Escéptico no se nace, se hace. Pero no hay nada como un buen choque de dolor para desvanecer ciertas clases de magia
Uno de los ataques más sutiles y peligrosos del Enemigo ha consistido siempre en sembrar la duda sobre la realidad. Empezar a dudar de lo que uno ve y oye, de lo que es objeto inmediato de experiencia, es el inicio del camino que conduce a la muerte. La tradición cristiana siempre se ha aferrado a la realidad y a la capacidad que el hombre ha recibido de Dios para conocerla. Presentamos un fragmento de un cuento de C. S. Lewis, "La silla de plata", que describe esta tentación y la testarudez de la realidad.
«La bruja no replicó nada por el momento, sino que cruzó suavemente el aposento, manteniendo el rostro y los ojos fijos por completo en el Príncipe. Cuando llegó a una pequeña arca fijada en la pared y a poca distancia de la chimenea, la abrió y extrajo de ella una manotada de polvo verde y lo arrojó al fuego. No produjo mucha llamarada, pero de él provino un olor suave y adormecedor. Y durante toda la conversación que siguió, ese olor creció en intensidad, llenando el aposento, y haciendo que fuera más difícil el pensar. En segundo lugar sacó un instrumento musical que se asemejaba a una mandolina. Empezó a tañirla con los dedos: un rasgueo monótono y continuo, del cual casi uno no se daba cuenta después de unos cuantos minutos. Pero mientras menos se notaba, más y más iba penetrando en el cerebro y en la sangre. Esto también hacía que fuera difícil el pensar. Después de haberlo tañido por un rato, y el olor suave era ahora más fuerte, la bruja empezó a hablar con voz suave y tranquila.
-¿Narnia? -dijo-. ¿Narnia? Con frecuencia oí que vuestra señoría pronunciaba tal nombre en vuestros desvaríos. Querido Príncipe, os halláis muy enfermo. No existe tierra alguna que se llame Narnia.
-Sin embargo, sí existe, Señora¡ ntervino Charco-Triste-. Como lo veis, sucede que yo he vivido allí durante toda mi vida.
-Ciertamente- dijo la bruja-. Decidme, os lo ruego, ¿dónde se halla tal país? - Encima de nosotros -dijo Charco-Triste, en tono fuerte, señalando encima de la cabeza -. Yo ... yo no sé exactamente dónde.
-¿Cómo?- dijo la Reina, con una risa gentil, suave y musical-. ¿Existe un país entre las piedras y el mortero del techo?
-No -replicó Charco-Triste, haciendo un pequeño esfuerzo para recobrar el aliento-. Se halla en el Mundo de Arriba.
-¿ Y qué, o dónde, os lo ruego ... Cómo lo llamáis el Mundo de Arriba?
-Oh, no seáis tan insensata - la interrumpió Maleza, quien había estado luchando duramente en contra del encantamiento y del suave olor y tañido de aquel instrumento¡ como si no lo supierais! Se halla arriba, donde podéis ver el cielo, el sol y las estrellas ( ... ).
-¿Podéis decirme a qué se asemeja el sol? - preguntó la bruja, mientras continuaba el trum, trum, trum, de las cuerdas de su mandolina. -Con mucho gusto, Alteza -dijo el Príncipe, con un todo de voz frío y condescendiente-. Veis esta lámpara. Es redonda y amarilla y da luz a todo el aposento; además pende del techo. Ahora eso que nosotros llamamos sol se asemeja a la lámpara, sólo que es mucho mayor y más brillante. Da luz a todo el Mundo de arriba y pende del cielo.
-¿Pende de qué, señor mío?- preguntó la bruja, y luego, mientras todos estaban todavía pensando en responderle, añadió, con una de sus risas suaves y plateadas-: ¿Lo veis? Cuando tratáis de pensar claramente lo que este sol debe ser, no me lo podéis decir. Sólo me podéis decir que se asemeja a la lámpara. Vuestro sol es un sueño; y no hay nada en él que no sea copiado de la lámpara. La lámpara es la cosa real; el sol es un cuento, un cuento para niños.
-Sí, ahora me doy cuenta- dijo Jill en un tono desconsolado-. Debe ser así.
Y al decir esto le parecía que había vuelto a sus sentidos. En forma lenta y grave la bruja repitió: -No existe sol alguno.
Todos guardaban silencio. Ella repitió en un tono de voz aún más grave y profundo.
- No existe sol alguno.
Después de una pausa, y después de batallar en sus propias mentes, los cuatro dijeron al unísono:
-Estáis en lo cierto. No existe sol alguno.
Era un gran alivio darse por derrotados y decir esto.
-Nunca ha habido sol alguno - dijo la bruja.
-No, nunca ha habido sol alguno -dijeron uno después del otro el Príncipe, el temblador del pantano y los muchachos (...)
Pero Charco-Triste, echando mano desesperadamente de todas sus fuerzas, se acercó a la chimenea. A pie descalzo se paró en el fuego, hundiéndose en las cenizas que había en la chimenea. Y enseguida sucedieron tres cosas: La primera el dulce y suave olor disminuyó mucho; porque aunque el fuego no se había apagado del todo, lo que quedaba olía muchísimo a temblador del pantano quemado, el cual no era olor de encantamiento. Esto hizo que instantáneamente los cerebros de todos se despejaran un poco. El Príncipe y los muchachos levantaron de nuevo las cabezas y abrieron los ojos.
En segundo lugar, la bruja con voz estridente y terrible, en extremo diferente de los tonos suaves que hasta ahora había estado empleando, exclamó:
-¿Qué es lo que estáis haciendo?Si os atrevéis a tocar otra vez mi fuego, cieno asqueroso, transformaré en fuego la sangre de vuestras venas.
En tercer lugar el dolor mismo despejó por un momento la cabeza de Charco-Triste, el cual se dio cuenta exacta de lo que realmente estaba pasando. No hay como un buen choque de dolor para desvanecer ciertas clases de magia».
C. S. LEWIS
"La silla de plata",
Ed. Caribe, Miami, 1978, 177pp-186.
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