Un Papa que tiene un método. Por ejemplo en Sudán
¿Ábstracción del Papa e imprecisión de la Santa Sede, maestra en predicar evidencias pias pero ineficaz por lo que respecta a la historia material de los pueblos? Pero cuidado, esta acusación procede de los intelectuales y se refiere al tema de la paz. Estoy escribiendo este artículo desde Khartoom, mientras el Papa está en Sudán, precisamente por la paz. Contar lo que está haciendo en Sudán la Santa Sede (que es el Papa como Pastor de la Iglesia universal con sus colaboradores) significa, si se hace como es debido, descubrir un método en acción, casi la dinámica de una mirada, que se convierte en acción, en diplomacia, en la que la ingenuidad de la paloma y la astucia de la serpiente se dan la mano. ¿Qué noticias llegaban al Vaticano de los Obispos de Sudán y del pronuncio de la Santa Sede de aquel país? Que el pueblo cristiano sufría horriblemente en el sur, asolado por una guerra civil que había masacrado a cientos de miles y desperdigado a millones de un extremo a otro, dentro y fuera de las fronteras, mientras unos siete u ocho millones se veían empujados a la precariedad de una vida en la selva o en el desierto, siempre huyendo, abandonando a la muerte a ancianos y niños.
En efecto, en Sudán, en cifras generales, de los 25 millones de habitantes, la mayor parte (18 millones) son musulmanes y árabes y están asentados en el norte, los otros 7 millones son negros y católicos.
La independencia de Sudán, en 1956, coincidió con el desencadenamiento de una guerrilla contra la bota del norte que pisoteaba a la minoría, con el paso de los años la guerra se hizo total: se trata ya de la caza del cristiano en el sur. Entretanto, sucesivos gobiernos proclaman la coincidencia entre la ley del Estado y la ley coránica. Hay expulsiones de misioneros, la libertad de la Iglesia está muy restringida.
¿Qué hacer? La Santa Sede muestra su solidaridad con los Obispos católicos, el Cardenal Secretario de Estado Angelo Sodano invita mediante una carta a las conferencias episcopales a abrazar solidariamente a los hermanos. Es entonces cuando el mundo occidental (para ser precisos la CEE y la ONU) condena a Sudán. Un país y un régimen aislados, y por lo tanto desesperados, capaces de cualquier locura. Pero esta es la originalidad católica. El Papa anuncia que estará en Jartum el 10 de Febrero. Fue la Santa Sede quien sugirió la posibilidad de una "escala técnica" a la vuelta de Uganda. El gobierno sudanés aceptó y a su vez propuso que se quedara varios días. Bastará con nueve horas, respondió el Vaticano.
Pero hay quien se escandaliza ¿Cómo es posible, hay una guerra santa de persecución y tu «estrechas la mano empapada de sangre cristiana»?. La trampa es sutil.
De todos modos, si se acepta la tesis de la guerra santa, la respuesta sólo podría ser una cruzada. Si va, se arriesga a que le tomen a broma.
¿Entonces cual es la posición del Papa y de Sodano? 1)Hacerlo de manera que los cristianos se sientan reconfortados por la presencia del Papa que les confirma en la fe. 2) Recoger el grito que clama justicia y relanzarlo. 3) Obtener más libertad para la Iglesia. 4) Consecuentemente proponer las condiciones para la paz.
De esta manera, el Papa al venir a Sudán no acepta la tesis de que los estragos causados en el sur se deban al Islam y a una guerra santa. Apela al Islam y a sus valores, afirmados y practicados al menos en África, para obtener pequeñas garantías concretas, en los temas de educación y sanidad. Pide a los dirigentes que cambien la Constitución para que exista libertad efectiva de «practicar la propia fe»: esta es la afirmación de la libertad de la Iglesia como criterio de acción diplomática. Entre tanto, en los coloquios privados, el Papa y Sodano invitan respetuosamente al gobierno sudanés a reconocer «los nuevos vientos» que soplan en Africa, mientras los Obispos católicos intentan convencer a las cuatro facciones del movimiento sudista, más o menos católicas, para que se unan para alcanzar acuerdos creíbles sobre la paz y sobre el reencauzamiento de las relaciones con el Estado. Al mismo tiempo, en una misa extraordinaria, el Papa en presencia de los sorprendidos soldados musulmanes hace presente la paradoja sorprendente que es el cristianismo «Una vida nueva en Cristo» por el que se puede estar alegre, más bien en la gloria, incluso en la cruz, incluso en la esclavitud, como la beata sudanesa esclava Bakhita, más libre que sus amos, «fiel y fuerte en Cristo».
