Va al contenido

Huellas N.05, Mayo 1993

PORTADA

Bienvenidos a Babel

Renato Farina

Las noticias en vez de los hechos, la gente en vez del pueblo, la indife­rencia en vez la vida. La tarea de los cristianos en la era del ecepticismo

Las noticias en vez de los hechos, la gente en vez del pueblo, la indiferencia en vez de la vida. Un periodista ve la patita del diablo. Y se interroga sobre la tarea de los cristianos en la era del gran escepticismo. Como siempre, la verdad se mani­fiesta en el primer instante, cuando el diablo (volverá más adelante este diablo) todavía no ha tenido tiempo de enmascararse, aparece tal como es, malvado, cínico en el pleno senti­do de la palabra, es decir, «canino», algo no humano. Ha ocurrido en Flo­rencia, por la bomba. Habían muerto cinco personas, entre ellas dos niñas, en la noche del 26 al 27 de mayo.
Una, Caterina Nencioni, tenía dos meses y había sido bautizada tres días antes. Normalmente en estos casos, con mayor o menor énfasis y sinceridad, hay un coro de conmise­ración por las víctimas. Esta vez, en las primeras horas, increíblemente casi nada. La indiferencia por el des­tino personal de las víctimas y de los supervivientes se ha puesto en evi­dencia de un modo aplastante. Ha habido dos posturas dominantes des­plegadas como banderas por los altos dignatarios y dirigentes de Italia.
1) La de los hombres de la élite cultural: y han sido lágrimas por un par de cuadros de Sebastiano del Piombo.
En un editorial se ha escrito: «úni­cos, irrepetibles». Nadie ha usado estas palabras para las personas, valía más el museo donde se adora la divi­nidad de los intelectuales: el arte vis­to como congelación de un momento sublime del hombre que se hace dios. Que los pobrecillos mueran entre las llamas con tal de que se salve aquello que algunos mejores saben captar. Es cierto, las víctimas no son irrepeti­bles: eran masa, se trataba de los «famosos ciudadanos» a los que todo el mundo alaba, pero que, al final, son tantos y, por eso, tan parecidos.
2) La de los jefes políticos, espe­cialmente los del famoso «nuevo» (se refiere a los nuevos partidos que en Italia se proponen como la renova­ción frente a la corrupción de la clase política anterior, ndt.), han intentado explicar inmediatamente cómo las bombas habían sido tiradas contra aquello que ellos simbolizan, pero que no les iban a parar, etc. Incluso los dirigentes de la magistratura han sostenido esta tesis. El día después el diablo ha buscado una recuperación emotiva, pero ya había hecho su jugada.
Se ha puesto en evidencia que las nuevas aglomeraciones sociales que se apuntan al cambio del sistema y de régimen están concebidas por quienes las capitanean como masa unida por débiles contenidos: son figuritas de papel a encolar con un poco de saliva. No ha habido pasión por la verdad inmediatamente después de la trage­dia. Y en esta indiferencia por la rea­lidad ha quedado clara la trágica esen­cia de nuestro tiempo. El destino de la persona no le importa a nadie. Ni siquiera a los jefes, en su delirio, les importa su propio destino de jefes. Se pretende reconstituir el pueblo en tor­no a modelos de comportamiento (al que se llama moralidad), a eficiencias profesionales, a reflejos étnico-cultu­rales. Pero «la realidad del yo y del Tú, o Misterio» -la realidad pura y simple de nuestra necesidad de hom­bres, del pecado que nos devasta- es ignorada: incluso programáticarnente.
