En el concierto para violín y orquesta Beethoven crea una obra insólita. Escribe un experto
Aquella noche, el 23 de diciembre de 1806, en el Teatro de Viena el programa, además de piezas de Mozart, Cherubini, Haendel, preveía la primera interpretación completa del Concierto para violín y orquesta de Beethoven, que el gran maestro había escrito precisamente para el primer violín y director del Teatro, el famoso Franz Clement, pero que posteriormente dedicó a su «fraternal amigo» Stefan von Breuning. El Concierto entusiasmó al público, a pesar de los comentarios de algunos críticos, que reprochaban al autor «el disparatado número de ideas», la «falta de coherencia» y la «repetición continua de pasajes sin originalidad», aconsejándole directamente que utilizara mejor el «gran talento» que poseía...! Claramente el acontecimiento musical representado por este Concierto excedía de los esquemas intelectuales y formales con que generalmente se juzgaba una obra, tanto que todavía hoy, como les sucediera al público de la época, es capaz de asombrar en cuanto se escucha.
En el primer movimiento, "allegro ma non troppo", la introducción de la orquesta despierta una espera misteriosa desde los primeros "repiques" de los timbales; éstos que parecerían una simple señal de apertura, representan en realidad una fórmula rítmica compuesta por cuatro o cinco notas repetidas que volverán a aparecer inexorablemente más de sesenta veces, propuestas ora por las cuerdas, ora por los instrumentos de viento, ora "revestidas" de melodía. Pero he aquí que después de la larga introducción de la orquesta, un compendio de todo lo que vendrá, entra, obstinado, el violín, que realizará como un recorrido: expondrá junto a la orquesta el primer tema, pero después intentará seguir su propio camino, acariciando las sugerencias de la orquesta, adornando con virtuosismos las numerosas ideas, nunca adhiriéndose a ellas totalmente, nunca anunciándolas primero, a menudo completándolas en el modo menor. Pero después de las efusiones exuberantes de la parte central hasta la "cadencia" (la parte de máximo virtuosismo que el violín ejecuta totalmente solo), el solista enunciará por primera vez, casi en voz baja, el segundo tema entero, que antes repetía (y ni siquiera "puro") sólo en modo menor.
En el segundo movimiento, "larghetto", la intensa expresividad del violín es muy particular, porque los arabescos construidos alrededor del tema, propuestos de nuevo cuatro veces por la orquesta, parecen verdaderos suspiros: culminan casi siempre en el registro agudo. Una modulación imprevista, sin embargo, perturba el clima de encanto y conduce directamente hacia una enérgica y gozosa danza: es el último movimiento, escrito, como era habitual por aquellos tiempos, en forma de rondó.
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