Esta es la manera en la que el Papa se mueve concretamente por la paz. Que nunca se ve como cerrada en sí misma sino siempre ligada «a la posibilidad de que los hombre encuentren a Dios». En otras palabras: la libertad de la Iglesia, puerta abierta a la felicidad para todos.
UN BALANCE
Quince años de pontificado. En defensa de la libertas ecclesiae
Por Alceste Santini, vaticanista de L'Unità
Un pontificado que ya ha entrado en su decimo quinto año, como el de Karol Wojtyla, debería manifestar signos de cansancio en el campo de la creatividad de ideas y de las iniciativas de la Iglesia respecto a la realidad de un mundo que cambia continuamente. Más aún si consideramos que los cambios, sobre todos los que se han efectuado desde el extraordinario 1989 hasta hoy, han sido tan profundos y rápidos que han puesto a prueba a las cancillerías de muchos Estados del mundo, a los partidos, a los movimientos políticos y sociales que se han visto obligados a redefinir sus estrategias, a reflexionar sobre sí mismos, e incluso a cambiar las propias denominaciones en las que tenían precisamente sus raíces históricas, de las cuales habían asumido su identidad.
Por otra parte, el Papa Wojtyla se ha visto duramente probado desde el atentado de la Plaza de San Pedro del 13 de Mayo de 1981, con algunas secuelas y con el tumor que le sobrevino y que le obligó a someterse a una delicada intervención quirúrgica el 15 de Julio de 1992.
Sin embargo, este pontífice que, tanto por sus orígenes eslavos como por su formación cultural y experiencia, ha demostrado ser muy diferente de sus predecesores en el estilo mismo que ha introducido en la actividad pontificia y en toda la Iglesia, y seguimos viendo que no se deja arrastrar por los acontecimientos mundiales ya que encuentra las respuestas adecuadas, casi siempre en el momento más oportuno.
En la primavera de 1990, cuando se nos transmitía el entusiasmo por la preconizada «casa común europea» Juan Pablo II, dirigiéndose el 21 de Abril a los Obispos y a los intelectuales reunidos en el castillo de Praga, dijo que «sería una peligrosa ilusión pensar en sustituir los regímenes comunistas caídos, por el modelo capitalista occidental, consumista, hedonista y ateo». Una admonición severa que causó gran perplejidad en un auditorio por entonces profundamente convencido de que vendrían de occidente todos los bienes que llenarían el vacío dejado por esos regímenes desaparecidos. A la luz de lo que ha sucedido en los tres últimos años, resulta que el Papa tenía razón. No es casualidad que esas ideas, enunciadas en Praga y en otros lugares, se hayan visto articuladas de manera más orgánica en la Encíclica Centesimus Annus de Mayo de 1991 y en posteriores intervenciones significativas, incluso recientemente, en los foros internacionales. Es más, tras la publicación de la Centesimus Annus también hubo quien habló de manera crítica de un pontífice que, frente al hundimiento de las experiencias comunistas del Este, tomaba a su cargo esos mismos valores de equiparación social y de socialismo de inspiración marxista que habían suscitado tantas esperanzas, más tarde desilusionadas, en los pueblos del Tercer Mundo, oprimidos por grandes injusticias internas e internacionales. En efecto, el Papa Wojtyla -en un momento en el que parecía, y aún hoy muchos lo creen, que no hubiera ninguna otra cosa fuera de la ley del mercado para resolver los problemas de fin de siglo- ha llenado un vacío al proponer de nuevo los valores de la solidaridad y de la distribución igualitaria de los recursos, teniendo en cuenta que los bienes que Dios ha creado están destinados a todos los seres humanos del planeta. Ciertamente se trata de un mensaje contra corriente y que ha resultado ser mucho más fuerte de lo que parecía, incluso por las débiles respuestas o los silencios de los demás, entre ellos las fuerzas sociales y políticas de la izquierda italiana y europea, trastornada a raíz de la caída del muro y de las ideologías, pero no por ello menos importante.
