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Huellas N.01, Enero 1994

VIDA DE LA IGLESIA

Los esclavos de Calvino

Fidel Gonzalez

Los países protestantes fueron, contrariamente a lo que se cree, los mayores organizadores de la trata de esclavos. Con el consenso de ética y teología

En 1988, la Comisión Pontificia «Iustitia et Pax» del Vaticano, publicaba un documento titulado «La Iglesia ante el racismo por una elección más fraterna». Se afirmaba cómo el Cristianismo había destruido radicalmente la esclavitud a partir de la experiencia de perte­nencia a Cristo. Sin embargo, con la pérdida de la conciencia del pertene­cer a Cristo y de la memoria de su Advenimiento, la esclavitud sufrió un notable incremento: de hecho, los intereses de los Estados nacionales fueron colocados por encima de los derechos de las personas y de las sociedades.
Fue entonces ensalzado con fuerza un sistema económico basado en la esclavitud de raíz pagana. El hecho vino a coincidir también con la fisura de la Christianitas catholica y con el nacimiento del capitalismo de matriz protestante y en concreto calvinista. Este momento comienza y se desarro­lla a partir de los grandes descubri­mientos geográficos. A menudo se ha hablado de la trata atlántica de escla­vos, comenzada por los portugueses, olvidando algunos hechos históricos. La trata atlántica es iniciada por estos cristianos «desmemoriados» que se dicen católicos, pero, cuando se con­vierta en el tráfico económico más beneficioso de todos, será gestionada hasta el final, y casi en su totalidad, por los calvinistas y por su capitalis­mo.

Datos de la trata atlántica
A partir del siglo XVII y con el culmen en el XVIII iluminista, escri­be la ya citada Comisión pontificia, «fue elaborada una verdadera y pro­pia ideología racista, que se oponía a las enseñanzas de la Iglesia». Un informe presentado al gobierno inglés en 1787, proporciona algunos datos interesantes sobre la estrecha relación existente entre la afirmación la ilustración política y la trata de esclavos; en aquel año, 100.000 negros fueron transportados a Améri­ca por las compañías inglesas, fran­cesas, portuguesas, holandesas y danesas; falta de esta lista España cuyas leyes vetaban este comercio.
En aquel período se mantenía que la trata de esclavos habría transportado a América, vivos o muertos, a casi 40 millones de personas desde 1511 a 1787, pero estas cifras todavía son muy discutidas por los historiadores. El continente africano subsahariano provocó los intereses de Europa sólo a partir del siglo XIV; las motivacio­nes económicas han prevalecido en el contacto entre Europa y África.
Al principio, Portugal miró a este continente como punto de apoyo en sus rutas hacia las Indias orientales. Pero más tarde, con la ocupación de Brasil, las tierras africanas se conver­tirían en un mercado humano de mano de obra para llevar a las Amé­ricas. En el siglo XVII las potencias mercantiles protestantes conquista­ron los mercados e hicieron de todo para conseguir el monopolio absolu­to de lo que más producía: la trata de esclavos. El comercio de esclavos, que alcanzó su apogeo en los siglos XVII y XVIII, tuvo como lugares de destino más comunes las trece Colo­nias Americanas que alcanzaron su independencia en 1774 formando los EEUU y las colonias del «algodón, del azúcar y del café»: los países de las Antillas y del mar del Caribe bajo dominio predominantemente inglés, holandés, francés y en parte español, el gran Brasil junto a los tres grandes enclaves de las Guayanas inglesas, francesas y holandesas.

