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Huellas N.05, Mayo 1994

VIDA DE CL

La otra América

Giorgio Vittadini

Costa Este. Las vacaciones de CL en EEUU. ¿Una nueva secta? ¿El enésimo grupo de folklore religioso? El desafío de una Presencia que cambia lo cotidiano

Imagina un college en mitad de la campaña americana, entre Fila­delfia y Nueva York, imagina dentro 150 personas de todas las edades provenientes de diversas ciuda­des de la Costa Este (Filadelfia, Bos­ton, Tampa, Nueva York, Washing­ton, etc.) que han venido para pasar juntas el fin de semana. Imagina un profesor de estadística que ha llega­do allí casi por casualidad. Estas son las vacaciones de la comunidad ame­ricana de Comunión y Liberación y, el susodicho profesor es el que os cuenta alguna cosa. En el fondo nada de extraordinario, vacaciones se hacen muchas. A los ojos de los americanos CL podría ser el enésimo grupo o la enésima secta de importa­ción. «Nada nuevo bajo el sol». ¿Qué diferencia a CL, por ejemplo, de la poco distante comunidad de los Hiddisc, famosa por la película de Harrison Ford, aparte del hecho de que estos últimos son un poco más folclóricos y, actualmente, tan solo una atracción turística? CL no sería nada nuevo si fuera simplemente un grupo más. Conversando con nues­tros amigos americanos resulta evi­dente que, aunque Estados Unidos haya nacido de fuerzas religiosas -de aquellos perseguidos por las diversas confesiones protestantes-, con el tiempo ha tenido lugar aquel progre­sivo alejamiento del origen descrito en La conciencia religiosa del hom­bre moderno. Cada grupo, aunque afirme la posibilidad de un camino individual hacia Dios, afirma al mis­mo tiempo la radical lejanía, afirma la imposibilidad de encontrar físicamente al Señor pre­sente. Las personas son compañeros de viaje ocasionales que, como mucho, piensan de la misma manera. Nuestra comunidad, no solo afirma que existe una meta, cierta, sino que además existe un camino concreto hecho de rostros y de encuentros, a través de los cuales lo que es lejano se hace cercano, próximo. Aquí radi­ca el escándalo. En una sociedad dominada por la mentalidad yuppy, escandaliza un pediatra, Bob, que, ejerciendo su profesión, es ocasión de encuentro con la experiencia cris­tiana. O un sacerdote, father Bill, que, en el centro de Minnesota, vive el movimiento con algunas familias de origen alemán recreando, con más conciencia que los primeros pioneros, una aventura llena de ganas de construir. Que el camino para encon­trar la respuesta al propio deseo de felicidad no sea un pensamiento, una interpretación o un sentimiento inte­rior, sino una persona que comunica la gran Presencia, es inconcebible. Y sin embargo es exactamente así: quien sigue el Movimiento y hace Escuela de comunidad es -de hecho- ­el trámite para un encuentro y se hace indispensable para la vida de las personas. En esto está la novedad de las comunidades americanas, aunque sean pequeñas numéricamente: mani­fiestan una diversidad y una unidad impensables de otra manera. Otra característica estadounidense es que la vida está dominada por una conti­nua fragmentación. Se vive de forma fragmentada y dispersa entre el tra­bajo y la familia, el dinero y la diver­sión, la soledad y la inmersión en las masas. La jornada de un americano medio, sobre todo en las grandes ciu­dades, está determinada por el trabajo ( desde las 8 hasta las 5 de la tarde), después por la cena delan­te de la televisión comiendo palomitas y bebiendo Coca­cola. ¿Y el fin de semana? Todos al partido de football
(quizá después de los mundia­les, de soccer) y quien vive fuera de la ciudad, a cortar el césped del jardín. Personas que están en el vértice de su carrera, llenas de iniciativa en el trabajo, durante el tiempo libre se encuen­tran sin recursos, sin lugares reales de encuentro. De esta for­ma, la vida del indivi­duo está dividida en
dos momentos: una primera parte, frívolamente alegre y superfi­cial, y otra que sucumbe bajo una seriedad trágica que vuelve a la gente triste e integrada. Por encima de todo esto domina el deseo de tener éxito a toda costa, olvidando parte de la rea­lidad, peor aún, pisoteando a quien está cerca. En este clima sorprende y desconcierta la posibilidad de una unidad de vida precisamente en el trabajo. Loma es ingeniera en una empresa de telecomunicaciones -su oficina está llena de la vivacidad y de la inteligencia que le vienen de la experiencia cristiana que transpira por todos los poros. O como le ocu­rre a Rir, que trabaja en Brooklyn, en un proyecto de formación para los inmigrantes. No es raro que el encuentro ocurra en el mismo lugar de trabajo, quizás con un colega deseoso de comprender el origen de esta diversidad. La transparencia de miradas humanas ha sido, en todas la épocas, la puerta de introducción de Cristo en el mundo. Una puerta que en Nueva York se concreta, por ejemplo, en la pastoral para los inmi­grantes del padre Marino: sicilio­americano, personalidad rica por la típica iniciativa del italiano y por la precisión anglosajona. En la ayuda concreta a los inmigrantes de todos los colores -a través de cursos de for­mación, asistencia legal y social- la presencia de Barbara, Guido y Cristi­na se hace obra según el criterio de la caridad. Esta presencia de CL es como la de
un niño entre los gigantes de la cultura americana, las sectas, el Centro Rockefeller que domina la Quinta Avenida de Manhattan con sus programas de esterilización forza­da y la proclama masónica que está en la entrada del edificio. Pero es tenaz, porque corresponde al corazón y a la razón del hombre, y está segura -frente a un poder que parece tener una fuerza absoluta para determinar la mentalidad de la gente. Este es el factor de construcción de una compa­ñía sólida, como la fraternidad sacer­dotal de San Carlos Borromeo, a las puertas de Boston, guiada por father Mikael acompañado de Antonio y Vincent. También esta experiencia es nueva, inusual, en una realidad que no es inmune al individualismo como es el clero americano. Y así, en la división entre lo religioso y lo civil que caracteriza al mundo americano -en aquel formalismo que lleva a pagar a estudiantes para que, disfra­zados de jesuitas, se pongan a rezar con fines turísticos en lugares que una vez fueron de culto y que hoy están desiertos de fieles- resulta pro­vocadora la presencia de los Memo­res Domini. Una dedicación a Dios en lo cotidiano, en el trabajo y en las dos casas de Brooklyn, reintroduce una presencia precisamente en donde había sido excluida: la vida cotidiana.

(Ha colaborado Paola Bergamini)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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