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Huellas N.05, Mayo 1993

VIDA DE LA IGLESIA

Hace discutir

Davide Rondoni

Desde hace algún tiempo, el sema­nario ll Sabato alberga en sus pági­nas un debate en torno al volumen, editado por la revista, que recoge algunas de las intervenciones de don Giussani en los últimos quince años. Han intervenido cardenales, políti­cos, filósofos. Muchos comentarios estimulantes junto a algunos medio­cres. Contamos, próximamente, con hacer un balance, de modo que no se pierdan los puntos más importantes. Entretanto, proponemos algunos fragmentos del artículo del cardenal Jean-Jerome Hamer y nos detenemos a «responder» al comentario, cortés pero portador de una crítica radical, firmado por Paolo Flores d'Arcais.

Una crítica radical
D' Arcais acusa a don Giussani de hablar sólo a los creyentes, o a gente «predispuesta» a la fe. Lo que está en juego no es un problema de estilo o de contenidos, sino la concepción del papel de la razón en el acto de fe.
De Flores D' Arcais proviene la crítica más radical e «insoportable» del libro editado por ll Sabato y que recoge algunas de las recientes inter­venciones de don Giussani. El núcleo de la crítica de Flores es el siguiente: este libro se dirige sólo a quien ya tiene fe o está predispuesto a tenerla. No habla a otros; es decir, a quienes, precisamente como Flores, declaran no vivir la fe ni su «necesidad».
Ciertamente el tema del libro es el acontecimiento cristiano. Quien se acerca a él sin tener el más mínimo interés por el tema, lo percibirá al principio muy distante. Como del mismo modo sucedería a quien, sin tener idea y desinteresado por el ciclismo, se acercase a un libro sobre los secretos de la París-Rubaix. Pero éste no es el caso de Flores, que a menudo ha escrito sobre los fenómenos religiosos y cristianos de nuestra época, incluso, recientemente, sobre Comunión y Liberación. Es decir, el tema le interesa. Entonces, ¿qué es lo que no funciona?
Flores admite que el primer punto fascinante del cristianismo de don Giussani es «la insistencia en la dimensión existencial de la fe, en el valor prioritario e ineludible del indi­viduo». Y sin embargo, después, le acusa de no «querer hablar», y de no «poder implicar» más que al creyente.
Pero, ¿qué significa implicar? Y, ¿qué significa estar predispuesto al cristianismo?
En otro punto, Flores parece caracterizar esta predisposición y posibilidad de implicar en el percibir la «no-fe como indigencia existen­cial, negación y ausencia, vacío a lle­nar en suma». Es como decir que quien se convierte y se adhiere al cristianismo lo hace por un acto exis­tencial, fruto de una situación vivida como deficitaria. Quien, como Flo­res, no advierte este déficit quedaría excluido de la posibilidad de quedar implicado en el hecho cristiano.
Hay algo de verdad en este argu­mento de Flores, pero es una verdad parcial. Y por ello, peligrosamente falsa.
La verdad parcial es que Cristo ha venido para los enfermos, es decir, para el que padece un déficit, o mejor, para quien se reconoce necesi­tado. Nada, en efecto -subraya Nieb­hur- es más absurdo que una respues­ta a una pregunta que no se hace. Entonces, ya que el hablar de Cristo de don Giussani es esencialmente «anuncio» de Cristo y testimonio del proseguir en la historia de tal anun­cio, empezado hace dos mil años, nada puede aparecer como menos implicante que el anuncio de una res­puesta a un hombre que no pregunta, es decir, que no tiene necesidad. En este sentido, Flores acierta al decir que el libro de Giussani dice poco a quien, como él, sólo está interesado en conocer posiciones, argumentos y testimonios (aunque este último tér­mino, tal y como lo usa, es ambiguo).
Porque no es que diga poco, sino que dice otra cosa. Pero todo esto, decíamos, tiene sólo una parte de verdad. En efecto, la crítica más radical que Flores hace en nombre de su ser no creyente con­siste en una omisión, más que en cualquiera de las distintas denuncias sobre presuntos deterioros éticos del movimiento.
Dice al comienzo de su interven­ción: «Entre estos dos polos, la fe como acontecimiento y encuentro existencial, es decir, irreductiblemen­te personal, y la fe como obediencia a la Iglesia, se produce una antino­mia inextirpable ( ... )». Antinomia que consistiría en el intento automáti­co de opresión del creyente respecto al ateo. Dejemos de lado la inconsis­tencia de este último punto y afron­temos, si es posible, la omisión. Entre el encuentro y la obediencia, Flores deja un vacío. Y, sin embargo, es precisamente allí, en un espacio que parece no tener consistencia, aun teniendo medida temporal y psicológica, donde se jue­ga todo. Porque inmediatamente después del encuentro, más aún, en el encuentro, ¿qué es lo que acontece? Que el individuo reconoce racional­mente que lo más justo y humano para él es adherirse -obedecer, es lo mis­mo- a la presencia que ha encontrado.
En el vacío dejado por Flores se encuentra el momento decisivo: la correspondencia, es decir, el acto por el que la razón reconoce que dicha presencia es el sentido de todas las cosas. Es un acto que acontece exis­tencialmente (por otro lado, ¿acaso es posible un acto de la razón que no tenga carácter existencial?, ¿es verda­deramente razón una mera operación mental desvinculada de la experien­cia?). La correspondencia con las exi­gencias últimas del propio ser, por la cual un hombre se adhiere a la presen­cia de Cristo que encuentra tiene que ver con la razón, es el acto de la razón ante Cristo que se presenta como acontecimiento histórico. Omitir este punto (que es el punto capital, es decir, la adhesión racional a la fe en Cristo), significa, como hace Flores, intentar relegar la fe cristiana al ámbi­to de las cosas que no tienen nada que ver con la razón, y que, por tanto, pueden legítimamente no implicar a quien no padece angustias teístas y está preocupado del uso posiblemente más recto de su razón. Pero si Cristo es un hecho, un acontecimiento (lo cual parece compartirlo Flores), entonces la relación a establecer con este hecho es eminentemente un pro­blema de la razón, y por tanto, algo que afecta y concierne a todos aque­llos que se encuentren con el anuncio.
A menos que venza la presunción del intelectual, acostumbrada a entender la razón como un mecanismo «extrapolado» y a discriminar qué hechos son dignos de atención (es decir, de implicar a la razón) y cuáles no. Es decir, acostumbrada a hacer existir sólo aquello que se piensa o se reconoce como un instrumento para la propia organización de la existencia.