Juan Pablo II ha puesto a punto una verdadera estrategia propia para afrontar los enormes problemas que se desvelaron al saltar los acuerdos de Yalta de 1945 y el sistema de bloques Este-Oeste y los que surgieron tras la desaparición de la Unión Soviética. Nuevos acontecimientos que llevan al redescubrimiento de Estados Unidos como única gran potencia mundial con todos los peligros que ello conlleva, como nos dicta la experiencia de la guerra del Golfo en 1991 y las intervenciones militares en la misma área en 1992, conocedores de que la CEE no dispone del mismo potencial económico-militar, mientras arden focos de guerra tanto en los Balcanes como en las regiones caucásica y transcaucásica, en Africa o en Oriente Medio. También quedan otras realidades como Japón o China que podrían reservar alguna sorpresa para el futuro próximo de Occidente. Problemas políticos pero también religiosos si pensamos que el diálogo ecuménico entre la Santa Sede y las Iglesias Ortodoxas, con el patriarcado de Moscú a la cabeza, está estancado. De hecho, el encuentro de Asís por la paz del 9-10 de Enero de 1993 puso de manifiesto la ausencia de los representantes de las Iglesias ortodoxas incluso del patriarca serbio-ortodoxo de Belgrado, Pavle, a pesar de que la iniciativa promovida por el Papa en la ciudad de San Francisco pretendiera, ante todo, llamar la atención sobre lo que sucedía y continua sucediendo en Bosnia Herzegovina y prácticamente en toda el área de los Balcanes. No por casualidad Boris Yeltsin, reclamado por una parte por fuerzas paneslavas y por otra por los musulmanes, ha expuesto ante la comunidad internacional y Estados Unidos «el punto de vista ruso» en defensa de los serbios ortodoxos y no participó en la intervención militar americana contra Irak. Una situación compleja que ha llevado al Papa Wojtyla, precisamente en Asís, a preguntarse si no sería posible salvar la exYugoslavia incluso aunque la guerra en curso hubiera alejado esta hipótesis. Sin embargo, sigue siendo significativo este interrogante que tiene valor político, pero también religioso.
Es interesante que ante un escenario mundial que ha cambiado completamente y está en pleno movimiento, Juan Pablo II haya llamado la atención sobre dos continentes con grandes problemas, de los que la Iglesia declara hacerse cargo.
Con la inauguración el 12 de Octubre de 1992 en Santo Domingo de la IV Conferencia de los Obispos latinoamericanos, el Papa Wojtyla impulsó un proceso de integración de los países latinoamericanos para llegar a constituir un auténtico «polo» capaz de confrontarse de manera unitaria y con identidad propia con los otros grupos internacionales, en primer lugar la CEE y Estados Unidos. E incluso ha lanzado la idea de un sínodo en el que deberían participar no solamente los Obispos latinoamericanos sino también los estadounidenses y canadienses, precisamente para presionar a Estados Unidos y a otros organismos como el Fondo Monetario Internacional para que la perversa e insoportable deuda externa que pesa como un yugo sobre los países latinoamericanos y africanos se resuelva desde una óptica diferente y no únicamente sobre criterios financieros. Naturalmente se trata de una idea lanzada para poner en movimiento a los episcopados y a los movimientos católicos de esta enorme área geopolítica de las Américas pero que no puede tener sus efectos en la política.