El calvinismo inglés y la esclavitud en Norteamérica
No se puede leer la historia de la esclavitud norteamericana prescin­diendo del contexto religioso calvi­nista y fundamentalista que se creó en estos países a continuación de la inmigración voluntaria de calvinistas separatistas (dissenters) primero y de puritanos más tarde, perseguidos por la Iglesia anglicana en la primera mitad del siglo XVII. En el Nuevo Continente las diferencias religiosas entre los diferentes grupos disminu­yeron y las sectas se reunieron, en un primer momento, en los «congrega­cionalistas». Después los principios protestantes del libre examen y de la autonomía más absoluta de la con­ciencia de cada uno volvieron a lle­var a la separación, hasta tal punto que la América protestante y calvi­nista se convirtió y aún hoy lo es en la patria de innumerables sectas fundamentalistas y paracristianas. En este contexto religioso, a la práctica de la trata de esclavos negros y al maltrato y exterminio de los indios, introducido inmediatamente después, le sigue la teoría que intenta darle un fundamento teológico.
En 1650 ya había sido totalmente introducida la esclavitud y hacia finales de siglo ya había sido firme­mente establecida como parte del sis­tema social legalmente constituido y aprobado.
Parece que la trata de esclavos africanos comenzó, en estas colonias, hacia 1637 con la aprobación de las iglesias protestantes locales.
En 1641 se publica un código de leyes «Body of Liberties» para regu­lar las relaciones entre los blancos y los negros. El código prohibía poner en esclavitud a los habitantes actuales de las colonias (blancos o negros), sin embargo permitía hacer esclavos a los prisioneros de guerra justa y a los extranjeros llegados a las colonias para la venta (¡sic!) o para ser vendi­dos en los mercados, es decir, los negros. Así empezó la esclavitud legal de los indios hechos prisioneros y de los negros vendidos en los mer­cados.
Dicha legislación esclavista nacía de una sociedad prácticamente «teo­crática», donde autoridad civil y reli­giosa coincidían, sobre el ejemplo establecido en Ginebra por el mismo Calvino; por eso un protestante, al practicar la esclavitud, estaba totalmente de acuerdo con su fe religiosa.
Al mismo tiempo la práctica de la esclavitud, a consecuencia de la eco­nomía basada en la agricultura de las colonias, especialmente del Sur, se convirtió en uno de los comercios más fructíferos y signo de la bendi­ción divina. Muchos mercaderes del Norte (los yankees) se dedicaron a la trata con el fervor mercantil que caracteriza los inicios y la tradición calvinista holandesa e inglesa, para abastecer de la «mercancía» necesa­ria a los agricultores del Sur.
A partir del siglo XVII la trata y el asentamiento de los esclavos en las Américas estará controlada práctica­mente por el mundo mercantil «calvi­nista» en sus versiones tanto america­na como europea (Holanda, Inglaterra y Francia) y unido al nuevo capitalis­mo, hasta que el monopolio pase, de manera indiscutida, a Inglaterra con el tratado de Utrecht en 1713.
El beneficio y la riqueza eran tales que Inglaterra, tras la guerra de Sece­sión española, preferirá dejar a las demás potencias otros «beneficios territoriales» y quedarse con las zonas de control del comercio (Gibraltar y Malta) y el monopolio absoluto del «oro negro» de entonces. Esto llevó al nacimiento de un nuevo contraban­do y de una nueva «mafia» del mer­cado de esclavos, como atestiguan las fuentes de la época.

Inglaterra y los esclavos
Los intereses de Inglaterra en este tráfico de esclavos tiene profundas raíces, desde hacía ya dos siglos se distinguía en la práctica de este tráfi­co inmundo. En 1563 sir John Haw­kins, con una nave bautizada Jesús, había transportado a las Américas al menos trescientos esclavos africanos, con beneficios de vértigo.
La misma reina Isabel I se con­vierte en accionista de tan espléndido beneficio comercial a partir de 1564. Los monarcas ingleses, Stuart prime­ro y Hanover más tarde, se distin­guieron por su fervor esclavista des­de el punto de vista comercial.
Guillermo III (1689-1702) supri­mió cualquier tasa aduanera sobre trata de esclavos y autorizó el tráfico a cualquier compañía privada, abriendo la competencia con la Royal African Company, la compañía esta­tal inglesa que poseía hasta el momento el monopolio esclavista con los mercados americanos.
Según datos de 1743 , más de 1.421 naves negreras surcaban el Atlántico, rivalizando con otras 1.250 de Nueva Inglaterra (colonia inglesa de Norteamérica). La dimen­sión del tráfico bajo la protección británica era tal que Jefferson, posee­dor él mismo de esclavos, en el mis­mo escrito de la Declaración de la independencia de los futuros EEUU, quiso señalar este hecho como uno de los crímenes del rey inglés Jorge III, para sostener las argumentacio­nes que defendían la independencia.
Sin embargo, tanto Jefferson como los demás padres de la inde­pendencia americana, incluso Was­hington, practicaban cuanto condena­ban en los otros y tuvo que esperarse todavía casi un siglo para la aboli­ción de la esclavitud.

