40 años. La fe no está en contra de la razón ni de la realidad. El presente del movimiento: las cosas nunca han estado tan claras, tal y como sucedió en el inicio. La historia de una mirada fija en el origen.
No hace mucho tiempo, durante una memorable noche de copas y de charla, la firma más importante del periodismo deportivo, Gianni Brera, por desgracia ya desaparecido, dijo de improviso: «Vosotros, chavales, me gustáis. Me gustáis porque sois cristianos sin ser unos santurrones».
Brera había quedado impresionado por el hecho que también a nosotros nos ha impresionado. El cristianismo no es un lloriqueo afligido sobre sí y sobre el mundo, falsamente humilde y fervoroso. El cristianismo está a favor del hombre, existe para la «salvación» del hombre. La fe no está en contra de la razón ni de la realidad: es dada para que sea posible usar adecuadamente la razón y gustar la realidad.
Cuando Jesús subrayaba los límites y los pecados del hombre, no lo hacía para destruirlo, sino para mostrar que, confiando en Él, el pecado y el límite podían ser redimidos, es decir perdonados, y el hombre podía tener respeto para sí mismo y amar a los otros. En la sociedad italiana de los años 50, tradicionalmente y, aparentemente, aún católica, pero ya profundamente minada por el desordenado laicismo que la habría destruido, el acontecimiento cristiano recomenzó a implicar ardientemente a los jóvenes de las escuelas, primero milanesas y luego italianas. Era el otoño de 1954 y desde entonces fue la «guerra». Contra las intolerancias externas y las tentaciones internas.
Las primeras parecían vencidas: la celebración de la razón había confinado la religiosidad a una experiencia íntima y sentimental. Gioventú Studentesca primero, Comunión y Liberación después, por el hecho mismo de existir se opusieron a esta presunción, pagándolo a un alto precio, con una marginación alimentada por falsas acusaciones de integrismo que el tiempo está borrando lentamente. Esta, y no la política, fue la verdadera batalla de los años 70, batalla que se prolonga aún hoy en día. Quien reduce únicamente los méritos de Cl al papel, que también lo desempeñó, de resistencia a la violencia de los años de plomo, no ha entendido hasta el fondo ni el espíritu del movimiento, ni el drama vivido por la sociedad italiana, la cual, bajo la retórica de las utopías, pasó vertiginosamente de pueblo a incierta convivencia.
En cuanto a las segundas, las tentaciones internas son fácilmente identificables en el querer añadir algo -unas consecuencias pensadas y proyectadas- al origen de la experiencia, como si ésta no fuera más que una «premisa» para el cambio. Así, en un primer tiempo, a causa de la hostilidad del ambiente, hubo un ansia de mostrar a los otros que se existía, buscando una legitimidad en ciertos principios suyos. En un segundo tiempo, la tentación más grave fue la enfatización intelectualista del papel de la cultura, como si la interpretación y la teorización del acontecimiento cristiano, que algunos intentaron realizar, fuesen más potentes que el acontecimiento mismo. De aquí se derivaron forzamientos y errores, cometidos tanto por nosotros como por otros, y sobre los cuales la crítica, fuera y dentro de la Iglesia, ha sido siempre despiadada.
En el 82 la Fraternidad de Comunión y Liberación fue reconocida oficialmente por la Santa Sede, y con ello la Iglesia ha querido indicar la positividad para sí y para el mundo, como dijo el Papa, invitándonos a la misión, durante el conmovedor encuentro del treinta aniversario, en 1984 en Roma.
El presente. Las cosas no han estado nunca tan claras como sucedió en el inicio. Se dice que han pasado las ideologías y los intelectuales están en decadencia. Ciertamente ha pasado una fase política. Pero para nosotros, cuarenta años no han pasado en vano. La juventud no traiciona la fidelidad a aquello que se es. El haber mantenido la mirada fija en el origen de nuestra historia, tal y como continuamente, con autoridad se nos ha propuesto, nos obliga a no detenernos, a renacer cada día, a crecer (también en el número). Como ha escrito don Giussani de su puño y letra en un manifiesto durante una fiesta de universitarios: «A medida que vamos madurando, nos convertimos en espectáculo para nosotros mismos y, Dios lo quiera, también para los demás. Espectáculo de límite y de traición, y por eso de humillación y, al mismo tiempo, de seguridad inagotable en la gracia que nos es dada y renovada todas las mañanas. De aquí procede ese atrevimiento ingenuo que nos caracteriza, que hace que concibamos cada jornada de nuestra vida como un ofrecimiento a Dios, para que la Iglesia exista en nuestros cuerpos y en nuestras almas, a través de la materialidad de nuestra existencia».
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