El acontecimiento, la novedad
El cardenal Jean-Jerome Hamer, ex-secretario del Santo Oficio, subra­ya el valor de las intuiciones de fon­do. Y las perspectivas teológicas.
Me ha cautivado la tesis central del libro de monseñor Luigi Giussani: El cristianismo es un acontecimiento. Un acontecimiento que se traduce en un encuentro, que postula una presen­cia y se realiza en la «contemporanei­dad». Es una idea que lleva en sí implicaciones importantes a nivel pedagógico y teológico, como le he escrito en una carta al autor del libro. La idea de acontecimiento referida al cristianismo no es común en el pensa­miento católico de hoy. A ella recu­rrió, en el período de entreguerras, el teólogo alemán Karl Barth, en polé­mica con la teología liberal. Pero para el protestante Barth el acontecimiento es algo completamente diferente. Un relámpago, una iluminación que toca la vida y un momento después retro­cede: entra en la existencia humana como la aguja de una máquina de coser perfora el tejido. Este relámpa­go puede repetirse muchas veces, pero el resultado existencial no cam­bia. Tras el destello vuelve la oscuri­dad de siempre. Algo trascendental que no se encarna y sobre lo que es difícil construir algo estable.
El acontecimiento del que habla monseñor Giussani no es un relámpa­go: funda una historia que permanece. Es la iglesia. «El acontecimiento cris­tiano -como todo acontecimiento- es el comienzo de algo que no ha existi­do antes: una irrupción de lo nuevo que pone en movimiento un proceso nuevo» (pág. 489 de la edición italia­na). Me ha llamado la atención que en el título de portada se haya querido subrayar este efecto resaltando la palabra «Historia» con color rojo y caracteres más grandes. ( ... ) El planteamiento de monseñor Giussani aclara el sentido exacto del pensamiento de la Iglesia sobre la relación entre «espera» y «corona­miento», entre «profecía» y «realiza­ción», entre «ley antigua» y «ley nue­va». En cada uno de estos binomios existe una real continuidad y una radical discontinuidad. Cristo es la respuesta adecuada a los deseos más profundos del hombre. Pero el coro­namiento no es el desarrollo natural y progresivo de la espera humana. El coronamiento no es al deseo como la planta a la semilla. No es una evolu­ción, un proceso natural, lineal. La espera recibe una respuesta que supe­ra con mucho la pregunta planteada.
Una realización que puede parecer paradójica. ( ... ) La intuición de Giussani también ofrece la posibilidad de examinar nueva y detalladamente el binomio ley antigua-ley nueva. La ley nueva se realiza en la gracia. Es el corona­miento de la ley antigua, y también de alguna manera, su abrogación. La realización corona y transforma, con­temporáneamente, la misma espera.
Idea que monseñor Giussani desarro­lla cuando, en su última conversación publicada en el libro, cita una frase (que define «admirable») de Juan Pablo I: «El verdadero drama de la Iglesia a la que le gusta llamarse moderna es el intento de corregir el estupor del acontecimiento de Cristo con reglas» (pág. 481). ( ... )
(En 30 Días nº 68, pág 61-63)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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