Desde hace algún tiempo, el semanario ll Sabato alberga en sus páginas un debate en torno al volumen, editado por la revista, que recoge algunas de las intervenciones de don Giussani en los últimos quince años. Han intervenido cardenales, políticos, filósofos. Muchos comentarios estimulantes junto a algunos mediocres. Contamos, próximamente, con hacer un balance, de modo que no se pierdan los puntos más importantes. Entretanto, proponemos algunos fragmentos del artículo del cardenal Jean-Jerome Hamer y nos detenemos a «responder» al comentario, cortés pero portador de una crítica radical, firmado por Paolo Flores d'Arcais.
Una crítica radical
D' Arcais acusa a don Giussani de hablar sólo a los creyentes, o a gente «predispuesta» a la fe. Lo que está en juego no es un problema de estilo o de contenidos, sino la concepción del papel de la razón en el acto de fe.
De Flores D' Arcais proviene la crítica más radical e «insoportable» del libro editado por ll Sabato y que recoge algunas de las recientes intervenciones de don Giussani. El núcleo de la crítica de Flores es el siguiente: este libro se dirige sólo a quien ya tiene fe o está predispuesto a tenerla. No habla a otros; es decir, a quienes, precisamente como Flores, declaran no vivir la fe ni su «necesidad».
Ciertamente el tema del libro es el acontecimiento cristiano. Quien se acerca a él sin tener el más mínimo interés por el tema, lo percibirá al principio muy distante. Como del mismo modo sucedería a quien, sin tener idea y desinteresado por el ciclismo, se acercase a un libro sobre los secretos de la París-Rubaix. Pero éste no es el caso de Flores, que a menudo ha escrito sobre los fenómenos religiosos y cristianos de nuestra época, incluso, recientemente, sobre Comunión y Liberación. Es decir, el tema le interesa. Entonces, ¿qué es lo que no funciona?
Flores admite que el primer punto fascinante del cristianismo de don Giussani es «la insistencia en la dimensión existencial de la fe, en el valor prioritario e ineludible del individuo». Y sin embargo, después, le acusa de no «querer hablar», y de no «poder implicar» más que al creyente.
Pero, ¿qué significa implicar? Y, ¿qué significa estar predispuesto al cristianismo?
En otro punto, Flores parece caracterizar esta predisposición y posibilidad de implicar en el percibir la «no-fe como indigencia existencial, negación y ausencia, vacío a llenar en suma». Es como decir que quien se convierte y se adhiere al cristianismo lo hace por un acto existencial, fruto de una situación vivida como deficitaria. Quien, como Flores, no advierte este déficit quedaría excluido de la posibilidad de quedar implicado en el hecho cristiano.
Hay algo de verdad en este argumento de Flores, pero es una verdad parcial. Y por ello, peligrosamente falsa.
La verdad parcial es que Cristo ha venido para los enfermos, es decir, para el que padece un déficit, o mejor, para quien se reconoce necesitado. Nada, en efecto -subraya Niebhur- es más absurdo que una respuesta a una pregunta que no se hace. Entonces, ya que el hablar de Cristo de don Giussani es esencialmente «anuncio» de Cristo y testimonio del proseguir en la historia de tal anuncio, empezado hace dos mil años, nada puede aparecer como menos implicante que el anuncio de una respuesta a un hombre que no pregunta, es decir, que no tiene necesidad. En este sentido, Flores acierta al decir que el libro de Giussani dice poco a quien, como él, sólo está interesado en conocer posiciones, argumentos y testimonios (aunque este último término, tal y como lo usa, es ambiguo).
Porque no es que diga poco, sino que dice otra cosa. Pero todo esto, decíamos, tiene sólo una parte de verdad. En efecto, la crítica más radical que Flores hace en nombre de su ser no creyente consiste en una omisión, más que en cualquiera de las distintas denuncias sobre presuntos deterioros éticos del movimiento.
Dice al comienzo de su intervención: «Entre estos dos polos, la fe como acontecimiento y encuentro existencial, es decir, irreductiblemente personal, y la fe como obediencia a la Iglesia, se produce una antinomia inextirpable ( ... )». Antinomia que consistiría en el intento automático de opresión del creyente respecto al ateo. Dejemos de lado la inconsistencia de este último punto y afrontemos, si es posible, la omisión. Entre el encuentro y la obediencia, Flores deja un vacío. Y, sin embargo, es precisamente allí, en un espacio que parece no tener consistencia, aun teniendo medida temporal y psicológica, donde se juega todo. Porque inmediatamente después del encuentro, más aún, en el encuentro, ¿qué es lo que acontece? Que el individuo reconoce racionalmente que lo más justo y humano para él es adherirse -obedecer, es lo mismo- a la presencia que ha encontrado.
