Aumentan las revistas y los libros que aconsejan como educar a los hijos. Un signo de la amplitud de la incertidumbre
Proponemos dos textos que ofrecen, a pesar de su carácter sintético, dos modos distintos e considerar la educación de los hijos. En dicha educación se realiza la difícil tarea de los padres.
El primero es un texto escrito por Marcello Bernardi, experto en problemas de la infancia, actual colaborador de una de las revistas para madres más vendidas en Italia: su oración del niño fue ampliamente difundida a finales de los años setenta. En la expresión ambigua de la oración, se perciben los rasgos de una concepción de la educación que borra cualquier función de propuesta por parte de los padres, y, por tanto, cualquier «riesgo». Todo está confiado a una idea abstracta de evolución que se nutre de dudas.
El segundo texto es de 1965, su autor don Giussani. Es un fragmento de un artículo largo en el que se exponían algunas ideas y líneas sobre el método educativo. Como centro una urgencia: educar significa educar en la certeza.
CRECER CON NADA
Haz que él sea distinto que nosotros. Haz que no tenga padres, ni hijos, ni familia, ni maestros, ni discípulos, ni casa, ni refugio. Haz que no encuentre Conquistadores, ni Caudillos y ni siquiera Santos. Haz que no conozca la Ley, ni el Orden, ni la Religión, ni la Patria. Haz que no tenga ni riqueza ni pobreza, y que nada le suceda, y que jamás pruebe la amargura de la victoria, ni el rencor de la derrota, y ni siquiera la ilusión de la paz. Haz que todos los hombres sean para él padre, madre e hijo, que la mente sea su maestro y él mismo su discípulo.
Haz que el cielo y la tierra sean para él casa, patria e iglesia. Haz que su orden sea la firmeza y la benevolencia su ley. Haz que la imaginación y el coraje sean su riqueza y su poder. Haz que jamás deje caer su espada y que la lucha sea para él victoria y derrota. Haz que la alegría del instante presente sea para él vida y muerte. Haz, oh Señor, que no sea como nosotros y que, al menos él, pueda creer que tú existes.
(Marcello Bernardi, Preghiera per un bambino, para el Año Internacional del Niño, ONU 1979, Libreria dei ragazzi)
EDUCAR EN LA CERTEZA
El encuentro con alguien que sea, para el niño o para el muchacho, portador de lo que hemos llamado «hipótesis explicativa de la realidad» no es algo que se pueda evitar. En efecto, el primer lugar donde esto sucede es la familia: la hipótesis inicial es la visión del mundo que tienen los padres o aquéllos a los que los padres les dan la responsabilidad de educar al hijo. No puede existir un cuidado del hijo ni una preocupación por su formación, sin al menos una vaga y confusa -casi instintiva- visión de un sentido del mundo. La educación consiste en introducir al muchacho en el conocimiento de lo real, precisando y desarrollando esta visión original. Ella posee el inestimable valor de conducir al adolescente a la certeza de la existencia de un significado de las cosas. La realidad, repitámoslo, no es verdaderamente afirmada si no se afirma la existencia de su significado. En esto se resuelve la exigencia absoluta de unidad que constituye el alma de toda empresa de la conciencia humana.
Sin duda, todo mecanismo natural debe ser respetado en su verdadera fisonomía. Por eso, es importante observar que el proceso de dependencia no debe resultar obtuso: un asumir mecánico por parte del discípulo y un imponer desconsiderado por parte del maestro. Lo primero consiste en un seguir acompañado de una conciencia cada vez mayor, lo segundo en un proponer que encuentre su fuerza en los motivos que sabe portar y en la experiencia que sabe ofrecer. En cualquier caso, el principio enunciado es en sí mismo ineliminable, y, como siempre en las leyes de la naturaleza, es sólo el modo inapropiado de realizarlo lo que puede dar lugar a las objeciones y dificultades.
No es justo que los padres casi teman, más allá de los 14 o 15 años, proponer con decisión a los hijos las ideas fundamentales. Mucho menos justo es que se abstengan de dárselas, por un concepto mal entendido de libertad, que contrasta profundamente con la exigencia de una hipótesis precisa en la vida de los hijos. El «da lo mismo» en la familia es, con muchísima frecuencia, en el alma del joven la raíz de un escepticismo incluso más difícil de extirpar que la influencia deletérea de la escuela neutra. Es necesario que la lealtad con el origen se encuentre, ante todo, en los padres. Coincide con la lealtad consigo mismo, ya que precisamente ellos representan el origen de los hijos, razón por la que merecen con propiedad el nombre de padres. De nada valdría haber dado la vida, sin ayudar incansablemente a los hijos a reconocer su sentido total.
En particular la genialidad educativa de la familia se revela en la elección de los colaboradores que asume en la obra de educación de los hijos. Asombra mucho el espectáculo, hoy prácticamente generalizado, de familias que, después de haber dado durante años a sus hijos ideas de fondo precisas, no se preocupan de que puedan verificarlas en el tiempo de la adolescencia. De este modo se permite -con una inconsciencia que, si no es culpable, por lo menos es ruinosa- que la escuela «neutra» y laicista cumpla sin molestia alguna su trabajo principal de destrucción y desequilibrio en la conciencia de los hijos. En este sentido, es necesario subrayar que no se trata sólo de la defensa de ciertos valores que una escuela laicista amenaza; sino que se trata, mucho más, de la salvación de una integridad psíquica, de la valoración de una energía vital en los jóvenes, sea cual sea la concepción de la vida en la que la familia les haya educado. Concluiría este primer punto así. La lealtad con el dato, con la tradición de donde se origina la conciencia del adolescente, es el nervio central de toda educación responsable. En primer lugar, dicha lealtad funda ese sentido de la dependencia sin el cual la realidad es tratada con violencia y manipulada por la presunción, o es alterada por la fantasía, o vaciada por la ilusión. En segundo lugar habitúa a afrontar la realidad con esa certeza de la existencia de la solución sin la cual la capacidad de descubrimiento y la misma energía creativa de relaciones con las cosas se vuelves áridas.
(Luigi Giussani, Adolescente, familia, escuela. en Enciclopedia dell'adolescenza, Queriniana, 1965
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