En los años sesenta, Gs de la región de Emilia Romagna había crecido al ritmo de la electrificación y de los postes de la luz a lo largo de la vía del ferrocarril. Desde la calle Statuto de Milán, atravesando el oeste de la padania, había conquistado cientos de prosélitos a lo largo de las playas de la ribera adriática. Aquellas estaciones que Giussani había visto desde el tren donde se le había revelado el carisma de su vocación después de veinte años de sacerdocio y de cultivadas amistades, se habían llenado de discípulos giesinos. Bolonia-Cesena-Faenza-Forlí-Rímini. Después, en el 67, la tormenta de la revuelta. Estalla en las universidades de Pisa y de la Católica de Milán. Luego se destapa la protesta en el resto de los ateneos italianos. Roma, Bolonia, naturalmente Trento, mítica cuna de la revolución armada. Gs capitula. En la última reunión, en la Casa de la juventud estudiosa de Rímini, Alberto, presidente de Gs (y hoy afamado profesor de la Universidad estatal de Milán), desciende desde el norte y proclama las conclusiones de su docto análisis de la sociedad. ¿Cuál es el nexo entre un Dios motor inmóvil y el fluir descompuesto y violento de la historia? Marx, es decir la imposibilidad para el revolucionario de sentarse en la misma mesa que el policía. El plácido don Giancarlo Ugolini no parece un tipo de grandes evasiones sentimentales. Por eso, cuando él dice «todos hemos sentido la fascinación del 68» es absolutamente necesario tomarlo al pie de la letra. «Eramos nosotros los que ocupábamos las escuelas y la universidad. Emilia y Marina eran responsables de Gs y al mismo tiempo cabezas del Movimiento estudiantil en Bolonia. "Burgués" es una palabra que ya usábamos en 1962. Para tomar el pelo a quien no venía a las reuniones». Entonces, ¿por qué oscura razón eres aún sacerdote y «cielino»?
«Porque he permanecido fiel a una amistad». Ugolini enumera amigos con nombre y apellidos, recordando a aquellos que contestaron positivamente a la llamada de los pocos náufragos que sobrevivieron a la devastación del 68.
«Para reunirse -recuerda Marina Valmaggi- bastó la casa de campo de uno de los nuestros: dos habitaciones, cocina y comedor. Fue una salida particular: no éramos los "pocos" del principio, los cuatro gatos del 62, entusiasmados y seguros de que la semilla germinaría: éramos los supervivientes de una Atlántida desaparecida de forma inexorable bajo las olas.
De todas formas, teníamos un gran respeto los unos por los otros. No hablábamos del pasado reciente. Era el presente la gran pregunta angustiosa. Don Gius habló poquísimo; sobre todo quería escucharnos. Su discurso fue sencillo: continuar aquella amistad nacida de una llamada común, y que nos ponía juntos incluso en un momento tan difícil; rezar; ser solidarios los unos con los otros. Ninguna receta para el "mundo", pero para nosotros una recomendación: custodiar la comunión, una "comunión de vida" que se debía expresar de forma concreta en las situaciones. "Que sean una sola cosa... ".
Así, el "¿qué hacer?", no recibía respuestas de tipo organizativo, asociativo... y esto nos desmarcó. Don Giussani decía, de hecho, que cambiar el mundo con el compromiso de la propia voluntad (como trataban de hacer todos nuestros ex-amigos) es algo melancólico, porque no se puede conseguir: el hombre nuevo, en cambio, puede nacer sólo de vivir el Hecho que nos ha acontecido. De la comunión de aquellos que siguen a Cristo».
De aquella semana de junio del 68, don Giancarlo recuerda un pensamiento que más tarde se hizo muy famoso. Lo había pronunciado el Staret Juan, de Soloviev: «Lo que tenemos de más querido es Cristo mismo. Habíamos quedado pocos, pero juntos decididos a no abandonar a Cristo». En el verano de aquel mismo año se cerró la sede de Gs, pero se abrieron las puertas de la casa de Giovanni y Tiziana, casados el día de San Esteban. Mientras las plazas rumoreaban y la revolución se marchitaba, incluso en Rímini el catolicismo comenzaba a no ser sólo un movimiento literario.
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