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Huellas N.04, Abril 1993

MÚSICA

Un extraño talento

Angela Lazzaroni

En el concierto para violín y orquesta Beethoven crea una obra insólita. Escribe un experto

Aquella noche, el 23 de diciembre de 1806, en el Teatro de Viena el progra­ma, además de piezas de Mozart, Cherubini, Haen­del, preveía la primera interpretación completa del Concierto para violín y orquesta de Beethoven, que el gran maestro había escri­to precisamente para el pri­mer violín y director del Teatro, el famoso Franz Clement, pero que poste­riormente dedicó a su «fra­ternal amigo» Stefan von Breuning. El Concierto entusiasmó al público, a pesar de los comentarios de algunos críticos, que repro­chaban al autor «el dispara­tado número de ideas», la «falta de coherencia» y la «repetición continua de pasajes sin originalidad», aconsejándole directamen­te que utilizara mejor el «gran talento» que poseía...! Claramente el aconteci­miento musical representa­do por este Concierto exce­día de los esquemas inte­lectuales y formales con que generalmente se juzga­ba una obra, tanto que todavía hoy, como les sucediera al público de la época, es capaz de asom­brar en cuanto se escucha.
En el primer movimien­to, "allegro ma non trop­po", la introducción de la orquesta despierta una espera misteriosa desde los primeros "repiques" de los timbales; éstos que parece­rían una simple señal de apertura, representan en realidad una fórmula rítmi­ca compuesta por cuatro o cinco notas repetidas que volverán a aparecer inexo­rablemente más de sesenta veces, propuestas ora por las cuerdas, ora por los ins­trumentos de viento, ora "revestidas" de melodía. Pero he aquí que después de la larga introducción de la orquesta, un compendio de todo lo que vendrá, entra, obstinado, el violín, que realizará como un recorrido: expondrá junto a la orquesta el primer tema, pero después intentará seguir su propio camino, acariciando las sugerencias de la orquesta, adornando con virtuosismos las nume­rosas ideas, nunca adhi­riéndose a ellas totalmente, nunca anunciándolas pri­mero, a menudo comple­tándolas en el modo menor. Pero después de las efusiones exuberantes de la parte central hasta la "cadencia" (la parte de máximo virtuosismo que el violín ejecuta totalmente solo), el solista enunciará por primera vez, casi en voz baja, el segundo tema entero, que antes repetía (y ni siquiera "puro") sólo en modo menor.
En el segundo movi­miento, "larghetto", la intensa expresividad del violín es muy particular, porque los arabescos cons­truidos alrededor del tema, propuestos de nuevo cuatro veces por la orquesta, pare­cen verdaderos suspiros: culminan casi siempre en el registro agudo. Una modulación imprevista, sin embargo, perturba el clima de encanto y conduce directamente hacia una enérgica y gozosa danza: es el último movimiento, escrito, como era habitual por aquellos tiempos, en forma de rondó.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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