Va al contenido

Huellas N.04, Abril 1994

PORTADA

La familia año cero

Davide Rondoni

Tiene un gran enemigo: la retórica. En el Año Internacional de la Familia, en el que se oyen cosas de todo tipo, Litterae descubre que...

Es «su» año. Documen­tos, simposios y prensa se están ocupando de ella, y ocupa el centro de las polémicas de los entes más prestigiosos del mundo: el choque entre el Vaticano, la ONU y el Parlamento Europeo. El gobierno Berlusconi, en Italia, le ha asignado la mitad de un ministerio, precisamente al mismo tiempo que se «celebraban», entre evocaciones y revelaciones, el veinte aniversario del referendum sobre el divorcio.
Pero cuando se habla de la fami­lia, inmediatamente surge un males­tar extraño. Todos o casi todos tene­mos o hemos tenido una familia. ¿Pero es de ésta de la que se habla en los congresos o de la que se anali­zan sus cifras en los documentos? ¿Es ésa de la que todos, más o menos, conocemos las alegrías y los dolores, los líos e incluso los olores, los problemas y los misterios?
En el año de la familia, por tanto, lo primero que hay que evitar es que nos tomen el pelo: la familia no es una pintura al óleo, sino un coágulo de problemas, una circunstancia tan compleja e importante que la Iglesia, más que en un Ministerio o en una resolución de la ONU, la funda nada menos que en un Sacramento.
Un hecho es cierto: hoy «formar» una familia es, sin duda, difí­cil.
Pero la verdadera dificul­tad no está tanto en la serie de desgracias económicas que se dan o en la extensión de una mentalidad divorcista o abor­tista, que ciertamente no animan a esta empresa.
Ante todo es necesario poner de relieve, de forma realista, que muchísimos de los jóvenes que hoy se plantean el problema de formar una familia provienen de experien­cias familiares «negativas», de situa­ciones que han saltado o malamente soportadas. El hecho de que se hable, en estos años, de un movi­miento de reflujo (es decir, de descu­brimiento de la familia por parte de la generación hija de la contestación) es sólo la enésima cortina de humo patética de los padres (ex-rebeldes) conmovidos al ver que sus hijos apa­rentemente les contestan.
Puede darse un reflujo en los gus­tos musicales, descubrirse el primer rock: basta con poner un disco y pensar «desde luego, este Elvis... ». Pero redescubrir la familia sin haber tenido jamás una experiencia positi­va de ella, equivale a inventarse un simulacro. Una cosa llamada fami­lia, una máscara tan desilusionante como intenso es el deseo del que la ha imaginado.
¿Por qué la familia parece estar en crisis en Occidente? La respuesta no se encuentra en cualquier tomazo de filosofía o sociología. La encon­tramos allí, en una bella exposición, en un documento de la ONU.
Hay algo terrible en juego. Mon­señor Martin, delegado del Vaticano para las cuestiones familiares, ha declarado su sorpresa porque en el documento de la ONU sobre el desa­rrollo de los pueblos jamás aparecen estas dos palabras: amor y familia. ¿Quiénes son estos potentes burócra­tas que han estudiado el progreso humano censurando el amor (y como consecuencia la familia)? ¿Se refería a ellos Eliot al escribir: «Ellos bus­can siempre evadirse del vacío exter­no e interno, soñando sistemas tan perfectos que ninguno tenga necesi­dad ya de ser bueno»? Reflexione­mos un momento.
El amor es la dinámica a través de la cual la persona descubre y expresa su propia pertenencia natu­ral a otro, a aquella alteridad que, en último término, reenvía al Misterio de la vida. La censura de la palabrita amor en este documento destinado a la diplomacia y a los gobiernos del mundo coincide, en la realidad coti­diana, con la anulación de la con­ciencia de pertenencia y de la con­ciencia de responsabilidad ante el Destino. El amor sustituido por el feeling, por ese nihilismo alegre del que Litterae ya ha hablado.
Es el avance del desierto.
La amenaza contra la familia no es, por tanto, la amenaza dirigida contra una noble y un poco rancia institución del pasado, sino una deri­vación extrema de la amenaza que se dirige ya contra el corazón de la per­sona humana.
La familia es el primer lugar estable de compañía entre personas, sobre la base de un interés gratuito y de una conciencia natural de per­tenencia al misterio de la vida. Es, por una parte, el núcleo más peque­ño, estructuralmente más frágil, y por otra, es el primero que se resiente de la explosión de la crisis de la persona: no nos asombra, por tanto, que sea el nivel de compañía más indefenso, en la práctica. Rota la familia, el individuo se queda «solo», permanece más expuesto al influjo de la mentalidad y de los comportamientos que provienen de quien detenta el poder de ejercer tal influjo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página