Diálogo con don Giussani.
Desde hace algún tiempo, en nuestras comunidades circula una especie de estribillo: «La utopía hoy es la compañía).
Es una afirmación fuerte y no hay nadie que no vea en ella una dosis de verdad mezclada con una provocación sutil, casi iconoclasta. Decir la palabra compañía parecía un poco como la salida de incendios para escapar de los ídolos. Y ahora ... ¡Qué mejor que poder charlar tranquilos precisamente con don Luigi Giussani! Cuatro palabras sin pretensiones, ante un café, en el bar
¿Es así, don Giussani? ¿De verdad que la compañía puede ser vivida como se vivía en los años 70 la ideología? «A veces sucede», dice Giussani. «Para una realidad social como la nuestra la palabra compañía se convierte en sinónimo de utopía si se la entiende como un instrumento al que confiar las propias esperanzas. Como si fuese la compañía la que te permite alcanzar una plenitud de vida, como si esta plenitud la pudieras conseguir allí».
La respuesta no es de las que se digieren fácilmente. Obliga a la cucharilla a dar vueltas en la taza pensativamente. Esto significa entonces que no es la compañía la que da el gusto de la vida. ¿Es así, don Gius? «¿Pero no os dais cuenta, responde, que humanamente hablando es horrible identificar la compañía con el ámbito que, mecánicamente, te asegura el gusto de la vida? ¡Sobre todo es que es una ingenuidad! No tiene en cuenta la precariedad y la brevedad de la compañía. Pero además, las relaciones humanas dan verdadera seguridad y gusto sólo cuando son resultado de una tensión dramática en la que están implicadas la inteligencia y la libertad del hombre. Inteligencia y libertad son los dos elementos de los que emana el fenómeno humano verdaderamente sintético, unitivo y fecundo: la afectividad».
La cuestión de la utopía todavía quema. ¿En qué se puede notar que la compañía se convierte en utopía? Respuesta: «En el hecho de que una persona pone su esperanza en el automatismo de este fenómeno. Identifica lo que es la compañía con ciertos momentos de reposo y de satisfacción por los que vale la pena soportar la vida».
Una huida ... «En efecto. En última instancia hay un cierto tipo de compañía que es simplemente una evasión de la responsabilidad. Se escapa por tanto de la seriedad, de la creatividad, de la fecundidad de la vida y de la tensión ideal que definen el corazón del hombre. En el fondo, aquel mecanicismo al que me refería antes es la inmoralidad fundamental ya descrita por Eliot, que lleva a buscar la salvación en una imagen de la compañía». Y he aquí, de memoria, la cita de Los Coros de la Roca: «Ellos tratan constantemente de escapar/ de la oscuridad exterior e interior/ soñando sistemas tan perfectos que ya nadie/ tenga necesidad de ser bueno». Comenta Giussani: «Sucede entonces que la compañía se convierte en algo esclavizante, literalmente: se convierte uno en su esclavo. Es una verdadera y propia alienación».
Esto no significa, sin embargo, que ahora se deba tirar a la basura la compañía. ¿Qué forma tiene la compañía cristiana que surge de la experiencia de fe de don Giussani? «Una imagen exactamente contraria a la que acabo de describir», confiesa. Y la mirada de don Giussani es como si aferrase a este pequeño corrillo de gente normal en el bar. «¡Qué miserable sería nuestra compañía si estuviese determinada por un acto alienado, por un mecanismo y por un automatismo en las relaciones! La imagen cristiana de la compañía es otra cosa. La compañía cristiana es una realidad creada por el cambio que la persona, encontrando a Cristo, realiza en ella misma. Es un cambio de mentalidad del que nace un modo distinto de ver, de concebir y de juzgar las cosas. Y cambia la dinámica de las relaciones, que se abren a una capacidad de amar impensable antes, a una tarea que tiene un horizonte de bien infinito. Y la finalidad del tiempo es dar cumplimiento a este bien».
En este momento discutimos una cuestión que todos nosotros alguna vez hemos percibido, pero que se nos queda algo vaga... En resumen: se puede estar solo y al mismo tiempo descubrir que estás en compañía. Y es una paradoja que el mundo de hoy no acepta.
Giussani comenta: «La precisión hecha es correcta. La compañía cristiana es el producto de la dimensión verdadera de un nuevo tipo de hombre: el que nace del encuentro con Cristo; precisamente San Pablo habla de "criatura nueva". Si por dimensión se entiende el modo de mirar la realidad a partir de la conciencia que un hombre tiene de sí, entonces la compañía entra en la definición del yo, precisamente como medida de lo existente, que es descubierto por el corazón nuevo. No es cuestión del estar solo o en grupo».
El café se ha enfriado, pero no importa. Intentamos desarrollar el tema. Si se puede estar en compañía estando solo, no hay por una parte gestos de la compañía y por otra gestos individuales. ¿Es así? Giussani sí que se ha bebido el café. Dice: «La compañía entre nosotros se identifica sobre todo con un tipo de afecto nuevo que nace entre las personas, en la que domina sobre cualquier otro sentimiento la estima del otro, la disponibilidad a ayudar, una disponibilidad amorosa para socorrer al otro, para compartir la necesidad, en la percepción física del tiempo y del espacio como camino hacia el destino. La compañía, es decir, la dimensión del cristiano, no es menos que esto».
Cada uno de los presentes piensa en su comunidad, en sí mismo. ¡Cuántas veces la disponibidad y el compartir no son la madera de la que está hecha la compañía. Don Giussani es duro: «Cuando sucede esto, entonces no es una compañía cristiana. Hay dos posibilidades: o se da un maestro, un guía al que seguir y que se convierte en educador de estos sentimientos, o si no, se deshace todo, todo se divide y la compañía favorece sólo el sedimento de grupitos inútiles».
Un guía, está bien. ¿Pero qué guía? «Un educador», dice escuetamente. Explica: «Un hombre que ha vivido y vive la compañía como hemos dicho hasta aquí, no puede menos que mostrar a los demás cómo esa compañía nace en el mismo. ¿No hemos definido siempre la educación como la comunicación de uno mismo? ¡Pero hay tantas cosas que habría que decir todavía, y tantas que podrían sugerir nuestros amigos!».
Por eso, mientras pagamos en la caja, viene a la mente el transcribir, sin pretensiones, un diálogo de café que, sin embargo, no es un diálogo banal. Convencidos de que muchos tendrán algo que decir sobre un tema que aquí volvemos a enunciar: ¿la compañía puede convertirse en utopía?
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