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Huellas N.01, Enero 1994

CULTURA

Es decir, melancolía

Vincenzo Sansonetti

Hay estudios ponderados, libros y sabias investigaciones que intentan definir el sentido religioso presente en cada hombre. Pero quizás basta una palabra, clara y experimentada por todos. De suerte que en cada tiempo y en cada arte...

Nuestras jornadas están afectadas por demasiado melancolía, y al mismo tiempo, hay demasiada poca. Es una contradicción sólo aparente. Intentemos explicar­nos. En el simposium dedicado a la relación entre melancolía y música, que hubo en Bolonia en la primavera de hace tres años, el psiquiatra Giuseppe Martini definió la melancolía como el «genuino dolor que nace de la disensión profunda entre la ple­nitud y la fugacidad del presen­te con su caducidad»: esto genera «por una parte, una fuer­te pulsión de muerte, por la otra una enorme nostalgia por la plenitud originaria». Nosotros diríamos: nostalgia del infinito. Pues bien, hoy hay demasiada «pulsión de muerte» y poca «nostalgia de plenitud». Tam­bién porque la melancolía, en este segundo significado, «se revela sólo al hombre pensan­te», como ha escrito el filósofo Luigi Pareyson. Se revela, por tanto, a quien mantiene los ojos abiertos sobre el propio destino. Pero es un aspecto dinámico, activo, como subraya el escritor Alberto Bevilacqua, mientras que existe una melancolía «pasiva, estática, que asume una verdadera y propia forma patológica». La melancolía como enfermedad está ligada al significado original de la pala­bra, a su etimología ( «bilis negra»), y se manifiesta como psicosis maníaco-depresiva: un desorden psíquico que hoy se ha convertido en un fenómeno de masas. Habrá en torno a 500 millones de personas que la sufren en todo el mundo, un americano de cada cinco. En Italia al menos el 15-20 por ciento de la población sufre trastornos depresivos leves, y el 4-5 por ciento graves. Los sufren sobre todo las mujeres, y en particular las amas de casa, pero también los manager y los profesionales. ¿La causa? La obsesión por la competitividad y por el éxito. Pero hay razones más profundas. El es??ritor judío-polaco Isaac Bashevis Sinhger, premio Nobel, sostie­ne que «la melancolía es ver el mundo tal y como es».
¡Qué amargo realismo! Y qué lejos estamos de lo que escribía hace dos siglos Hipóli­to Pindemonte, el traductor de la Odisea: «Melancolía, ninfa gentil, mi vida te la entrego a ti». Melancolía como obsesión y desesperación. Encontramos huellas de ella en otros autores de la diáspora judía (ciertas películas de Woody Allen) así como en autores pertenecientes al ex-imperio comunista: pense­mos en la última película del polaco Kieslowski, Azul, sólo en parte rescatada por una espe­ranza religiosa. Azul, entre otros, es el color de la melanco­lía, y Saturno es su planeta, según los antiguos. Pero no se trata de individuar una influen­cia astral, como no se trata de seguir una terapia para «sanar» la melancolía. Sino que se debe atender a la «nostalgia de pleni­tud». Veamos algún indicio a lo largo de la historia de la expre­sividad humana. Albrecht Dürer titula «Melancolía» un célebre grabado de 1514 que representa una niña pensativa y apartada.
En muchas expresiones de la creatividad musical es evidente la melancolía: piénsese en la Sonata Claro de Luna de Beet­hoven, autor también de un Cuarteto de la Melancolía, pero también en el Vals triste de Sibelius o en el Adagio de Albinoni. El tema de la melan­colía naturalmente domina la música ligera moderna: vienen rápidamente a la mente Battisti, Paolo Conte, Dalla, Renato Zero. Ruggeri. La melancolía es invocada ( «clara melancolía, no me dejes más») o rechazada ( «vete fuera, melancolía») y casi siempre está ligada al amor por una mujer, siendo ella la causa, o siendo ella la que la puede alejar ( «haz pasar mi melancolía»). Para el poeta Baudelaire «la melancolía es siempre inseparable del senti­miento de la belleza», pero hoy un héroe decididamente melan­cólico como Dylan Dog la rela­ciona con degollamientos, demonios pavorosos y mons­truos de todo tipo.
Por otra parte, como sostie­ne la escritora Virginia Woolf, «el espesor de una hoja basta para separar la melancolía de la alegría».
Volvamos al principio, a las observaciones iniciales. Melancolía es lo que hay antes del dolor y lo que queda después del dolor, pero es también nos­talgia de una plenitud, espera y deseo de esa plenitud. Se puede quedar uno en el dolor y en la nostalgia y precipitarse en la desolación o bien poner como punto de partida aquel «senti­miento de no cumplimiento de nuestro destino», como llamaba a la melancolía Madame de Sta­el. Entonces se da, en la vida, una apertura a los encuentros y a lo imprevisible.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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