De igual manera en su décimo viaje a África, realizado del 3 al 10 de Febrero de 1993 (en el que visitó Benin, Uganda y Sudán) y con el anuncio de un sínodo especial para el continente africano que se desarrollará en el Vaticano a partir del 10 de Abril de 1994.
Una petición fuerte, valiente, encaminada a reclamar a los pueblos africanos para que vuelvan a ser ellos mismos. Los pueblos de África que están viviendo «un segundo nacimiento de la libertad - dijo el Papa dirigiéndose al cuerpo diplomático acreditado en Kampala-no volverían a aceptar el sometimiento a formas sutiles de colonialismo económico y político».
Y al perseguir su modelo de promoción económica, social, política y religiosa de los pueblos africanos, Juan Pablo II se enfrenta a la dificultad de un cierto constantinismo que, en los países en los que domina la ley coránica, termina por confundir, y hasta identificar, la esfera del Estado con la de la religión. Con el fin de superar este estado de cosas, que se refleja negativamente en la vida de las minorías católicas y cristianas, el Papa Wojtyla ha tenido el valor de dar una auténtica lección de ética política en defensa de los valores democráticos y pluralistas del Estado laico dirigiéndose al Presidente de la República Sudanesa, el General Ornar Hassan Al Bashir, que le recibía en el «Friendship Hall» de Jartum el 10 de Febrero de 1993. Por lo tanto, el anunciado sínodo especial para África señalará un nuevo paso no solo en el acercamiento teológico al continente africano, sino en el apoyo a su renacimiento social, político y moral en un importante diálogo con el Islam que disputa al catolicismo la conquista de los africanos, en particular de aquellos que permanecen aún ligados a las religiones tradicionales de sus antepasados.
El diálogo con el mundo musulmán, y con el judío, es el otro gran compromiso que el Papa Wojtyla propone a toda la Iglesia para poder afrontar problemas más complejos que siguen afligiendo a los pueblos de Oriente Medio. La aceptación de una comisión mixta entre la Santa Sede y el gobierno israelí, que debería sentar las bases para establecer relaciones diplomáticas entre los dos estados y resolver algunos problemas capitales como el de la Ciudad Santa, Jerusalén, y el palestino, es una de las consecuencias de una decisión histórica que tomó Juan Pablo II cuando decidió el 13 de Abril de 1986 visitar la Sinagoga de Roma para reparar el daño que sus predecesores habían hecho a los judíos a los que llamó «hermanos mayores». De esta manera, el anunciado sínodo de la Iglesia Libanesa debería contribuir a que sobreviva el Líbano, que para la Santa Sede sigue constituyendo un símbolo de pluralismo entre tantos fundamentalismos, y por otro lado a relanzar el diálogo con los musulmanes, judíos y otras familias cristianas, entre ellas los ortodoxos. La otra ambición del Papa Wojtyla es la de favorecer la aparición de un gobierno mundial, de acuerdo con la visión de Juan XXIII, capaz de tener bajo control y de resolver por la vía pacífica los conflictos nacionalistas e intetrétnicos que han rebrotado en Europa y que son motivo de preocupación en tantos otros lugares del mundo. La propuesta del «derecho/deber de intervención» lanzada por primera vez el 6 de Agosto de 1992 refiriéndose al conflicto de BosniaHerzegovina y renovada en posteriores intervenciones también a propósito de Somalía, podrá encontrar su aplicación práctica solo si la ONU, con la actualización de sus estructuras y pudiendo disponer de una fuerza propia que hiciera olvidar la imagen de enviada de Estados Unidos, llegara a constituir un verdadero gobierno mundial.
