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Huellas N.04, Abril 1993

COMPAÑERO DE ESCUELA

Notas entre los pupitres

Vera Drufuca

Enseño música en un liceo de idiomas y, al término de un trabajo sobre Beethoven, he pedido a mis alumnos de segundo que me comentaran el Concireto op. 61 para violín y orquesta: lo oían por primera vez.
He aquí algunas observaciones. «El violín, el espíritu solo, simboliza al hombre, un hombre contrapuesto a una orquesta, que representa al destino que quiere atraer al hombre hacía sí. El violín, lleno de amor, dulce, pero al mismo tiempo agudo, orgulloso, combatiente y combatido a un tiempo, tiene momentos de rabia, de "ganas de agarrar al destino por la garganta", y otros de tristeza, de soledad y, en parte, de angustia». Sus arranques hacia lo alto, como «una fuga por tener una relación con algo más grande, confiando sólo en sus fuerzas», nos lo muestran «cargado de una fuerza interior». Como «el hombre, que siempre está en continua y desesperada búsqueda de plenitud, de serenidad y de felicidad», pero que no logra alcanzarlas porque se da «un continuo esconderse de la verdadera realidad de las cosas».
«Esta dramática lucha entre violín y orquesta se concluye con una aceptación de uno por parte del otro. Mientras la distinción entre violín y orquesta al principio de la composición es neta, de incontestable evidencia, al final se funden, se contemplan y se completan mutuamente». «Al final brota vigorosamente una serie de sonidos completamente amalgamados entre ellos».
Ya no se advierte «el peso de la angustia que da el estar sólos», en el que la compañía (es decir, la orquesta) «es un lugar de calma en el que vivir la relación con el infinito», en el que «sentirse bien». «Ahora el violín está sostenido por la orquesta en su arranque» y se advierte «un destello de eternidad».
En el segundo movimiento «violín y orquesta se sostienen recíprocamente». Este diálogo nos conduce a un clima de calma y de ayuda mutua», «de armonía» y de «consuelo». «Después el violín vuelve a tocar, casi haciendo un solo, mientras la orquesta le escucha», «y el clima se hace más melancólico»; «parece como si Beethoven se dirigiera a Dios piediendole fuerza para continuar». El tercer movimiento está cargado de «deseo de vivir». Hay un «diálogo muy intenso entre violín y orquesta», «el ritmo es más veloz y sin tregua» y nos introduce en «una atmósfera de fiesta», como «una danza gozosa donde el hombre casi se confunde con los demás». El hombre ya no intenta afirmarse solo, fuera de la compañía, «y esto ha abierto su ánimo a una mayor disponibilidad capaz de apreciar la belleza de la vida».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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