«Las vacaciones - escribe el Tentador - son una ocasión óptima para hacer que los hombres se pierdan en sus propios sueños»
Mi queridísimo Orugario: No hay período mejor que las vacaciones estivales para darse cuenta de una verdad sencilla: que el hombre desea más justo aquello que dice temer más. Cuando les oigo hablar de sus defectos, de sus límites, me entra la risa. Tienen miedo, lo sé muy bien, del propio temperamento aventurero, de la propia inclinación hacia la infidelidad ( el adulterio es la especialidad del verano, así dicen... ), de la propia tendencia a meterse en líos... Pero yo me río, querido Orugario, y ¿sabes por qué?
¡Porque son todas tonterías! A un viejo diablo no se le engaña tan fácilmente. Escúchame bien. El hombre es un
ser creado y, por lo tanto, tiene límites. Si reconoce sus límites, entonces es un sujeto idóneo para la salvación. Hasta su incapacidad para conocerse a sí mismo a fondo es para la salvación. No existe naturaleza por chapucera y parlanchina que sea, que no sepa caminar hacia Dios. Por eso, ten cuidado: ¡no trabajes demasiado sobre los límites humanos! No te afanes demasiado en incitar a tu hombre hacia pequeñas aventuras de las que hasta es posible que emerja con una conciencia más clara de sí mismo. Naturalmente todas las tentaciones van bien, pero sólo si producen en el hombre aquel estado neutro, aquella distracción que, poco a poco, le harán sentirse insatisfecho cada vez que sobre su rostro no sople la brisa de la autonomía.
Todo es distracción: lo mismo una mujer que un libro, lo mismo el estudio que el recreo. La distracción es la autonomía, y ésta es la dirección hacia la cuál debes dirigir a tu hombre. Pero, ¿sabes cuánto dinero se gastan en vacaciones? ¿Y sabes cuánta gente se endeuda para poder realizar sus sueños?
¡No insistas más en la vecina del rellano de tu hombre! Todos saben que le gusta. Pero él está casado y todavía para él la fidelidad es un valor; para estirparlo haría falta bastante más que una travesura. Inclínate más bien por lo seguro: existen ya incluso en los practicantes más asiduos, enormes zonas de sombra, donde no queda ya nada de cristiano. Me refiero sobre todo a aquel valor común que son los sueños. ¡El período de las vacaciones es el período de los sueños! Todo el mundo piensa, con la vida tan triste que lleva, que soñar es un derecho. Prueba a subir en el metro por la mañana a las siete y media, en un día laboral, y escruta los pensamientos de los presentes. ¿Presentes? Más bien diríamos ¡ausentes! Todos soñando, proyectando ante sí la vida que preferirían llevar, todos diseñando el mundo según su medida. Y esto les hará más insufribles frente al trabajo, frente a la familia, frente a todos.
Pero durante las vacaciones... ¡aquí está la idea! realizar un trocito de sueño. Ir a Indonesia, al Caribe, al Algarbe, al Polo Norte, a donde más les guste.
Aislarse en un Club de élite o algo similar, para recortar en torno a sí un trocito, un capítulo de la gran telenovela el mundo de los sueños.
Todo esto bien vale un préstamo bancario. He oído decir a la mujer de tu hombre que las vacaciones son una ocasión para volver a ver a los amigos y para hacer cosas útiles para uno mismo y para los demás. Él ha replicado diciendo que «las vacaciones son una ocasión para realizar los propios sueños». No sé dónde lo ha leído pero está bien dicho. ¿Lo ves? Es cristiano, va a misa, le es fiel a su mujer. Estoy seguro de que en esto él pone todo su afán. Pero en el fondo su fe es una fe sin Misterio; está convencido de poder hacerlo todo él solo, con mucha buena voluntad y con la ayuda de Dios como dice él. O sea, con el empujoncillo, siempre complaciente, del Padre eterno. Si esto es así, fenomenal: ¡vámonos de vacaciones! ¡A las islas del Caribe! ¡A la Patagonia! Con la ayuda de Dios hará tantos sueños maravillosos que nos lo restituirán en septiembre más tonto que nunca.
Un fuerte abrazo de tu querido,
Escrutopo
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