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Huellas N.04, Abril 1993

HUELLAS

Por qué a la vez

Gilfredo Marengo

La Iglesia celebra juntos a Pedro y Pablo. Para subrayar lo que constituye el acontecimiento cristiano

La fiesta litúrgica de los santos Pedro y Pablo, recordados conjunta­mente en el día que la tradición seña­la como el de su martirio (año 67 d. C.) es probablemente la más antigua dedicada a los dos apóstoles, aunque el calendario de la Iglesia asigne ade­más otros días consagrados a la memoria de cada uno de ellos.
Aunque sea tarea de los historiadores indagar sobre la efectiva coinci­dencia cronológica de los acontecimientos (algunos estudiosos modernos sos­tienen que Pedro sufrió el martirio en el año 64 d. C.), sin embargo, es un hecho significativo el que en la tradición romana los dos personajes, cuya importancia y riqueza de testimonio habría justifi­cado una fiesta dedicada a cada uno, hayan sido siempre asociados en la veneración del pueblo cristiano. Una reflexión sobre este hecho, permite trazar algunas sugeren­cias útiles.
Es necesario subrayar que el deseo de destacar con esta celebración tanto el tema del primado del Obispo, como el carácter emblemático de la Iglesia de Roma respecto a la misión de la Iglesia uni­versal, jugaron un papel nada secun­dario. Debemos tener en cuenta que Pedro, antes de trasladarse a Roma, guió como obispo la Iglesia de Antio­quía: también ella, por tanto, pertene­cía a la sucesión de la misión de Pedro y, sin embargo, será el Jugar del martirio (Roma) el que sea reco­nocido como la sede de la sucesión de la autoridad suprema del apóstol.
Clarísimamente se percibe aquí el nexo entre testimonio (martirio) y tra­dición de la Revelación. Se compren­de bien que "el Señor, que ha hecho el mundo y al hombre, ha escogido como instrumento para facilitar el nexo entre el hombre y la verdad - es decir, Él mismo - no una visión, sino un abandono, un amor, un proceso en el que el hombre sigue al testigo de lo verdadero" (L. Giussani, Por qué la Iglesia. La pretensión permanece, Madrid, 1991, 104). El que la memo­ria de la persona de Pablo, también ella glorificada por el martirio, se celebre conjuntamente introduce el tema de la universalidad de la salva­ción cristiana, añadiendo un elemento de profundización ulterior.
El antiguo perseguidor de los pri­meros cristianos es, en efecto, aquel que ha superado los límites del mundo hebreo en la difusión del Evange­lio y el que ha querido anunciarlo a todas las naciones. En la memoria de estos dos apóstoles, el pueblo cristia­no puede caer en la cuenta de las dos dimensiones fundamentales del hecho cristiano: es un acontecimien­to históricamente localizable con todas sus particularidades (es más, las condiciones de su permanencia en la historia están ligadas a la cir­cunstancia del martirio de Pedro en un lugar concreto: aquí, en efecto, se encuentra el fundamento del prima­do pontificio); y esta absoluta parti­cularidad histórica se conjuga inmediatamente con su ser para todos los hombres. En esta perspectiva, el primer anuncio cristiano adquiere su dimensión universal no tanto por­que ligue su destino al de Roma y a su imperio, sino por su propia natu­raleza (simbólicamente reclamada por el desti­no común de Pedro y Pablo) que es capaz de mostrar la catolicidad y, por tanto, la capacidad de unir a los pueblos en una unidad a la que todo proyecto histórico humano inexorablemen­te tiende sin ser capaz de realizarla.
De este modo la Roma pagana, que tiene su origen en sus fundado­res (Rómulo y Remo), es sustituida por una nueva realidad, la Iglesia, fundada sobre los dos apóstoles que en ella vertieron su sangre por Cristo.
La belleza y grandeza de este nue­vo inicio resuenan en las sencillas palabras que componen un epígrafe anónimo, compuesto en el siglo sexto y colocado sobre una puerta de las murallas de la ciudad: Pedro el porte­ro, ha erigido el propio santuario fue­ra de esta puerta:
¿Quién podrá negar que nuestra ciudad con sus torres sea comparable al cielo? Por la parte opuesta, el san­tuario de Pablo rodea las murallas. En medio está Roma. Aquí, por tanto, está el trono de Dios.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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