Por todo esto, no se puede hablar de un pontificado en decadencia, como sostienen algunos observadores, pretendiendo atribuirle la tarea de resolver los problemas del mundo. La Iglesia con Juan Pablo II, en la línea trazada por el Concilio y por pontífices como Juan XXIII y Pablo VI, ha hecho lo suyo para contribuir a la superación definitiva de la situación de la guerra fría y de los bloques contrapuestos y para dar respuesta a los problemas surgidos con el nuevo escenario mundial que se ha creado y en el que tenemos que trabajar hoy. Pero más allá de las ideas e iniciativas que hemos intentado apuntar como expresión de un dinamismo pontificio que no se ha agotado, se verifican incoherencias, incertidumbres, contradicciones en las fuerzas eclesiales y en los movimientos respecto a los valores cristianos de los que se ha de dar testimonio dentro de las estructuras sociales y políticas de la sociedad civil. Tanto en Europa como en Italia están en crisis y superados los viejos partidos de inspiración católica. El mismo catolicismo polaco busca una identidad nueva al dejar de ser el único punto de referencia en una sociedad pluralista y atraída por los nuevos ídolos del dinero y el bienestar y las cosas no cambian como en Hungría o en Lituania, por poner un ejemplo. La propia Alemania, luchando contra los problemas de una reunificación aún inconclusa en su equilibrio interno y con rebrotes neonazis y xenófobos, plantea tanto a la Iglesia católica como a la luterana cuestiones diferentes de aquellas del pasado. El Papa Wojtyla ha tenido el gran mérito de rehabilitar a Galileo pero está por definirse aún la nueva relación entre fe y ciencia.
Concluyendo, la caída del muro impone también a los católicos el abandono de los viejos esquemas para tomar nuevas decisiones sobre las que el actual pontificado ha dicho mucho pero ha sido poco escuchado y sobre las que no se ha profundizado, ni siquiera de manera crítica, ciertas indicaciones que se refieren al hombre y su destino en este cambio de época que estamos viviendo. Se puede decir que ha llegado para los católicos el momento de desentrañar algunas dificultades que afectan a la coherencia al poner en práctica el mensaje cristiano más auténtico que el Papa Wojtyla ha contribuido de tal forma a redescubrir.
Veo negro
El escritor italiano Fulvio Tomizza confiesa a Litterae su aprensión por la guerra yugoslava
Como comprenderán todos los que saben donde vivo y trabajo (ndt: Tomizza vive en la región limítrofe al conflicto), he seguido la situación de la antigua Yugoslavia desde los primeros enfrentamientos hasta los inhumanos exterminios que hoy la ensangrientan. Y desde tal observatorio tristemente privilegiado he podido constatar cómo la voz preocupada y doliente del Papa ha sido la primera en levantarse en defensa de todos los afectados, particularmente los de las zonas agredidas, ya desde el momento en que el conflicto podía frenarse. La iluminada y previsora intervención del primer guardián del credo católico, mayoritario en Eslovenia y en Croacia, ha sido considerada, especialmente en Belgrado, cuando menos interesada.
Pero al extenderse el conflicto, con una violencia que llega a niveles infrahumanos, la participación del pontífice se ha intensificado solidarizándose ahora con los masacrados musulmanes de Bosnia. Sus insistentes reclamos, dirigidos también a la opinión pública y a los poderosos de la tierra no han encontrado la respuesta esperada, y ya sus oraciones no parecen ser suficientes.
Lo que me preocupa personalmente es que la imposibilidad de alcanzar una solución política satisfactoria para todas las poblaciones implicadas provoque una extensión del conflicto, con la implicación de los países islámicos y con la vuelta a un enfrentamiento entre Washington y Moscú. Si limito mis observaciones y escucho inquietudes personales más inmediatas, temo que una guerra semimundial inunde esta parte de Italia tan próxima a la zona afectada. De todas formas, será un desastre para mi región, Istria, si el nacionalismo croata, excitado por la prueba a la que se le ha sometido, vuelve a saltarse las peculiaridades de mi tierra y de mi gente, sea italiana o no. De hecho las recientes elecciones administrativas han confirmado su aspiración de autogobernarse. El Santo Padre, ecuánime con los grandes y con los pequeños, previsor incluso de los males menores susceptibles de expandirse o radicalizarse, podría reclamar, al menos a aquella parte del clero fuertemente nacionalista, a un apostolado exento de exaltación patriótica.
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