Justificación teológica
La teología calvinista y las igle­sias protestantes calvinistas, purita­nas y congregacionalistas, no sólo no se opusieron nunca oficialmente a la institución de la esclavitud, sino que la sostuvieron desde el punto de vista teológico y legal. La diferencia con América latina de matriz católica está precisamente en esto.
Determinadas zonas de América latina, como Brasil y los países que miran al Atlántico, fueron países receptores de esclavos negros, pero en menor escala que los países de dominio calvinista (basta mirar el mapa actual latino-americano). Ade­más el tráfico no entrará en los textos constitucionales ni en los códigos de estos países católicos.
La religión católica reconoce la existencia del pecado pero no lo aprueba, por el contrario el estado calvinista reconoce y considera lícito un hecho intrínsecamente malvado como la negación de los derechos de la persona. Para entender esta actitud es necesario recordar que los calvinis­tas, afirmando el concepto de predes­tinación, aceptaban también todas sus consecuencias; según dicha concep­ción algunos elegidos por Dios, están sujetos a todos los derechos divino y humanos. El amor al prójimo es por tanto selectivo dependiendo de que uno esté o no predestinado, como afirma William Ames, teólogo calvi­nista del siglo XVII: «Entre los hombres debe amarse más a aquellos más cercanos a Dios, y, en Dios, a noso­tros mismos». Concluye que en esta jerarquía selectiva del amor al próji­mo «nosotros debemos desear la feli­cidad a los temerosos de Dios, pero a los no temerosos de Dios sólo en la esperanza y en la suposición de su fe y de su arrepentimiento».
Esta teológia calvinista llegó a teorizar incluso sobre la belleza de la desigualdad como sano principio del orden social, estratificado en clases diferenciadas. La igualdad de todos los miembros de una sociedad sería así la negación de la belleza a causa de la confusión y del desorden, es decir del pecado: «Fue el orden quien dio belleza a esta maravillosa estructura del mundo ... para com­prenderlo mejor debemos mirar qué es el orden. Es una disposición tal de cosas iguales y desiguales entre ellas que dé a cada una el debido y propio puesto... Nada se puede imaginar más alejado de la recta razón y de la verdadera religión que pensar que por el hecho de que fuimos iguales al nacer y de que seremos del mismo modo iguales a la muerte, se deba ser así durante toda la vida».
En esta sociedad puritana ordena­da y estratificada, el papel de la clase superior corresponde a los elegidos por Dios que son los blancos calvi­nistas, mientras que el resto son razas inferiores de siervos. Por eso afirma Benedict Ruth, «el racismo es el nuevo calvinismo el cual asegura que un grupo de hombres lleva el estigma de la superioridad y el otro el de la infe­rioridad».
Hay que reconocer sin embargo, que las comunidades protestantes no fueron monolíticas en su actitud hacia los esclavos. Pero en general los teólogos y predicadores puritanos que se opusieron a la esclavitud fue­ron pocos y aislados. La Iglesia anglicana oficial si bien no sostenía una doctrina calvinista rígida como la iglesia presbiteriana y puritana, aprobó sin embargo la esclavitud y difundió una mentalidad esclavista llegando a aprobar leyes como la promulgada en 1692 por la asamblea de Maryland según la cual una mujer blanca que quedara encinta por un esclavo, debía ser condenada a siete años de esclavitud y puesta preferi­blemente al servicio de los pastores de la iglesia anglicana.
Un análisis de las demás iglesias protestantes presentes en los Estados Unidos en aquella época nos lleva a las mismas conclusiones. Serán los cuáqueros, surgidos en Inglaterra hacia 1650 por obra de George Foz y que también pronto huyeron a Amé­rica del Norte quienes casi al mismo tiempo se hicieron antiesclavistas. A ellos se unieron los menonitas, una secta nacida en Alemania en 1536. Estas sectas, duramente perseguidas por los calvinistas por sus posiciones, organizaron su primera propuesta antiesclavista en 1688.
A ellos se unieron los labandistas, secta protestante nacida en Francia en 1670 y que en el Nuevo Continen­te se encontró de hecho reducida a la esclavitud.
Los cuáqueros llevaron adelante su lucha durante todo el siglo XVIII obteniendo cada vez mayor consenso y logrando la abolición de la esclavi­tud en Pennsylvania en 1780.

