».
La primera convención del Movimiento trató sobre la Universidad italiana y había un interés febril por cosas con nombres como: unidad de transición, revolución cultural, sujetos populares, Tercer mundo.
Pero lo esencial y más bello se sugería en aquel cartel que colgaba de una de las paredes del Paladido de Milán, en el cual estaban escritos los nombres de la Universidades italianas ( desde Tren to a Palermo) y extranjeras (Friburgo, París, Duisburgo) que te hacían sentir partícipe de un pequeño gran pueblo.
¿Qué nos importaba a nosotros, estudiantes de bachillerato, que aquéllos que se reunían fueran universitarios, trabajadores o amas de casa? Nosotros sabíamos que éramos una sola cosa con ellos y sentíamos que en eso consistía nuestro fin en el mundo: ser una sola cosa como Él, un día, lo fue con Juan, Pedro, Andrés; la amistad de Cristo nos había alcanzado a través de los siglos, a través de la Iglesia, y en ella por medio de ese carisma particular que es el Movimiento: experiencia de educación en la fe que, con palabras del cardenal Ratzinger, «es una obediencia de corazón a esa forma de enseñanza a la cual hemos sido confiados».
Puede, pues, no resultar del todo desconcertante, en una historia así, encontrar a una compañera tuya de escuela ( que se distinguía por su facilidad para relacionarse con los hombres y porque hablaba peor que un carretero) en un monasterio de clausura; enterarte de que otro amigo tuyo había sido ordenado sacerdote y de que estaba de misiones en Argentina; descubrir que otro se había establecido en Kazhakistan después de haber pasado por Bratislava; volver a ver a Franco que siempre permaneció ahí, entre los alambiques de un laboratorio de química orgánica -en una tierra de misión que no es diferente a la del desierto siberiano en el que se encuentran los amigos que fueron a Novosibirsk- como profesor del mismo instituto técnico de la periferia milanesa más pobre. Cuando a comienzos del pasado mes de mayo, Gian nos enviaba un fax desde la casa de los padres Javerianos de Bujumbura, Burundi, el mundo apenas comenzaba a asomarse afligido al genocidio que se estaba consumando en el corazón de Africa. Había aparecido ya en una portada del Time el siguiente titular: «No quedan diablos en el infierno, todos están en Ruanda». Sin embargo, las tremendas imágenes de la matanza no llenaban aún los noticiarios y las primeras páginas de los mass-media internacionales.
Pero si Gian está entre los primeros periodistas del mundo que entraron en Ruanda para documentar una de las tragedias más horrorosas de nuestro siglo, el padre Tiboni, Pippo Ciantia y los otros amigos nuestros misioneros y voluntarios en Uganda, habían acudido ya en ayuda de los prófugos, organizando los campos de acogida, presionando a las autoridades internacionales para proteger a los supervivientes. Gian escribirá para Tracce incluyendo en el artículo una nota introductiva escrita a mano: «es una masacre de dimensiones bíblicas cuya magnitud es difícil de percibir». Tiboni nos dirá por teléfono: «la única respuesta al mal es una presencia». En el último encuentro de los responsables internacionales del Movimiento había gente de 45 naciones. Y entre ellos estaba Christopher, de la comunidad ruandesa de CL. ¿No es curioso que en aquel marzo de 1973, mientras en una ciudad italiana tenía lugar el primer encuentro público del movimiento, el mismo Christopher, de etnia hutu, sobrino del presidente ruandés asesinado en el golpe de Estado, alto funcionario del gobierno, estuviese escapando hacia Kampala?
Christopher cuenta que, inicialmente, el exilio ugandés sólo produjo en él soledad, odio y, por último, el coraje y la determinación de acabar con su vida. Y que únicamente el encuentro con el padre Edo y la propuesta del movimiento lograron disuadirle de aquel trágico propósito. «Mi vida cambió radicalmente. Me di cuenta de que tenía una nueva mirada sobre la realidad. Desde entonces mi deseo más grande fue volver a Ruanda». Han sido necesarios veinte años y millones de muertos. Ahora ese día ha llegado, un hermoso día de finales de septiembre en el que Christopher ha regresado a Kigali. En la capital, Christopher espera trabajar en el gobierno provisional que le ha pedido colaborar en la obra de reconstrucción, o con el Avsi, la Asociación de voluntarios para el servicio internacional que ha plantado ya sus tiendas en el país aniquilado por la guerra civil. Dice Christopher: «Sea como sea, para mí lo más importante es proponer el movimiento. Es la misma razón que me ha hecho trabajar durante tantos años en el campo de refugiados de Sudán. El mundo piensa que para Ruanda no hay soluciones, que después de lo que ha sucedido es imposible una convivencia pacífica entre tutsis y hutus. Para mí es evidente no solamente que esto es posible, sino que ya es un hecho, porque yo, que soy un hutu, estoy cambiado y he vivido junto a los tutsis incluso cuando se producían las masacres. Y, de hecho, el primer grupo del movimiento que ha partido de Uganda para Nyanza está compuesto de hutus y de tutsis. Godfrey es tutsi, Teresa es hutu. Esto significa que todo es posible, también para Ruanda, sólo a través del encuentro con Cristo».
Desde 1973 Christopher no había vuelto a ver a su madre: «antes de huir a Uganda fui a decirle adiós. Ella me dijo: La gloria de los ruandeses es ser uno en Jesucristo. Dios ha dado a Ruanda tres tribus para recordarnos la Santa Trinidad. Y la guía que Ruanda necesita es la de uno que la reconduzca a la unidad de Cristo. Le respondí que sólo una mujer estúpida podía creer en aquellas fábulas.
Entonces ella añadió que el día en que yo comprendiera lo que ella me había dicho sería el momento adecuado para volver a casa y hacer algo útil por Ruanda. Ahora quiero ir a abrazarla y decirle: "He comprendido" gracias a Comunión y Liberación, gracias a don Giussani, gracias a todos los amigos que han hecho posible el encuentro con esta maravillosa compañía que es el movimiento».
«A medida que vamos madurando, nos convertimos en espectáculo para nosotros mismos, y Dios lo quiera, también para los demás. Espectáculo de límite y traición, y por eso de humillación, y al mismo tiempo, de seguridad inagotable en la gracia que nos es dada y renovada todas las mañanas. De aquí procede ese atrevimiento ingenuo que nos caracteriza, que hace que concibamos cada jornada de nuestra vida como un ofrecimiento a Dios, para que la Iglesia exista en nuestros cuerpos y en nuestras almas, a través de la materialidad de nuestra existencia»
Don Giussani, p.12
«Se percibe bien presente, también en nuestros tiempos, el poderoso soplo del Espiritu Santo, que renueva la Iglesia mediante asociaciones y movimientos surgidos recientemente. Muchos de ellos han nacido precisamente aquí, en Italia»
(Juan Pablo II, Gran oración por Italia y con Italia, 15 marzo 1994)
«Renovad continuamente el descubrimiento del carisma que os ha fascinado y éste os conducirá con más fuerza a hacernos servidores de la única potestad que es Cristo Señor»
(Juan Pablo II, a los sacerdotes participantes en un curso de Ejercicios espirituales promovido por Comunión y Liberación, Castelgandolfo, 12 septiembre 1985). p.14
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