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Huellas N.06, Junio 1994

PORTADA

Una historia que crece

Giancarlo Cesana

40 años. La fe no está en contra de la razón ni de la realidad. El presente del movimiento: las cosas nunca han estado tan claras, tal y como sucedió en el inicio. La historia de una mirada fija en el origen.

No hace mucho tiempo, durante una memorable noche de copas y de charla, la firma más importante del periodis­mo deportivo, Gianni Brera, por des­gracia ya desaparecido, dijo de improviso: «Vosotros, chavales, me gustáis. Me gustáis porque sois cris­tianos sin ser unos santurrones».
Brera había quedado impresiona­do por el hecho que también a noso­tros nos ha impresionado. El cristia­nismo no es un lloriqueo afligido sobre sí y sobre el mundo, falsamen­te humilde y fervoroso. El cristianis­mo está a favor del hombre, existe para la «salvación» del hombre. La fe no está en contra de la razón ni de la realidad: es dada para que sea posible usar adecuadamente la razón y gustar la realidad.
Cuando Jesús subrayaba los límites y los pecados del hombre, no lo hacía para destruirlo, sino para mostrar que, confiando en Él, el pecado y el límite podían ser redimidos, es decir perdonados, y el hombre podía tener respeto para sí mismo y amar a los otros. En la sociedad italiana de los años 50, tradicionalmente y, apa­rentemente, aún católica, pero ya profundamente minada por el desor­denado laicismo que la habría des­truido, el acontecimiento cristiano recomenzó a implicar ardientemente a los jóvenes de las escuelas, prime­ro milanesas y luego italianas. Era el otoño de 1954 y desde entonces fue la «guerra». Contra las intolerancias externas y las tentaciones internas.
Las primeras parecían vencidas: la celebración de la razón había confinado la religiosidad a una expe­riencia íntima y sentimental. Gioventú Studentesca primero, Comu­nión y Liberación después, por el hecho mismo de existir se opusieron a esta presunción, pagándolo a un alto precio, con una marginación ali­mentada por falsas acusaciones de integrismo que el tiempo está borrando lentamente. Esta, y no la política, fue la verdadera batalla de los años 70, batalla que se prolonga aún hoy en día. Quien reduce única­mente los méritos de Cl al papel, que también lo desempeñó, de resisten­cia a la violencia de los años de plo­mo, no ha entendido hasta el fondo ni el espíritu del movimiento, ni el drama vivido por la sociedad italia­na, la cual, bajo la retórica de las utopías, pasó vertiginosamente de pueblo a incierta convivencia.
En cuanto a las segundas, las ten­taciones internas son fácilmente identificables en el querer añadir algo -unas consecuencias pensadas y proyectadas- al origen de la expe­riencia, como si ésta no fuera más que una «premisa» para el cambio. Así, en un primer tiempo, a causa de la hostilidad del ambiente, hubo un ansia de mostrar a los otros que se existía, buscando una legitimidad en ciertos principios suyos. En un segundo tiempo, la tentación más grave fue la enfatización intelectua­lista del papel de la cultura, como si la interpretación y la teorización del acontecimiento cristiano, que algu­nos intentaron realizar, fuesen más potentes que el acontecimiento mis­mo. De aquí se derivaron forzamien­tos y errores, cometidos tanto por nosotros como por otros, y sobre los cuales la crítica, fuera y dentro de la Iglesia, ha sido siempre despiadada.
En el 82 la Fraternidad de Comu­nión y Liberación fue reconocida oficialmente por la Santa Sede, y con ello la Iglesia ha querido indicar la positividad para sí y para el mun­do, como dijo el Papa, invitándonos a la misión, durante el conmovedor encuentro del treinta aniversario, en 1984 en Roma.
El presente. Las cosas no han estado nunca tan claras como sucedió en el inicio. Se dice que han pasado las ideologías y los intelectuales están en decadencia. Ciertamente ha pasado una fase política. Pero para nosotros, cuarenta años no han pasa­do en vano. La juventud no traiciona la fidelidad a aquello que se es. El haber mantenido la mirada fija en el origen de nuestra historia, tal y como continuamente, con autoridad se nos ha propuesto, nos obliga a no dete­nernos, a renacer cada día, a crecer (también en el número). Como ha escrito don Giussani de su puño y letra en un manifiesto durante una fiesta de universitarios: «A medida que vamos madurando, nos converti­mos en espectáculo para nosotros mismos y, Dios lo quiera, también para los demás. Espectáculo de lími­te y de traición, y por eso de humilla­ción y, al mismo tiempo, de seguri­dad inagotable en la gracia que nos es dada y renovada todas las maña­nas. De aquí procede ese atrevimien­to ingenuo que nos caracteriza, que hace que concibamos cada jornada de nuestra vida como un ofrecimien­to a Dios, para que la Iglesia exista en nuestros cuerpos y en nuestras almas, a través de la materialidad de nuestra existencia».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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