Por un instante, el tiempo de una llamarada -simbolizada, más tarde también monopolizada, por el mayo parisino, con las llamas de rue Gay Lussac donde, puedo decir con otros, «yo también estaba»-, hubo en todo el mundo un ambiente de day after sin derramamiento de sangre: la evidencia, que duró un instante, de que todo el mundo era ancien regime. Todo se mezcló en este juicio: no sólo comunismo y capitalismo en su conjunto -buena cuenta se dieron de ello los dirigentes de los partidos comunistas estabilizados, en el poder o no, que se habían acomodado a la perspectiva de una administración ordinaria del «capital» de comunismo acumulado en el mundo- sino también la escuela, la universidad, y todo lo que en la cultura era el capital de la tradición de los siglos XVIII y XIX.
La llamarada se apagó pronto. Es el drama de la conciencia: cuando un hecho externo a ella no ha cambiado las condiciones de la conciencia, haciéndola capaz de aquello para lo que es conciencia, el resultado es la perversión de la conciencia misma. La historia moderna es también la historia de una incapacidad de respuesta a un Ancien regime: le sigue violencia más conservación con refuerzo de los peores aspectos del mismo. Conciencia incapaz, impotente, violenta, malvada. Algunos se pusieron a inventar, incluso, «grupos de autoconciencia», es decir, prácticas de perversión de grupo, que iban muy de acuerdo con la aparentemente opuesta inmersión en prácticas esotéricas, hipnóticas y autohipnóticas: a la conciencia perversa no le importa absolutamente nada la conciencia.
Fue el ocaso de la conciencia en su exaltación -alcanzada en aquella ocasión también por medio de las drogas-, y ocaso de la memoria. Entre los mejores chistes de entonces hay uno atribuido a Lewis Carrol: «Es bien triste una memoria que funciona sólo hacia atrás». Memoria melancólica, llena de contenidos de recuerdo -pero bien seleccionados, censurando otros, con el fin de alimentar la melancolía-, sin el llanto por el luto ni la alegría por la posibilidad de renovación, y sin memoria. Malvada memoria, memoria malvada, memoria como maldad quizás espiritual: no conozco fuente de maldad más maligna que el espiritualismo. Ausencia de memoria como la tendencia del objetivo, de la meta, de la satisfacción, una ausencia de memoria o memoria hacia atrás que es el motivo del fanatismo como en otro chiste: «El fanatismo consiste en redoblar los esfuerzos cuando se ha olvidado el objetivo», cuando el olvido del objetivo se ha hecho memoria (también hay fanatismo cuando uno se lanza en lo opuesto anulando todo obrar). "Rehacer memoria", memoria de la meta, memoria feliz, se ha convertido para mí también en un lema para mi profesión. Conciencia va detrás: entiendo una conciencia secuaz de esta memoria, obediente a ella. La conciencia no hace la ley. Y tampoco es el centinela vigilante las veinticuatro horas del día: puede descansar.
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