En el vacío dejado por Flores se encuentra el momento decisivo: la correspondencia, es decir, el acto por el que la razón reconoce que dicha presencia es el sentido de todas las cosas. Es un acto que acontece existencialmente (por otro lado, ¿acaso es posible un acto de la razón que no tenga carácter existencial?, ¿es verdaderamente razón una mera operación mental desvinculada de la experiencia?). La correspondencia con las exigencias últimas del propio ser, por la cual un hombre se adhiere a la presencia de Cristo que encuentra tiene que ver con la razón, es el acto de la razón ante Cristo que se presenta como acontecimiento histórico. Omitir este punto (que es el punto capital, es decir, la adhesión racional a la fe en Cristo), significa, como hace Flores, intentar relegar la fe cristiana al ámbito de las cosas que no tienen nada que ver con la razón, y que, por tanto, pueden legítimamente no implicar a quien no padece angustias teístas y está preocupado del uso posiblemente más recto de su razón. Pero si Cristo es un hecho, un acontecimiento (lo cual parece compartirlo Flores), entonces la relación a establecer con este hecho es eminentemente un problema de la razón, y por tanto, algo que afecta y concierne a todos aquellos que se encuentren con el anuncio.
A menos que venza la presunción del intelectual, acostumbrada a entender la razón como un mecanismo «extrapolado» y a discriminar qué hechos son dignos de atención (es decir, de implicar a la razón) y cuáles no. Es decir, acostumbrada a hacer existir sólo aquello que se piensa o se reconoce como un instrumento para la propia organización de la existencia.
El acontecimiento, la novedad
El cardenal Jean-Jerome Hamer, ex-secretario del Santo Oficio, subraya el valor de las intuiciones de fondo. Y las perspectivas teológicas.
Me ha cautivado la tesis central del libro de monseñor Luigi Giussani: El cristianismo es un acontecimiento. Un acontecimiento que se traduce en un encuentro, que postula una presencia y se realiza en la «contemporaneidad». Es una idea que lleva en sí implicaciones importantes a nivel pedagógico y teológico, como le he escrito en una carta al autor del libro. La idea de acontecimiento referida al cristianismo no es común en el pensamiento católico de hoy. A ella recurrió, en el período de entreguerras, el teólogo alemán Karl Barth, en polémica con la teología liberal. Pero para el protestante Barth el acontecimiento es algo completamente diferente. Un relámpago, una iluminación que toca la vida y un momento después retrocede: entra en la existencia humana como la aguja de una máquina de coser perfora el tejido. Este relámpago puede repetirse muchas veces, pero el resultado existencial no cambia. Tras el destello vuelve la oscuridad de siempre. Algo trascendental que no se encarna y sobre lo que es difícil construir algo estable.
El acontecimiento del que habla monseñor Giussani no es un relámpago: funda una historia que permanece. Es la iglesia. «El acontecimiento cristiano -como todo acontecimiento- es el comienzo de algo que no ha existido antes: una irrupción de lo nuevo que pone en movimiento un proceso nuevo» (pág. 489 de la edición italiana). Me ha llamado la atención que en el título de portada se haya querido subrayar este efecto resaltando la palabra «Historia» con color rojo y caracteres más grandes. ( ... ) El planteamiento de monseñor Giussani aclara el sentido exacto del pensamiento de la Iglesia sobre la relación entre «espera» y «coronamiento», entre «profecía» y «realización», entre «ley antigua» y «ley nueva». En cada uno de estos binomios existe una real continuidad y una radical discontinuidad. Cristo es la respuesta adecuada a los deseos más profundos del hombre. Pero el coronamiento no es el desarrollo natural y progresivo de la espera humana. El coronamiento no es al deseo como la planta a la semilla. No es una evolución, un proceso natural, lineal. La espera recibe una respuesta que supera con mucho la pregunta planteada.
Una realización que puede parecer paradójica. ( ... ) La intuición de Giussani también ofrece la posibilidad de examinar nueva y detalladamente el binomio ley antigua-ley nueva. La ley nueva se realiza en la gracia. Es el coronamiento de la ley antigua, y también de alguna manera, su abrogación. La realización corona y transforma, contemporáneamente, la misma espera.
Idea que monseñor Giussani desarrolla cuando, en su última conversación publicada en el libro, cita una frase (que define «admirable») de Juan Pablo I: «El verdadero drama de la Iglesia a la que le gusta llamarse moderna es el intento de corregir el estupor del acontecimiento de Cristo con reglas» (pág. 481). ( ... )
(En 30 Días nº 68, pág 61-63)
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