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Huellas N.04, Abril 1993

SOCIEDAD

La hora de Dios en el nuevo mundo

Juan Orellana

Llevaron el Evangelio a los indios. Sin dejar su pecado en Sevilla o en Moguer. Estamos hablando de un pueblo carnal y pecador, pero que lleva la salvación dentro de sí.

Parece que ya ha pasado el momento historiográfico de Iberoa­mérica. El fin de las celebraciones del Quinto Centenario ha supuesto también el fin de las discusiones sobre la Historia de la Iglesia en lbe­roamérica. Ya no se habla más. No se publica más. Es una constatación póstuma del carácter eminentemente ideológico de la producción cultural e intelectual que se ha dado en torno al 92.
Para comprender el significado de este libro -más que su contenido, que es principalmente biográfico- es necesario recordar brevemente el panorama cultural delineado en tor­no al V Centenerio del descubri­miento y evangelización de America.
a) El 92 ha sido -desde los años 80- el último plato suculento ofreci­do a la filosofía de la historia mar­xista, filosofía de la historia aún dominante en el progresismo inge­nuo y simple de muchos cristianos -y, por supuesto, de muchos no cris­tianos-. Los indios indefensos frente a los exploradores españoles con afán de riquezas. Argumento perfec­to para una ideología perfecta. Ejem­plo de libro para ilustrar la lucha de clases. La cultura anglosajona y pro­testante encuentra así en Marx un aliado ideal para poner la pajarita a la Leyenda Negra. La conclusión psicológica y popular no se hace esperar: «Mejor hubieran estado los indios si no hubieran ido los cristia­nos». Lo dice la película «La Misión» y lo dice Leonardo Boff. Y Rousseau salta de gozo en su tumba al ver resucitado su mito de buen salvaje. La aventura americana se ve convertida en una película de buenos y malos donde estos ganan.
b) Pero no ha faltado la Leyenda Rosa. Bien es verdad que esta había que buscarla un poco más para encontrarla. No bastaba abrir «El País» para empaparte con ella. Pero estaba. Para sus defensores el 92 era la ocasión de resucitar el sujeto his­pánico, bastión del catolicismo, imperio misionero. Lo español y lo católico en una unión indisoluble. El 92 como gloria principalmente de la Monarquía española. Otra versión dualista de esta posición con preten­siones de síntesis era la que afirma­ba: los buenos eran los frailes, los malos los conquistadores. No pocos católicos se han apuntado a esta ver­sión no hispanista de la Leyenda Rosa.
c) Dos posiciones tan agónicas como infantiles. Pero aún faltaba un personaje en la escena dialéctica del V Centenario. El más grotesco: el «griscentrismo» oficial. Ni buenos ni malos sino todo lo contrario. Como decía un ilustre catedrático represen­tante de esta oficialidad: «El proble­ma del 92 es exclusivamente cientí­fico: el análisis científico nos dirá si la Evangelización fue buena o mala». O sea, pongamos en una balanza «lo bueno» y «lo malo» y veremos lo que sale. Muy bien. Un positivismo histórico que a todos contenta. Siempre hay datos sufi­cientes para inclinar la balanza hacia donde se quiera. Esta posición, en la realidad mantenida por defensores acomplejados de la Leyenda Rosa, se ha considerado como la tercera vía donde mucha gente de buena voluntad se ha refugiado para prote­gerse del vendaval ideológico del 92.
d) En todo este farragoso panora­ma ha sido difícil encontrar una posición sintética que no fuera dua­lista ni tuviera miedo de asumir el mal sin considerarlo como un acci­dente. Una posición que negara la posibilidad de una santidad sin pecado, de una salvación abstracta que no pasase por las manos peca­doras de los hombres. Los cristianos españoles -y no sólo españoles- lle­varon el Evangelio a los indios. Y lo llevaron sin dejar su pecado en Sevilla o en Moguer. Y se equivoca­ron mil veces. Los frailes y los capi­tanes. Estamos hablando de un pue­blo. De un pueblo carnal y pecador, pero que lleva la salvación dentro de sí. Esto -y no otra cosa- es lo que no soportan las posiciones ideológicas y racionalistas que hemos visto antes. Sobre un pueblo no caben aplicaciones de esquemas. Sólo cabe la narración de su vida, de su histo­ria carnal, humana, llena de pecado pero perdonada, llena de dolor y esperanza.
En esta perspectiva se sitúa el libro de Jean Dumont La hora de Dios en el nuevo mundo. Se trata de una narración, de una descripción del sujeto cristiano que posibilitó el nacimiento de un nuevo pueblo don­de había guerra y dispersión. Para ello nos presenta la vida de cuatro «padres» de ese pueblo, cuatro hom­bres a los que sus contemporáneos miraron para saber dónde caminar, para saber a quién seguir. Se trata de los Arzobispos de Lima, Jerónimo de Loaisa y Santo Toribio de Mogrovejo, del obispo de Michoa­cán, Vasco de Quiroga, y por último, del franciscano Fray Bernardino Sahagún. Si queremos leer esta novedad bibliográfica en España con más inteligencia recomendamos leer antes las conferencias de D. Ricci que fueron publicadas en el nº 16 de Nueva Tierra o en los Boletines del CESAL.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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