Si decae, queda sólo las ideologías y el poder
Querido Orugario:
¡Arriba la moral! Aquí abajo todos hemos acogido con viva satisfacción tu última carta. Has obtenido un espléndido resultado, no debes quejarte. Pero, ¿qué querías hacer de ese hombre? ¿Un blasfemo?, ¿un asesino? Tú ves demasiada televisión, querido.
Cito textualmente lo que me escribías: «Lo único que he conseguido es quitar de su corazón una pizca de estima hacia ciertos amigos. Por lo demás, lo encuentro igual -si no un poco mejor que antes- tanto en casa como en el trabajo».
Y añadías: «Y como cristiano me parece incluso más cuidadoso».
Pues bien, mi pequeño, quiero decirte algo: a mí (y Su Majestad está de acuerdo) me basta con que haya disminuido esa pizca de estima, como tú la llamas, hacia esos amigos, que por otro lado conozco muy bien. Si es así, ¡viva el esmero! Que le hagan papa; me importa un bledo.
No creas que te guardo rencor por tus errores de valoración. Nosotros los diablos no sabemos lo que es esa estima, tan sólo podemos deducirlo de sus miradas, de sus rostros, que tanta ira suscitan en nosotros. La fe, que llena de odiosa alegría esos ojos, nace de esa pizca de estima, y de ninguna otra cosa.
Lo demás es ideología, burocracia, orden militar, carrera, éxito, teología, filosofía, dinero. ¡Ay, si pudiéramos arrancar de muchos corazones esa estima! Nos haríamos dueños del cristianismo: porque el cristianismo no hay que eliminarlo como quería Nietzsche.
Incluso ahí con algún «pequeño» retoque se puede obtener la más extraordinaria fuente de dominio.
En cualquier caso, muy bien Orugario. Continúa en esta línea. Nosotros siempre hemos sido partidarios de la política de los pequeños pasos.
Con estima,
tu tío Escrutopo.
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