A quien trabaja como periodista, o en el mundo de la comunicación, antes se le enseñaba la diferencia entre el hecho y la noticia. ¿En qué radica esta distinción? La noticia no es el hecho, sino el relato del hecho. Hoy sucede que la Noticia de las noticias sustituye a la realidad. Hasta tal punto que encontramos normal relacionarnos no con la realidad, sino con aquella facción de signos y figu­ras que se nos pre­sentan desde primera hora de la mañana. En el décimo capítulo del Sentido Religioso se describe «el estupor de la pre­sencia». ¡El surgir de las cosas! «¡Las cosas!». En cambio hoy es como si se pudiera instintiva­mente tener una rela­ción y un encuentro sólo con aquella coraza elástica, que ni siquiera sabemos reconocer como tal, y que envuelve en plástico, papel o electrónica nuestros ojos. Así se mani­fiesta hoy la mentira proclamada: en la desaparición de la realidad sustituida por la imagen. Y esta imagen es capaz hasta de saciarnos, de tal modo que estamos ante una inapetencia masiva (lo contrario de la pasión) por lo verdadero. También el trabajo, hasta hace pocos años entendido como promesa quizás vacía de resca­te y lugar donde con el tiempo alcan­zar la felicidad, se ha transformado en una madriguera de ardillas: la meta es la defensa de las avellanas, y el miedo de ser cazados predomina sobre el deseo de transformar el mundo. Vence el cinismo. Y aquí retorna el diablo. Dia­bolos, de donde viene diablo, signifi­ca separación, discordia. Algo que se entromete en la relación entre noso­tros y Dios. En la historia de la Igle­sia el enemigo del monje (que signi­fica uno, de monos) es precisamente el diablo: busca impedir el contacto entre el yo y Dios. Quiere separar, no permitir que el Misterio pueda ser reconocido como Alguien que nos acompaña. Hoy, objetivamente, eti­mológicamente, el diablo son tam­bién las imágenes. Este tú falso que con sus mensajes se dirige a nosotros desde primera hora de la mañana, embotándonos el alma, aprisionándo­la en lo obvio de las noticias, que no siendo ya relatos de hechos, tienen la pretensión de ser la realidad.
«Desolación y vacío» son por tan­to los compañeros del hombre de nuestro tiempo. No existiría delito mayor, dentro de la indiferencia general, que el de quien habiendo tenido la gracia de un encuentro con el Destino que se ha hecho presente, fuese indiferente a su misma expe­riencia. El carisma suscita un pueblo incluso donde nadie lo podría imagi­nar. En Uganda, entre los enfermos de sida, se consolida la grandeza generosa de una unidad entre las per­sonas que sólo puede designarse adecuadamente así: pueblo. Un pueblo que tiende hacia el destino, que es capaz de responder a las necesidades. Se respira el aire de una moralidad no hecha de obligaciones, sino ligada a algo más grande que el mismo amor del que seríamos capaces inten­tando ser buenos. También entre nosotros, cada uno tiene en la mente algún testimonio vivo parecido. Así, en esta época de nuevo orden que avanza a través de movimientos sub­terráneos y de bombas, en la que el pueblo es fragmentado y transforma­do en gente (la gente no tiene finali­dad o relación con un destino, es el simple eco de la relación con el poder), existe el ries­go -como repetida­mente ha advertido Juan Pablo II- de una nueva «Babel». Es en esta época en la que urge la tarea. ¿Podemos aquí citar largamente al filóso­fo canadiense Mc Intyre? Helo aquí. «Lo que cuenta, en esta fase, es la construcción de for­mas locales de comunidad, en cuyo interior la civiliza­ción y la vida moral e intelectual puedan conservarse a través de los nuevos siglos oscuros que se aba­lanzan sobre noso­tros. Un punto de inflexión decisivo en la historia anti­gua, se dio cuando hombres y muje­res de buena voluntad abandonaron la tarea de apuntalar el imperio roma­no y desistieron de identificar la continuidad de la civilización y de la comunidad moral con la conserva­ción de tal imperio. La tarea, en cam­bio, que se fijaron (a menudo sin dar­se cuenta del todo de lo que estaban haciendo) fue la construcción de nue­vas formas de comunidad en cuyo interior la vida moral pudiese ser sos­tenida, de tal modo que tanto la moral como la civilización tuviesen la posibilidad de sobrevivir a la épo­ca incipiente de barbarie y de oscuri­dad. En esta ocasión, sin embargo, los bárbaros no esperan más allá de las fronteras: nos gobiernan desde hace ya bastante tiempo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página