Marco Bucarelli ha escrito a sus amigos desde la cárcel. Después de un mes un compañero de celda nos escribe...
Querido Gianni, te escribo porque incluso aquí, en la cárcel, has sido el primero que me ha confortado en la fe y me ha hecho compañía. Incluso en los primeros días (6) de «aislamiento» (aislamiento por decirlo de alguna forma, porque éramos 12 en 14 metros cuadrados de los cuales 8 eran inmigrantes) la memoria de vuestros rostros me llenaba las jornadas y me consentía vivir alegre y con ironía las extrañezas de este «nuevo régimen».
Nos pueden quitar muchas cosas superfluas e incluso útiles, pero nadie podrá nunca quitarnos lo que es indispensable para vivir. Porque lo que es indispensable no es nuestro, no se puede quitar a nadie algo que no posee.
Como me escribías «ya hemos vencido» también porque, gracias a Dios, no somos nosotros los que combatimos, nosotros que traicionaríamos en cada instante. A nosotros sólo se nos pide permanecer en esta grande e inimaginable aventura con los ojos abiertos de par en par y no oponer demasiada resistencia cuando, ya caídos, el Señor nos coja de la mano y nos vuelva a poner en «la carrera» haciéndonos superar mil posiciones, kilómetros de distancia sin ningún esfuerzo. Y nos encontramos sin saber por qué en primera fila, justo cuando casi ya no lo esperábamos. El único sufrimiento verdadero aquí, en la cárcel, es no poder ver, físicamente, con mis ojos los vuestros, pero os recuerdo cada día, más veces al día.
Cuando rezo el Rosario, como no me acuerdo de los misterios, en cada Ave María pienso en uno de vosotros.
Aquí yo no puedo hacer nada por vosotros: sólo rezar, recordar, agradecer, gracias a Dios, esto no se me puede impedir. Creo que es más útil que intentar hacer cosas confiando más en mis fuerzas que no en el Señor. «Sin mí no podéis hacer nada, nada humano». Esta frase citada por don Giussani que había oído repetir en la última misa que estuve en Santa Maria Maggiore me ha conmovido hasta el llanto solo aquí y me ha llenado de alegría.
Vuestros nombres son mi consuelo. Obedeced y pedid al Señor como yo también lo intento hacer. Te abrazo, os abrazo a todos. Vuestro, en el Señor Jesucristo,
Marco
Cuarenta y dos años, un pasado de rapiña y de cocaína, Wiiliam ha sido trasladado de Roma a Chieti. Ha conocido al cura de C.L., capellán en esa cárcel y nos ha escrito. Bajo los tatuajes de la piel, en el corazón, ha quedado un signo particular.
Acostumbrado a crecer en la calle, fui muchas veces arrestado por cometer delitos de todo tipo, y siempre se me encarceló con compañeros más o menos como yo. (...)
Cuando se viene de la calle, al conocer a las personas uno tiene experiencia casi por instinto, y el instinto cuando vi a Marco Bucarelli por primera vez ha sido el de notar rápidamente que era una persona diferente a nosotros. No noté en él miedo al primer impacto con personas definidas por la sociedad como «animales». (...)
Nos presentamos todos los que estábamos en la celda n°9 del 5º brazo de Regina Coeli. Hablando con él comprendí la intriga de la misa que se celebraba en la cárcel.
He visto personas a las que enviaban telegramas a la cárcel, ¡ pero tantos como a Marco, nunca!(...)
Me ha llenado de curiosidad que rezase, tenía siempre el Rosario en la mano y leía. Más no le he preguntado, no consigo explicarlo, pero algo en mí ha surgido(... )
Le conté mi historia y el motivo por el que estaba dentro, y que era tóxicodependiente de la heroína. Promesas de gente con la que estaba acostumbrado a estar (lo repito), se hacían tantas, también él me ha hecho cuatro.( ... )
Dentro de mí sentía que había encontrado un amigo excepcional, estaba convencido, y habría hecho lo que me habría prometido.( ... ) Marco me ha dado la seguridad ya sea en mí mismo ya sea en el trabajo.( ... )
Tengo cuarenta y dos años, nunca es tarde para comprender las cosas.(... )
He tomado, después de tantísimos años, la Comunión y me he confesado, he probado dentro de mí mismo lo que experimentaba Marco cuando rezaba.(...)
He tomado la Santa Comunión, he rezado, juro por Dios que si hubiese visto a mi peor enemigo, aquel día, lo habría perdonado.
William
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