«Cuando he encontrado a Cristo me he descubierto hombre», así hablaba de sí mismo el gran retórico romano. Historia de una humilde fidelidad a la Iglesia
«Cuando he encontrado a Cristo me he descubierto hombre». No una iniciación religiosa o una ascesis moral, sino un acontecimiento es lo que fue el encuentro de Mario Vittorino con el cristianismo a través de un sacerdote de la Iglesia milanesa llamado Simpliciano, amigo de San Ambrosio.
Mario Vittorino, como nos trasmite San Jerónimo en su obra titulada Los hombres ilustres, había nacido en el Africa proconsular probablemente hacia el 280. Tras los estudios de gramática y de retórica se había trasladado a Roma, donde se había hecho profesor. Muchos senadores romanos habían estudiado en su escuela. Profundo conocedor de la lengua griega, había traducido al latín algunas obras de Aristóteles, de Porfirio, las Enéadas de Plotino. Sus comentarios a algunas obras de Aristóteles y de Cicerón le habían hecho famoso también como filósofo. A través de su actividad cultural había abierto al mundo intelectual latino dos filones de la cultura griega: el neoplatonismo y la lógica.
Su fama se había difundido tan rápidamente que las autoridades romanas habían querido construir una estatua en su honor en el foro romano.
La conversión
San Agustín nos ha trasmitido todo los pasos de la conversión de Mario Vittorino a través del relato del sacerdote Simpliciano.
Agustín, llegado a Milán en el año 386, se acerca a Simpliciano para resolver sus últimas perplejidades respecto al cristianismo. Durante el coloquio el sacerdote milanés, enterado de que Agustín había leído algunos libros de filósofos paganos traducidos al latín por Mario Vittorino, relata al africano, en ese momento profesor de retórica en Milán, su gran amistad con Vittorino durante su estancia en Roma. Durante mucho tiempo esta amistad no había sido tan fecunda como Simpliciano deseaba a causa del miedo de Vittorino a implicarse personalmente con la comunidad cristiana. A él le parecía suficiente una afinidad puramente teórica con Simpliciano. Buen conocedor de Plotino, a Vittorino le parecía que la visión filosófico-religiosa formulada por el filósofo neoplatónico no estaba en conflicto con el cristianismo. A pesar de la insistencia con la que Simpliciano proponía a Vittorino que se implicara con la comunidad cristiana en todas sus manifestaciones, éste huía una y otra vez de participar en ellas, contentándose con frecuentar al sacerdote para tener conversaciones eruditas, y sólo privadamente.
Además, como refiere San Agustín, Vittorino no quería disgustar a sus amigos paganos, de los que tantos honores había recibido, temiendo su hostilidad desde el momento en que hiciese pública profesión de fe cristiana. Pero un día, liberado de estos prejuicios y de estas resistencias, comunicó a Simpliciano la decisión de hacerse cristiano y de participar públicamente en la vida de la comunidad de Roma. Se había dado cuenta de que lo que Simpliciano proponía no era sólo objeto de conversación erudita, sino posibilidad de alimento de su propia existencia.
Simpliciano termina el relato describiendo la alegría del pueblo que gritaba «Vittorino, Vittorino» después de que éste, despojándose de toda duda, había decidido hacer la profesión de fe frente al pueblo, rechazando la sugerencia de algunos sacerdotes de Roma de hacer la profesión de fe en privado, privilegio que la comunidad concedía a algunos que habían tenido un papel importante en la sociedad romana.
El encuentro de Mario Vittorino con el cristianismo, acaecido in extrema senectute, no sólo no disminuyó, sino que potenció sus energías humanas e intelectuales. Estando candente la polémica arriana, mientras muchos cristianos -obispos, sacerdotes y laicos- traicionaban la fe católica y otros por su fidelidad eran enviados al exilio, como el papa Liberio, San Hilario, los obispos Eusebio de Vercelli y Lucifer de Cagliari, Mario Vittorino truena desde su cátedra contra el emperador arriano. Multiplica su producción literaria; con numerosos escritos se yergue en defensa de la profesión de fe del concilio de Nicea.
Fidelidad
En el 360 explota la revolución de Juliano contra el emperador Constanzo. A los pocos meses muere. El 11 de diciembre del 361 Juliano conquista Constantinopla declarándose emperador «griego entre los griegos». Inicia una serie de reformas adoptando una política de «tolerancia genial y pérfida» que en poco tiempo se transforma en una política de persecución general contra los católicos. A principios del verano del 362 Juliano hace público el edicto sobre los maestros en el que dispone que los retóricos no pueden desarrollar su enseñanza sino con el nihil obstat del emperador y del propio consejo municipal. El emperador define como mentirosos a los retóricos católicos. El permiso de enseñar es concedido sólo a los que abjuran públicamente de la fe cristiana. San Agustín escribe: «... loquacem scholam deserere maluit quam Verbum tuum»: Vittorino prefiere abandonar «la escuela de las hipótesis» antes que renegar de Jesucristo.
Dedica los últimos años de su vida a comentar las cartas de San Pablo. Su fe «humilde y serena» Je lleva a comentar las epístolas con las mismas palabras del Apóstol como testimonio de su fe pura e íntegra. Sabemos que en el año 386 este niño de Cristo (puer Christi), como lo define San Agustín, ya había muerto.
Traducido por José Clavería
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