El tráfico de esclavos en Angola y Brasil
En el siglo XVII la economía de Brasil, de Norteamérica y de los paí­ses del Caribe exige una considerable mano de obra recuperada a bajo pre­cio a través de la explotación de los esclavos africanos. Las ricas tierras de Brasil y de las islas de las Antillas se convierten en poco tiempo en territorios controlados por las poten­cias marítimas protestantes y calvi­nistas: Inglaterra y Holanda, quienes obtendrán el monopolio de la trata.
Anversa y Rotterdam acapararán el mercado de las especias para todo Occidente. Nacen las dos Compañías del capitalismo moderno calvinista: la de las Indias Orientales Holande­sas en 1602 y la de las Indias Occi­dentales Holandesas en 1621.
Los calvinistas holandeses pusie­ron el pie en Brasil en 1630 con la conquista del estado de Pernambuco, tras la destrucción de la potencia marítima portuguesa. El intento de conquistar todo Brasil no se logró, pero su establecimiento, junto al de ingleses y franceses, permitió contro­lar el tráfico comercial atlántico en el Caribe y por tanto la trata de escla­vos. Los holandeses serán con los ingleses los negreros más activos al menos hasta 1848.
Los calvinistas, a partir de su entrada en Brasil, destruyeron tam­bién la potencia portuguesa en el Océano Indico y entre 1637 y 1642 se adueñaron de todos los principales establecimientos portugueses de la costa occidental africana.
Las compañías comerciales se convirtieron en las verdaderas deten­toras del poder a todos los niveles. Este poder usará todos los medios, desde la prensa (fomentará el naci­miento de la leyenda negra anticatóli­ca y antiespañola), a la piratería marí­tima, desde la masacre de los misio­neros, al ataque de las ciudades por­tuarias españolas y portuguesas en la patria y en los territorios de ultramar.
Dos hechos históricos favorecie­ron el predominio calvinista: Holanda e Inglaterra, enemigos tradicionales de la España católica, se vieron favo­recidos por los contrastes hispano­lusitanos. Los portugueses fueron apoyados por los ingleses en función antiespañola pero se convirtieron a su vez en rehenes de aquel poder calvi­nista que hará de Portugal uno de los países más ligados a la masonería y al anticlericalismo. Esto llevó, en 1641, al final de la lucha entre portugueses y holandeses por Brasil, al paso del dominio holandés de las colonias de Angola, de Santo Tomé y de Axim en Ghana y al total control del comercio de esclavos por parte holandesa.
En los años 40 del siglo XVII, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales lograba transportar a América cerca de 3.000 esclavos al año, es decir la mitad, quizás un ter­cio del total. La principal actividad de la Compañía Holandesa en Africa fue por tanto el comercio de escla­vos, que «habiendo sido el motivo principal de la conquista de Angola, no puede ser pasado por alto de ninún modo», como se lee en un memorial del gobierno holandés de Pernambuco.
La política holandesa en Angola fue muy engañosa. De hecho, ocu­pando los territorios a lo largo de la costa, los holandeses empujaban a los portugueses, que precedentemente habían ocupado aquellos territorios, hacia el interior dejándoles el trabajo de pillaje, de modo que obtenían el doble objetivo de no enemistarse con los locales y procurándose así, con el mínimo esfuerzo y costo, la «mercan­cía» necesaria para el propio negocio. Holandeses y portugueses, los prime­ros por interés, los segundos por supervivencia, firmaron distintos acuerdos en este sentido.

Diferencias de trato
Existió una notable diferencia en el trato, igualmente inhumano, dado a los esclavos por parte de portugueses y calvinistas. Los portugueses hacían dormir a los esclavos en barracones, les alimentaban bien, antes y después del embarque. Durante la travesía dormían sobre bancos y no estaban obligados a yacer entre sus propios excrementos. Lavaban el suelo cada dos días con vinagre, comían caliente dos veces al día alternando el maíz con judías con un gran cucharón de aceite de palma, un poco de sal y a veces un pescado seco. Cada esclavo recibía una muda vieja y una manta para la noche. Este comportamiento, incluso si tenía el objetivo de conser­var con fuerzas a los esclavos para venderlos mejor una vez llegados a destino, era, de hecho, más humano que las medidas de lager tomadas por los holandeses. Las ocupaciones terri­torial es holandesas de las costas angoleñas terminarían pronto, pero continuará la comercial junto a los portugueses con los que habían pacta­do. Después del vano intento de pro­testantización del Congo por parte de los calvinistas, este reino, tras una sangrienta guerra civil fomentada por las diversas Compañías comerciales, fue dividido en tres partes. Comienza así el período de anarquía más triste de la historia de estos países, del cual negreros y Compañías Comerciales obtuvieron grandes beneficios hasta el siglo XIX. La eliminación por par­te de los holandeses del monopolio portugués sobre el comercio europeo con Africa Occidental, facilitó el nacimiento de compañías nacionales inglesas y francesas en Africa y en la Indias Occidentales, capaces de com­petir con los holandeses mismos en la adquisición de esclavos africanos.
Entre 1652 y 1713 se abre la lucha entre las compañías «protes­tantes» por la hegemonía, que termi­na con el aniquilamiento de los holandeses a favor de ingleses y franceses. Portugueses y brasileños hicieron de nuevo su aparición en el comercio al Norte del Ecuador, mientras otros gobiernos europeos (Suecia, Dinamarca y Brandeburgo) se unieron a los ingleses y franceses en el intento de emular el ejemplo holandés y crearon compañías nacio­nales para la trata de esclavos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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